viernes. 29.03.2024

La realidad no suele equivocarse: una catarsis necesaria

Tras las elecciones gallegas y vascas, algunos líderes socialistas se han apresurado a poner nombre y apellidos al estropicio: Alfredo Pérez Rubalcaba. Es decir, la tentación de volver por los senderos del nominalismo sigue siendo poderosa. Sin embargo, momentos como el actual exigen cabeza fría, rigor y análisis de todos los factores que sobre él gravitan.

Tras las elecciones gallegas y vascas, algunos líderes socialistas se han apresurado a poner nombre y apellidos al estropicio: Alfredo Pérez Rubalcaba. Es decir, la tentación de volver por los senderos del nominalismo sigue siendo poderosa. Sin embargo, momentos como el actual exigen cabeza fría, rigor y análisis de todos los factores que sobre él gravitan. En el horizonte, el PSOE tiene, tras las próximas elecciones catalanas, el reto de una Conferencia Política. Quizá lo más lógico sea convertirla en espacio privilegiado para la reflexión sobre la situación del PSOE hoy y de su relación con la sociedad, más allá incluso de la coyuntura electoral reciente. A mi juicio, es imprescindible que allí se produzca una catarsis que polarice la atención de la izquierda y del progresismo. Que, por sus propuestas, interese a los ciudadanos abriéndoles una perspectiva ilusionante (aunque hablar de ilusión, hoy, sea una ironía). Que comience, con humildad, a trazar una senda de recuperación de la credibilidad entre amplios sectores sociales. Cierto que, con la estructura de representación en que la Conferencia se basa, el objetivo no parece fácil. Pero vivimos un momento en el que hay que hacer de la necesidad virtud: si no actúa así, el PSOE corre el riesgo de convertirla en una oportunidad perdida (una más). Y no está escrito que ese partido vaya a ser siempre un partido con posibilidades de gobierno: la sombra de la debacle socialista en Grecia es alargada y el sorpasso Syriza es algo más que un aviso. En otras palabras: lo del suelo electoral es un mito como cualquier otro.

¿POR QUÉ CRECEN IZQUIERDA UNIDA Y UPyD?

Uno de los fenómenos que están influyendo de manera creciente en el mapa político español es el incremento más que significativo de fuerzas políticas que o bien fueron pensadas “a la contra” y con un sustrato férreamente personalista como UPyD o bien mantienen raíces históricas en la crítica a las posiciones moderadas de izquierda, a la socialdemocracia, como Izquierda Unida. Todas las encuestas de los últimos meses (privadas y del CIS) vienen a consolidar la tendencia que se mostró en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011 y que no tardó en confirmarse en las generales del 20-N. El perfil “antipartidos tradicionales” de ambas fuerzas, su limitada experiencia de gobierno (lo que les hace aparecer ajenos a los más sonados casos de corrupción) y su sintonía con la crítica global que se viene haciendo al estrablishment político por las organizaciones sociales movilizadas con la crisis, los sitúa en una posición privilegiada para captar el descontento social ante lo que la generalidad de los comentaristas y opinadores llaman “clase política”. De esa crítica, que esponja la conciencia de colectivos cada vez más amplios de la sociedad, la víctima propiciatoria no es otra que el partido socialista. Eso se ha evidenciado de manera peculiar en las elecciones de Euskadi y Galicia (en Euskadi, con el sorpasso de Bildu; en Galicia, con el resultado de AGE/Beiras), cuyas especificidades requerirían análisis aparte. No obstante, ambas comunidades presentan un doble denominador común: el serio retroceso socialista, precisamente en tiempos de duros recortes y con un PP gobernando en el ámbito estatal, y una alta abstención, que una vez más se ha cebado, sobre todo, con ese partido.

Lo que evidencian las encuestas para el conjunto de España es la existencia de un muy alto porcentaje de voto que fue socialista en su día (más de 4 millones de electores) y que ha entrado en situación “transitoria” o “provisional”: es decir, voto descontento con la actuación del PSOE desde mayo de 2010, que duda entre el apoyo a uno u otro de los partidos citados o se abstiene, y cuya recuperación para la opción socialdemócrata sólo depende del propio PSOE. A ese respecto, no sería errático afirmar que, a la luz de lo que reflejan las encuestas, IU y UPyD están canalizando/capitalizando una parte del voto descontento con el PSOE y transformando en iniciativas concretas en el Congreso, en ayuntamientos y en parlamentos autónomos (“pongamos que hablo de Madrid”, escribió y cantó Sabina) algunas de las aspiraciones planteadas en las movilizaciones del 15-M o del 25-S: más transparencia, más participación, austeridad, recorte del gasto suntuario, menos ostentación, más cercanía.

La crisis económica está teniendo efectos brutales en la vida cotidiana de los ciudadanos. A esos efectos, que están cambiando costumbres, relaciones personales y sociales en millones de hogares, que están enterrando el porvenir (o desplazándolo a otros países) de al menos dos generaciones de jóvenes altamente cualificados y convirtiendo los presupuestos familiares de cientos de miles de personas en una suerte de “caja de resistencia” de parados de larga duración y jóvenes a la busca del primer empleo, los ciudadanos no encuentran respuesta en la actuación del principal partido de la izquierda. Saben que los recortes se derivan del enorme agujero del sistema financiero provocado por bancos y cajas y se sienten indefensos ante sus tropelías: las comparecencias en el Congreso no han servido más que para sembrar aún más desconfianza en el sistema y el hecho de que la única actuación judicial en el “caso Bankia” no haya sido encabezada por el PSOE, sino por uno de los partidos antes citados, UPyD, ha venido a acentuar, con algunas dosis de perplejidad añadidas, esa desconfianza.

Si a ello agregamos que cuando en instituciones autonómicas o locales, alguna fuerza minoritaria ha sometido a votación medidas ejemplificadoras que afectan al “status” del cargo público (reducción de coches oficiales, vuelos en turista en vez de en bussines, eliminación de injustificados complementos para vivienda cuando se dispone de ella, reducciones salariales por encima de la media, etc), el PSOE ha reaccionado de manera dubitativa, con mala conciencia, votando en contra o apresurándose a calificar de demagógicas medidas que el ciudadano medio ve justas e imprescindibles, podemos entender la dimensión del muro que se viene levantando entre el partido y los ciudadanos. Un muro que se hace aún más opaco cuando en determinadas regiones se aplica, en las relaciones del citado partido con sus trabajadores, la reforma laboral promovida por la derecha y contra la que el propio PSOE se confrontó en el parlamento y en la calle. Todo ello siembra escepticismo entre gran parte de los militantes, que acaban por ver el partido como un mecanismo de “realización profesional” de unos pocos en el que casi nada pueden aportar desde el debate y la reflexión, por lo que optan por el distanciamiento y el refugio en la vida personal y profesional. Si esa es la percepción de parte de los afiliados, ¿qué no será la percepción de los electores?

EL CONTENIDO DE LA CATARSIS

Por ello, parece imprescindible que el PSOE trabaje a fondo, sin corsés y sin condicionantes previos, por recuperar la empatía perdida con sus electores y por ampliarla con nuevos sectores sociales. El objetivo no es fácil: son más de cuatro millones los votos perdidos en 2011 y su recuperación ha de hacerse mirando al futuro y, a la vez, pisando firme el terreno del presente y evitando que, una vez más, lo que debe de ser un proceso regeneracionista e innovador desde el punto de vista político, ideológico y funcional, asumido por militantes y simpatizantes, sea una suerte de “vendetta” de quienes se consideraron derrotados en el congreso de Sevilla.

El PSOE, que lleva años renqueando o viviendo de las rentas de un “tiempo de esplendor”, debería afrontar algunos desafíos que no pueden esperar más (y que, probablemente, la Conferencia Política habrá de apuntar para un futuro congreso). A mi juicio, los desafíos esenciales son cuatro:

1. Ofrecer a la sociedad una alternativa económica y social nítida, que haga frente a la crisis con propuestas creíbles y progresistas. Medidas concretas de reforma fiscal gravando a las grandes fortunas, a las operaciones especulativas, a las SICAV, utilizando el impuesto de sociedades y los tramos altos del IRPF como vía recaudatoria, junto a un abanico de actuaciones claramente definidas de defensa y mejora de los servicios públicos. A ellas habría que añadir propuestas a defender en el ámbito europeo con el conjunto de socialistas y progresistas de la Unión que deberían ir presididas por la decidida voluntad de abanderar una regulación inequívoca del sistema financiero y una renegociación, en plazos e intereses, de la deuda. Se trataría, así, de poner sobre la mesa un horizonte de esperanza real a nivel nacional e internacional. No es razonable que los ciudadanos sepamos de un encuentro del partido de los socialistas europeos al que acude una numerosa representación española y que desconozcamos cuáles son las iniciativas que se vienen planteando o lo sepamos de manera oblicua a través de noticias alusivas al PSF, a Hollande o al SPD y a su nuevo líder. No es razonable que las voces que a nivel europeo se pronuncian sobre la crisis y sus salidas sean las de Angela Merkel, del Bundesbank, o del Banco Central Europeo mientras que la voz del partido de los socialistas europeos está ausente o difuminada.

2. Convertirse, de verdad y no sólo en términos declarativos, en partido-parte de la sociedad cuyos cargos públicos actúan y viven como vive un ciudadano medio que, a su vez, es reconocido como suyo por la sociedad. Eso afecta a la democracia interna, a la participación de los simpatizantes y a la permeabilidad de sus estructuras. El elector socialista y progresista espera del PSOE medidas valientes, decididas, fácilmente identificables con su vocación profundamente democrática e igualitaria. Medidas orientadas a la recuperación e la credibilidad perdida, a empatizar con las aspiraciones ciudadanas y con sus dificultades en un tiempo de crisis económica como el que vivimos. Eso no es fácil, es obvio, aunque debiera serlo. ¿Por qué no lo es? Porque avanzar en esa dirección supone acabar con pautas consolidadas durante décadas, sacrificar “estatus personales”, romper con la vocación vitalicia del ejercicio del cargo público limitando drásticamente el número de mandatos (se puede pasar de una institución a otra manteniendo la condición de cargo público desde la más temprana juventud hasta la jubilación: hoy concejal, mañana diputado autonómico, pasado alcalde, al otro diputado en el Congreso, más tarde senador y cuando acabe el “cupo”, miembro de un consejo de administración) y hacer un sincero y efectivo ejercicio de complicidad con los ciudadanos: elección de los candidatos en primarias abiertas a los simpatizantes, listas desbloqueadas, supresión de las diputaciones provinciales (aunque suponga la pérdida de no pocos “puestos de trabajo”), reforzamiento de los mecanismos de relación permanente con los electores utilizando las redes sociales y actuar sin contemplaciones contra cualquier indicio de corrupción (siempre es mejor pasarse que no llegar).

3. Recuperar los lazos con el tejido “crítico”, con lo más dinámico de la sociedad. Es decir, enterrar una concepción que hace del partido una suerte de “empresa donde hacer carrera”, de profesionales expertos, esencialmente, en vida interna. Eso ha convertido, al cabo de los años, a determinadas organizaciones regionales en auténticas “sociedades de socorros mutuos” en las que la aspiración de los militantes más activos, incluso desde que ingresan en las juventudes socialistas, es ejercer una labor retribuida y, a ser posible, eternizarse en ella en distintas responsabilidades: eso genera desconfianza ante cualquier intento de apertura y convierte la labor política en un medio para evitar cambios en la “correlación de fuerzas interna” más que en un trabajo hacia y con la sociedad. Como consecuencia de ello, la idea de que es mejor no crecer se convierte en leit-motiv no explícito pero real que cercena toda posibilidad creativa y que hace de las organizaciones de base, en barrios y pueblos, núcleos cerrados a la ciudadanía en los que la desconfianza hacia quien pretende afiliarse al partido es la norma (salvo que el nuevo afiliado venga adscrito a la corriente dominante en el lugar). El resultado es un partido aparte, separado de la sociedad.

Eso es especialmente dramático en el ámbito de la relación del partido con los sectores más inquietos y más propensos al ejercicio de la crítica. El alejamiento gradual de urbanistas, ingenieros, economistas, médicos, profesores y catedráticos o escritores y otros integrantes del mundo de la cultura y del arte o de la ciencia —a los que se convoca de cita en cita electoral para olvidarlos al día siguiente—, es uno de los grandes males a los que conduce esa dinámica. Se va produciendo una selección en negativo porque el cargo público hecho en la vida interna desconfía del profesional cualificado, ve con incomodidad el talento, la creatividad, el rigor profesional y, sobre todo, a quien tiene su proyección personal fuera del partido: no hay más que ver la evolución de los grupos municipales o parlamentarios desde el comienzo de la transición hasta hoy para darnos cuenta del cambio que se ha producido en su composición interna: lo que prevalece es la “lógica del aparato”, en muchas ocasiones (las más) ajena completamente a la “lógica de la sociedad”.

4. Definir un modelo de estado, desde el punto de vista territorial, comprensible para los ciudadanos cuya defensa sea homogénea en todos los rincones del país y que combine diversidad y unidad. La propuesta federal no parece descabellada. Darle mayor concreción, afinar su diseño y, sobre todo, convertirla en una propuesta entendible y clara, basada en ejemplos de realidades existentes en otros países, podría hacer del PSOE el instrumento adecuado para encabezarla y ganarse el respaldo de la ciudadanía de las distintas comunidades autónomas, especialmente de las llamadas históricas, Catalunya y Euskadi sobre todo.

CONCLUSIÓN (PROVISIONAL)

Probablemente, lo hasta aquí expuesto no sea más que un ejercicio de reflexión basado en la buena voluntad, en la experiencia propia y en la atención (admito que puede estar equivocada) a lo que Antonio Machado definió como “lo que pasa en la calle”. He intentado trasladar, con ello, impresiones recogidas de ex-militantes socialistas, de militantes apartados desde hace años de la vida cotidiana de las agrupaciones, de ciudadanos de a pie preocupados por la realidad política, de intelectuales (escritores, poetas, críticos) que se autocalifican de izquierdas y más o menos próximos a la socialdemocracia. A mi juicio, ahí están las fallas a las que tiene que dar respuesta el conjunto de la militancia socialista y sobre las que debiera reflexionar a fondo la Conferencia Política anunciada. No es un problema de nombres, ni de rostros más o menos jóvenes, sino de modelo de partido, de coherencia ideológico-política con los principios que sustentan el socialismo democrático y, sobre todo, de atención al hombre de la calle, desde aquel que demanda una hebra de esperanza para sus condiciones de vida del principal partido de la izquierda hasta aquel que, por formación y experiencia profesional, exige de él pensamiento crítico, inconformismo, creatividad y cercanía con la gente, comenzando por aquellos ciudadanos que peor lo están pasando y terminando en los más jóvenes, que cada día que pasa saben menos del PSOE “mítico” que hizo la transición y construyó el estado del bienestar al que las políticas del PP amenazan de demolición.

La realidad no suele equivocarse: una catarsis necesaria
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