sábado. 20.04.2024

El decálogo de la perplejidad: lo que algunos no han entendido

Aparato y Gestora contemplan estupefactos cómo Pedro Sánchez al que daban por muerto no tiene más que anunciar un acto público para que se produzca un lleno total.

Sánchez acto publico
Sánchez en un acto publico en Ourense. (Foto: Twitter)

Aparato y Gestora contemplan estupefactos cómo un secretario general al que daban por muerto no tiene más que anunciar un acto público en la localidad que sea o un encuentro con militantes para que se produzca un lleno de los que no se recordaban desde los años en que el PSOE ganaba de calle las elecciones

El Entrego,  Dos Hermanas, Cádiz, Círculo de Bellas Artes de Madrid, Chirivella, Orense, Valladolid, Ceuta, Zaragoza…. Lugares que han sido testigos de actos públicos con recintos abarrotados y protagonizados por un ex secretario general llamado Pedro Sánchez que fue removido de su cargo un aciago día de octubre para, con ello, derribar los obstáculos que impedían que Mariano Rajoy renovara mandato pese a no contar con una mayoría para la investidura. Se le acorraló con métodos hasta entonces desconocidos por su crueldad y falta de tacto, por la frialdad con que fueron ejecutados y por la terrible lectura que hizo la sociedad: se descabezaba al partido socialista para, bajo la excusa de la estabilidad, dar el gobierno a la derecha. También había una lectura complementaria: se descabezaba al partido socialista para, bajo la excusa de evitar terceras elecciones, dar la llave de su convocatoria al actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que, en caso de no poder aprobar presupuestos, podría convocarlas cuando mejor le conviniera. Quienes impulsaron la “operación”, una operación con rasgos claramente conspirativos, hoy contemplan estupefactos el tsunami colectivo que está protagonizando la militancia socialista ante los actos de Pedro Sánchez. ¿Es sorpresa? ¿Es desconocimiento?  ¿Es puro desconcierto ante algo que no entienden? ¿Es perplejidad ante una militancia que parece liberada de los mandatos de un “aparato” que le faltó al respeto y al que, en consecuencia, han perdido el ídem?

A mi juicio, quienes hoy impulsan, nerviosos y con una abrumadora aglomeración de barones territoriales, cargos públicos y exministros y expresidentes, la candidatura de Susana Díaz, no han entendido lo que yo llamaría el “decálogo de la perplejidad”. Es decir, no han entendido:

UNO. Que la base del PSOE se compone de miles de militantes entregados, cuya vida laboral no depende de su posicionamiento en los debates internos, que siempre han actuado con responsabilidad y sentido partidario, que han llegado incluso a asumir con resignación giros inexplicables, concesiones innecesarias a la derecha…. Hasta que han comprobado que su voluntad, expresada en voto secreto, podía ser vulnerada por 17 dimisiones urdidas a sus espaldas y por quienes se habían mantenido mudos en el Comité Federal durante meses ante el no a Rajoy de Sánchez. Los militantes son celosos defensores del valor de su voto secreto y en urna, de su capacidad de decisión frente a quienes tienen acceso a poderosos medios de persuasión y de influencia.  

DOS. Que para una gran parte de la militancia (probablemente la mayoría) sería ética y políticamente insoportable formar parte de una organización dirigida por una cúpula procedente de una quiebra de la norma estatutaria y del principio de lealtad entre compañeros y, sobre todo, de la decisión de unos pocos con mucho poder de acabar con el Secretario General al precio que sea y no importa de qué modo (con lo fácil que hubiera sido par ellos dejar que opinaran los militantes promoviendo de manera abierta la abstención). No es la militancia, como parece deducirse de las declaraciones de algún “barón”, una masa de analfabetos funcionales sin capacidad de discernir por sí mismos: son profesores, abogados, amas de casa, empleados de banca, parados, universitarios…. con tanta capacidad de reflexión, al menos, como el más brillante de sus diputados o senadores. Como poco.

TRES. Que para la mayoría de los militantes votar NO a Rajoy era la máxima expresión de responsabilidad y sentido de Estado toda vez que se trataba de impedir la continuidad de un gobierno cuyo partido está imputado por corrupción en una decena de causas y de buscar hasta el agotamiento un gobierno alternativo que abriera paso a un período de regeneración democrática, de medidas anticorrupción, de recuperación de las conquistas sociales perdidas o deterioradas, de abrir un tiempo nuevo que presentaba dificultades, sin duda, pero también grandes posibilidades de abrir paso a políticas de progreso. Es decir, lo que en Valencia, Aragón, Castilla La Mancha, Extremadura, Asturias o Baleares ha posibilitado presidentes socialistas.

CUATRO. Que para la inmensa mayoría de los electores jóvenes Felipe González, Alfonso Guerra, el propio Zapatero, al igual que Corcuera, Leguina y los llamados “barones territoriales” como Fernández Vara, García Page o Lambán, entre otros, son la representación del pasado, del partido que rompió la complicidad con sus votantes en mayo de 2010 dando la vuelta al programa electoral como un calcetín y haciendo justo lo contrario de lo que hacía sólo unos meses les habían prometido.

CINCO. Que los militantes, tan confiados siempre, tan generosos, tienen que tener una motivación muy poderosa para aportar fondos de su propio bolsillo a la campaña de un candidato “no oficial” hasta lograr en menos de 24 horas que un crowdfunding recaude la friolera de 40.000 euros cuando todo el mundo sabe el sacrificio que para cada uno de ellos supone mantener la cuota o hacer frente a cuotas extraordinarias. Un dato que revela una marea de fondo sin precedentes.

SEIS. Que quienes dan la cara día tras día en el barrio, en la empresa, en el centro de estudios, en el mercado, es decir, los militantes que hacen las campañas, llenan los mítines, reparten propaganda, sacrifican fines de semanas, tardes y vacaciones para que su partido avance, se avergüenzan de las políticas complacientes con el PP de la Gestora, rehúyen a los vecinos para evitar una explicación en la que no creen o se sienten avergonzados cuando, en distritos y ayuntamientos, los cargos públicos del PP les agradecen en público su “sentido de la responsabilidad” y la abstención en la investidura.

SIETE. Que la socialdemocracia ha perdido espacio político y prestigio social por actuar con tibieza frente a la crisis económica, por aceptar acríticamente o con leves retoques las recetas neoliberales, por no poner en pie una alternativa a nivel europeo que ponga en primer plano la defensa del estado del bienestar, del empleo, de la dignidad de los trabajadores y de las clases medias, una socialdemocracia que no ha sido lo suficientemente beligerante y activa contra la brutal política anti refugiados aplicada por la Unión Europea.

OCHO. Que gran parte del espacio de la izquierda que históricamente perteneció al PSOE está hoy ocupado por al menos 3,5 millones de votos que huyeron hacia Unidos Podemos por sus cesiones, por su alejamiento de la base social, por su insensibilidad y por su creciente falta de permeabilidad ante los nuevos fenómenos sociales, ante las nuevas demandas y exigencias de la juventud, ante la falta de respuestas al desempleo. En la Universidad, en el mundo de la cultura, entre los jóvenes, el PSOE ha pasado a ser una fuerza poco menos que testimonial y la edad media de sus electores, en datos del CIS, está en los 54 años.

NUEVE. Que sólo recuperando la condición de fuerza mayoritaria de la izquierda es posible ampliar el espacio político hacia zonas más moderadas, hacia el centro izquierda: el PSOE de la primera etapa de Felipe González, antes de ganar centralidad ocupó el espacio de la izquierda reduciendo al PCE a la mínima expresión gracias a una certera política de pactos con el propio PCE ante la cual los dirigentes más moderados no mostraban más que desconfianza. Los militantes, que viven la experiencia política a pie de barrio, ven con estupor que la perspectiva de futuro pasa por una realidad política en la que la derecha sólo dejará de gobernar si el PSOE lleva adelante una inteligente política de alianzas con el resto de la izquierda. En Portugal, el tan “nefasto” acuerdo del PSP con otras fuerzas de progreso (recordemos lo que se le dijo a Sánchez tras su visita a Lisboa tras el 20 D), no sólo ha posibilitado una mejora sustancial de las condiciones de vida de los sectores sociales que le apoyan y una reducción del desempleo, sino que ha generado una expectativa de voto que, en todos los sondeos, lo sitúa al borde de la mayoría absoluta.

DIEZ. Que Pedro Sánchez, sin cargo público, tras dimitir como diputado por no facilitar el gobierno al PP y a Mariano Rajoy y por no vulnerar los estatutos de su partido, ha conectado con las aspiraciones desinteresadas, sanas, con una saludable carga de idealismo y de utopía, de decenas de miles de afiliados hartos de promesas incumplidas, de justificaciones ante las renuncias programáticas, de confusión ideológica, mientras sostenían, día a día, con su esfuerzo, la red de locales, de agrupaciones, la relación directa del partido con la sociedad.

Por todo ello, aparato y gestora contemplan estupefactos cómo un secretario general al que daban por muerto no tiene más que anunciar un acto público en la localidad que sea o un encuentro con militantes para que se produzca un lleno de los que no se recordaban desde los años en que el PSOE ganaba de calle las elecciones. Por eso, observan con nerviosismo cómo precisan de la movilización de todo el aparato de cargos públicos y “cargos intermedios” para llenar recintos que el equipo de Sánchez llena con sólo anunciarlo. Y se esfuerzan por presentar a Sánchez como un irresponsable, como un perdedor nato, como un loco peligroso que quiso pactar con los que “rompen España” una abstención (los mismos, por cierto, con los que el PP pactó la Mesa del Congreso y los mismos con los que Rajoy “se ve en secreto” o a los que la vicepresidenta invita a negociar un día sí y otro también, incluso instalando oficina gubernamental en Cataluña). Sin embargo, eluden lo esencial: la lectura del proyecto que hizo público Sanchez el 3 de marzo en el Círculo de Bellas Artes no es más que una propuesta de “reformismo fuerte”, una búsqueda, en el marco de la globalización, de la raíz de la socialdemocracia que permitió la construcción de una Europa habitable para la inmensa mayoría, una apuesta por profundizar en la democracia y por acabar con la política de recortes que, lejos de resolver los desafíos de la Europa del bienestar, ha servido a los intereses de minorías económicamente poderosas y alimentado populismos cimentados sobre el paro, la miseria y la pérdida de derechos que las políticas neoliberales han convertido en moneda corriente. No es, bajo ningún concepto, populismo ni inclinación “podemita”, ni radicalismo de izquierdas (¿Narbona, Borrell, Escudero, Elorza… son ahora peligrosos populistas y radicales?). Es, lisa y llanamente, socialdemocracia.

Hay dos generaciones de jóvenes (las de mis hijos) que han madurado con referencias distintas al PSOE en el seno de la izquierda. Son millones de votantes progresistas para los que el PSOE hoy representa “lo viejo”, el pasado, la cara amable de la derecha. Sólo con un impulso de renovación y con una recuperación de la credibilidad perdida ese partido podrá invertir esa tendencia. Los jóvenes (nuestros hijos) volverán a mirar al PSOE cuando eso sea real. A mi juicio, sólo será posible si Sánchez es restituido a la responsabilidad de la que sólo la militancia tenía legitimidad para removerlo. No es casual que en todos los sondeos aparezca, de manera abrumadora, como el candidato preferido de los votantes socialistas. Tampoco lo es que todos los diarios de ámbito nacional, las televisiones y la práctica totalidad de los tertulianos de distintos medios sean beligerantes (en algún caso rozando la histeria) contra Sánchez. No. No es casual: casi seguro.

El decálogo de la perplejidad: lo que algunos no han entendido