martes. 16.04.2024

Rajoy y Puigdemont, dos pirómanos

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En enero del 2006, Rajoy y el PP, iniciaron una fuerte campaña mediática de recogida de firmas contra el Estatut de Cataluña. El objetivo fundamental era la visión política, con fines electorales, de estimular el nacionalismo español

El conflicto de Cataluña ha llegado a un punto crítico. Ahora ya no hay retorno al pasado sea cual sea su resolución, mejor con unas elecciones en Cataluña o peor con la aplicación del 155, el mal ya está hecho y sin duda tardarán mucho tiempo en curarse las heridas.

Esta situación que comportará una profunda regresión económica, política y social no sólo en Cataluña sino en el conjunto de España, ha provocado ya una fuerte destrucción de la cohesión social dentro de Cataluña. Hoy la depresión, la tristeza y la desconfianza son palpables en la ciudadanía y costará mucho restituir incluso las relaciones personales afectadas.

Los máximos dirigentes de los dos gobiernos son responsables de la situación. Han encabezado unas políticas que han negado el diálogo y han jugado a la confrontación a ver quién llegaba más lejos y quien se hacía atrás antes. Su ceguera los desacredita como dirigentes políticos puesto que su función es precisamente utilizar la política para resolver los problemas no atizar los conflictos hasta hacerlos irresolubles.

No hay duda que el principal responsable de todo ha sido Mariano Rajoy. En enero del 2006, Rajoy y el PP, iniciaron una fuerte campaña mediática de recogida de firmas contra el Estatut de Cataluña. El objetivo fundamental era la visión política, con fines electorales, de estimular el nacionalismo español hacia un enemigo externo que era el peligro de una Cataluña que de forma limitada era reconocida como una nación.

Posteriormente la campaña dio un nuevo salto al presentar una impugnación del Estatut, aprobado por el Parlamento español, el Parlamento catalán y ratificado por el pueblo de Cataluña, ante el Tribunal Constitucional. Posteriormente el PP maniobró para excluir a magistrados del Constitucional que en principio fueran favorables al Estatut de Cataluña, para conseguir una “mayoría espuria” favorable al recorte del texto estatutario. Desde aquel momento hasta ahora Rajoy ha estado condicionado por su trayectoria basada en la potenciación del nacionalismo españolista, lo cual lo ha imposibilitado en su etapa como Presidente de Gobierno para dar y ni siquiera intentar una salida política a la problemática catalana.

Rajoy y su partido están prisioneros de su historia, y por lo tanto es muy difícil que pueda hacer una propuesta de solución fuera de la de la fuerza para solucionar el problema de Cataluña, es prisionero de su pasado

Después del recorte del Estatuto algo cambió en la relación de la ciudadanía de Cataluña con el Estado. El  ex-Presidente Montilla lo denominó de forma acertada como “una profunda desafección”. Cataluña se sentía menospreciada y por lo tanto discriminada, todavía más cuando artículos recortados después no fueron impugnados en los procesos de renovación de otros estatutos como los de Andalucía o la Comunidad Valenciana entre otros.

Rajoy y su partido están prisioneros de su historia, y por lo tanto es muy difícil que pueda hacer una propuesta de solución fuera de la de la fuerza para solucionar el problema de Cataluña, es prisionero de su pasado. Una parte importante de sus votantes no podría entender que después de encender la antorcha del nacionalismo españolista y anticatalán ahora diera un giro en su política para solucionarlo de forma pacífica y negociada. El primer pirómano no tiene salida y por eso estimula de nuevo el patrioterismo nacionalista español.

Carles Puigdemont es la otra cara de la misma moneda. El hombre que sucedió a Artur Mas. Mas era el típico político nacionalista de CDC de derechas y no independentista. Él inició la política de los recortes en Cataluña con el apoyo parlamentario del PP, antes de que empezaran en el conjunto del Estado. Esto provocó fuertes movimientos reivindicativos que pusieron en cuestión su futuro político. Artur Mas se encontró con una importante manifestación independentista el 11 de septiembre del 2012 a la que él fue ajeno completamente. Pero a partir de aquella fecha cambió rápidamente y se añadió al movimiento e incluso lo encabezó. Comprendió que la oleada independentista le permitía dirigir la culpa de todo el que pasaba hacia el gobierno del Estado.

Posteriormente y después de unas fallidas elecciones “plebiscitarias” que los independentistas ganaron en escaños pero perdieron en votos se vieron obligados, la coalición de JxS, a establecer un pacto con los independentistas radicales de la CUP que pusieron como condición la retirada de Artur Mas. Y es aquí donde aparece Carles Puigdemont hasta entonces un político de CDC de segunda fila, alcalde de Girona, e independentista convencido. Puigdemont ha sido sin duda un político que ha deshecho más que ha hecho. Seguramente sin querer ha ayudado a la política del PP y de C’s de conseguir dividir la ciudadanía de Cataluña. Al hacer una apuesta por la independencia o nada, Puigdemont ha roto la unidad mayoritaria de una gran parte de la ciudadanía catalana que desea más y mejor autogobierno. Se ha aislado de cualquier otra fuerza política, y con la ventaja de un discurso nacionalista extremo basado en las emociones y que huye de la realidad ha conseguido tener un sector de la población movilizado y que cree que conseguir la independencia era cosa de “coser y cantar”. El aparato de propaganda del independentismo no ha cesado en los últimos tiempos, con el apoyo de los medios de comunicación públicos y otros afines, de presentar un “futuro virtual” de una Cataluña que sería “un país nuevo” donde todo iría mejor. Todo esto construido bajo un falso espejismo que huía de toda realidad.

El resultado ha sido un despertar muy duro de llevar. Rechazo claro de la comunidad internacional y de forma especial de la Unión Europea. Fuga masiva de empresas. Ruptura interna de la ciudadanía catalana. Con unas consecuencias futuras económicas, sociales y políticas de grave crisis. Esto llega a su punto culminante cuando los días 6/7 de septiembre el Parlament adopta de forma ilegal, vulnerando las propias normas del Estatut de Cataluña unas supuestas leyes de Referéndum y Transitoriedad hacia un nuevo Estado. Puigdemont ha hecho algo increíble que es vulnerar la propia legalidad que le da su cargo representativo. Se trató de un verdadero “coup d’etat” contra la legalidad catalana. A pesar de ello Puigdemont ha tenido un gran aliado sin el cual estaría ahora mucho más contra las cuerdas. Este aliado en su tarea pirómana es Mariano Rajoy, la intervención en las consejerías para evitar el referéndum movilizaron la población independentista para hacer posible el falso referéndum del 1-O. Las cargas policiales tuvieron un efecto devastador y favorable a Puigdemont con la movilización de una buena parte de la sociedad,  incluidos no independentistas contra la represión vivida. Posteriormente el independentismo pasó sus peores momentos con la fuga de empresas de Cataluña y la manifestación anti-independentista del 8-0.

Pero nuevamente Rajoy mediante la fiscalía consiguió el “martirologio” de la entrada en prisión del dos “Jordis” con la consecuente respuesta ciudadana no exclusivamente independentista. Ahora la DUI y el 155 ponen los dos pirómanos frente a frente.

Aquello más normal, lo natural en política entre dos dirigentes políticos que piensan diferente es encontrar mediante el diálogo y la negociación una salida que pueda ser aceptada por ambas partes. Esto comporta que ninguno pueda salir perdedor y por lo tanto un “mínimo común denominador” que pueda poner fin al conflicto. Pero esto parece difícil conociendo a nuestros pirómanos y es difícil pensar que a estas alturas pueda haber solución.

Sin profundizar en el tema hay que destacar el papel subalterno que durante todo este tiempo han tenido las opciones de la izquierda, incapaces de articular una posición propia, unitaria enfrente las dualidades de los nacionalismos excluyentes, lo cual los hace también responsables del actual “cul de sac”. Sin duda hará falta que sea objeto de una reflexión en otro momento.

Rajoy y Puigdemont, dos pirómanos