viernes. 19.04.2024

Gallinas temiendo al zorro

La igualdad real no avanza. Y ello se manifiesta en todos los campos de la vida de las mujeres y también de los hombres.

En principio pensé en titular este texto con la frase “Querido compañero” –muy popular entre las mujeres feministas de partidos y organizaciones situadas a la izquierda del espectro político- pero entendí que hacer referencia a compañeros sería demasiado suave y no haría entrar al lector en su contenido.

La idea de escribir sobre esto –la necesidad más bien- nace de la lectura diaria de encuestas, artículos, informes, etc en los medios de comunicación y en otros formatos de expresión de opinión.  Lecturas que indican que la igualdad real no avanza. Y ello se manifiesta en todos los campos de la vida de las mujeres y también de los hombres. Pero este hecho resulta inapreciable, transparente, como el aire que nos rodea y respiramos y que, sin embargo, resulta imprescindible para la vida. Para esta nuestra vida de hoy resulta imprescindible no ver la desigualdad, no cuestionarse todo, no pensar si lo estamos haciendo bien, mirar para otro lado, decir ya están estas de nuevo con la matraca de la igualdad y el feminismo ..buff!!

Y como eso ocurre en tantos campos de la vida diaria es inevitable formularse la pregunta ¿por qué ocurre? O más bien ¿cómo es posible que siga ocurriendo? Resulta evidente que se debe al temor de la pérdida del poder, el que sea, que embarga a los varones que tendrían que ceder espacio para compartirlo con ellas. Una especie de pérdida de lo que ha venido siendo su identidad masculina. Pero siempre que hay un yin hay un yan, en toda pérdida se gana algo y esa es la cuestión que, a mi juicio, no se ha planteado aún el querido compañero ¿ qué ganaría si cedo algo de espacio a las mujeres que me rodean?

Me he parado a observar el campo de la organización social (política, sindical, laboral, etc.) en el que sería esperado, y obligado, que las mujeres no estuvieran sometidas a la invisibilidad y, sin embargo, resultan invisibles aún siendo más visibles de lo que han sido años atrás. Intención paradójica podría llamarse a esto.  En poco tiempo he sido testigo de ejemplos paradigmáticos y muy frecuentes de este hecho, ejemplos concretos y recientes que tuve oportunidad de observar en primera línea.

El primero de ellos: Mujer de cierta edad exponiendo, a su debido turno, su opinión ante un tema relevante de política española en el cual discrepaba con un exalto cargo varón de edad aproximada. Éste no dejaba de interrumpirla antes de que finalizase su discurso por lo que ella –para defender su turno de palabra- tuvo que sacar la cuestión del feminismo, haciendo ver a la concurrencia que ese era uno de los modos típicos de lograr la invisibilidad femenina, a través del silenciamiento de la opinión. Las personas allí presentes reconvinieron a la mujer diciéndole que era muy mal pensada.

El segundo ejemplo: Grupo político de carácter renovador –incluso innovador- incardinado en una organización más grande, con historia, y que ha sido un referente en materia de igualdad en todas sus vertientes. Como en la mayoría de organizaciones de participación social aquí las mujeres son más numerosas y todas las personas tienen una elevada preparación académica y nivel intelectual. Casualmente, las mujeres se encargan de las labores de organización, redacción, coordinación interna de los miembros reservándose para los hombres las labores de representación, captación y presencia en medios. Hasta aquí todo muy normal, fiel reflejo de lo que ocurre en el resto de la sociedad.

Más recientemente, la labor del grupo ha tenido cierto éxito y es requerida la presencia de sus miembros en actos públicos, bien realizados por otras organizaciones o incluso por el propio grupo, surgiendo entonces el susodicho problema de la igualdad. ¿Cuál puede ser el problema que supone la igualdad en un grupo político renovador e innovador? Sencillamente, el no ver a las  mujeres. Y esto se muestra en dos vertientes. Primera: para que quede bien debe haber mujeres tal como la ley indica. Segunda: pero ¿Dónde elegirlas? ¿a quién podemos poner… si no tenemos?

El tercero y el cuarto pueden ir juntos. Las  elecciones sindicales en una empresa perteneciente al ámbito público, un sindicato de los denominados de clase. No solo no había en su lista la cuota exigible de mujeres sino que éstas iban al final de la lista. Un partido político grande que celebra un congreso de ámbito autonómico previo al congreso nacional. A la hora de confeccionar la lista de delegados para este último no se cumple con el número de mujeres y es preciso modificar la lista pero, entonces, se ve como estas se agrupan en los últimos puestos.

El problema que revela esta situación es que los hombres que las protagonizan no ven a sus compañeras. Ellos, que las tienen al lado cada día, las piensan como incapaces de exponer el ideario de la organización, manifestar opiniones y expresar argumentos,  hablar de un tema y desarrollarlo, etc. Así, ellas son convertidas en invisibles. Invisibilidad solamente válida a la hora de realizar trabajos hacia afuera, para los realizados hacia dentro las piensan como perfectamente capaces. Y, si la ley aprieta exigiendo la presencia de mujeres, las buscan fuera de la propia organización, grupo, empresa…todo antes de cambiar su forma de mirarlas, de pensarlas.

Volviendo a los ejemplos pregúntense, por favor, ¿qué hubiera pasado si la persona fuese hombre? ¿ sería continuamente interrumpido con el fin de que no consiguiese exponer su opinión? ¿Habría que buscar fuera del propio grupo a otros hombres? ¿ irían los últimos de las listas para cumplir con la paridad?

Una amiga, testigo de una de estas situaciones, me decía al respecto que las mujeres, hoy, estaban ya cansadas de luchar por la igualdad, de tener que sacar el hacha para cada reunión, cita profesional, congreso. Como si fuera antes, como si tuviesen 20 años, como si tuvieran aún algo que demostrar como conjunto. Casi mejor era antes cuando te decían que no eras lo suficientemente mona….susurra tras un suspiro.  

A pesar de ello las mujeres seguirán luchando, como las gallinas ante el zorro. Gallinas que viven su vida en el gallinero y en el patio. Zorro que necesita alimentarse, conservar el poder, que se las sabe todas, es simpático, versátil, astuto, teatrero, seductor e insinuante pero que, siempre, supone un peligro, algo de lo que es necesario defenderse, y que las pone en guardia. Las gallinas le temen, lo que no significa que estén indefensas y que aquel acabe siempre ganando. Para evitarlo existe el gallinero, la alambrada cada vez más alta, más tupida, más fuerte. En forma de leyes, jurisprudencia y educación, asociación, movilización.

Ahora bien, la pregunta que cabe hacerse es ¿que hubiera podido lograrse en términos de tranquilidad social, de avance del país, de felicidad de la ciudadanía si en lugar de invertir la energía de nuestras mujeres e instituciones en defenderlas y avanzar en sus derechos se hubiera invertido en políticas para desarrollar convivencia, dependencia, sanidad, etc.?

Juzguen ustedes mismos…

Gallinas temiendo al zorro