viernes. 19.04.2024

La noche triste de Tsipras

Recordando la Europa alemana del 12 de julio de 2015: la humillación a que se sometió a Tsipras en la reunión del ECOFIN.

txipras

No es el momento de detenerse en el repaso del calvario a que se ha sometido al gobierno griego presidido por Alexis Tsipras, de Syriza. No es de extrañar que, desde una Unión dominada y controlada por gobiernos de derechas, la irrupción de otro de izquierdas, por sosegada que haya querido ser, se haya recibido con hosquedad generalizada, con la inoperante salvedad de François Hollande, por parte de Francia, y de Matteo Renzi, por parte de Italia. Pero vendrá bien dedicar un recordatorio a la humillación a que se sometió a Tsipras en la reunión del ECOFIN de 12 de julio de 2015. Para hacerse una idea aproximada de lo que debió suceder durante la reunión, bastará recordar que el comunicado oficial de esa cumbre empieza diciendo que no se fían de Grecia, por lo que se “destaca la necesidad crucial de restablecer una relación de confianza con el gobierno griego como condición previa a un posible acuerdo futuro”. Las expresiones de desconfianza de este tenor se repiten a lo largo del comunicado. Garton Ash (Alemania necesita más debate interno, EL PAÍS, 30 de julio de 2015) ha calificado la reunión como “la noche de los insultos largos en Bruselas”, por “las humillantes demandas presentadas a Grecia y el estilo en que se hicieron”. Destaca la escandalera que se organizó cuando Wolfgang Schäuble presentó el documento con la indecente propuesta de expulsar a Grecia del euro: “A Grecia se le ofrecería la posibilidad de un tiempo fuera de la eurozona”. No me cabe en la cabeza la idea de que un ministro, por muy de finanzas y por muy poderoso que sea, se atreva a lanzar en una reunión del EUROGRUPO la posibilidad del Grexit sin el conocimiento previo de su Canciller. El filósofo Jürgen Habermas (The Guardian, 16 de julio de 2015), en una entrevista publicada poco después de la malhadada reunión, en que Tsipras se vio obligado a plegarse a las exigencias impuestas por las instituciones, bajo las presiones del germano Wolfgang Schäuble, criticaba a los gobernantes de su país en términos inequívocos. Tales exigencias “no pueden entenderse sino como un acto punitivo contra un gobierno de izquierdas. Eso es lo que hizo el gobierno alemán, cuando el ministro de finanzas Schäuble amenazó a Grecia con expulsarla del euro, mostrándose vergonzosamente como el flagelador en jefe de Europa. Con ello, y por vez primera, el gobierno declaró manifiestamente su voluntad de imponer una hegemonía alemana en Europa… Mucho me temo que el gobierno alemán, incluida su ala socialdemócrata, ha dilapidado en una noche todo el capital político que una mejor Alemania había acumulado en medio siglo. Y por ‘mejor’ quiero decir una Alemania caracterizada por una mayor sensibilidad política y una mentalidad postnacional”.

El único pero que se me ocurre poner a estas valientes, claras y lúcidas declaraciones del respetado filósofo y pensador  alemán es que el abuso perpetrado contra Grecia no es el primer caso en que la Alemania de Merkel hace ostentación de su autoridad imperial en la UE. No es la primera vez en que el gobierno alemán no se comporta como dirigente europeo, sino como un país prepotente y dominador.

Por más que sea un poco largo, y por venir de quien fuera ministro federal de Relaciones Exteriores y vicecanciller federal, voy a reproducir frases de un artículo de Joschka Fischer (Europa: Retorno al pasado, Proyect Syndicate/Institute for Human Sciences, 28 de julio de 2015). Critica con dureza el papel jugado por Alemania, a través de su ministro de finanzas, en la reunión del EUROGRUPO humillante para Grecia y llama la atención sobre lo que tacho de racismo económico germano. Dice así: “En el transcurso de la larga noche del 12 al 13 de julio en la que se produjeron las negociaciones para evitar la salida de Grecia de la Unión Monetaria, algo fundamental para la Unión Europea se quebró. Por primera vez, Alemania no quería más Europa, sino menos. La posición de Alemania en la noche del 12 al 13 de julio anunció su deseo de transformar la zona del euro como proyecto europeo en algo así como una esfera de influencia. La posición de Schäuble ha puesto de relieve con toda claridad la cuestión fundamental de la relación entre el sur y el norte de Europa, su pensamiento amenaza con tensar la zona del euro hasta el punto de ruptura. La creencia de que se puede utilizar el euro para lograr la “reeducación” económica del sur de Europa resultará ser una peligrosa falacia… y no sólo en Grecia. Como bien saben los franceses y los italianos, semejante concepción pone en peligro todo el proyecto europeo, que se ha basado en la diversidad y la solidaridad”.

De hecho, desde diferentes posiciones políticas dentro del país más importante de la Unión, se vienen haciendo serias advertencias sobre los riesgos que se derivan de la forma de actuar de Alemania. El que fuera mentor de Angela Merkel, el canciller Helmut Köhl (“Wir müssen wieder Zuversicht geben”, entrevista en Internationale Politik, 5, septiembre-octubre de 2011) hizo unas importantes y extensas declaraciones, claramente críticas con el gobierno de su país. Reconoció que Grecia, dada su situación económica, no debía haber entrado en el euro sin haber llevado a cabo previamente importantes reformas estructurales. “Sé de lo que hablo”, dice. “En las negociaciones sobre el euro, se ejerció una tremenda presión sobre nosotros para que Grecia estuviera desde el primer momento en la zona euro”. Pero Köhl supo resistir. “Con el cambio de gobierno de 1998 –llegada a la cancillería de Gehard Schröeder- desgraciadamente cambió la posición de Alemania”. El 1 de enero de 2001, Grecia entró en la zona euro. Traigo a colación estas declaraciones no tanto por lo trascrito, sino por su inequívoco pronunciamiento sobre el trato que se estaba dando a Grecia durante la discusión del segundo rescate. “Ahora no debe haber ninguna duda para un miembro de la Unión Europea y de la eurozona. Hay que ser solidarios con Grecia, porque es miembro de la Unión Europea y pertenece a la zona euro”.

Como haciéndose eco de las meditaciones de los muchachos de Forges (FRAGUAS, A., FORGES, Viñeta en El País, 6 de julio de 2015): “Europa será la solución cuando deje de ser el problema”, y porque los  escenarios han cambiado tanto, se ha llegado a escribir que “el problema de Europa no es Grecia, sino la propia Europa” (Martínez-Bascuñán: Nostalgia de liderazgo, EL PAÍS, 16 de agosto de 2015.

La dimisión táctica de Alexis Tsipras como primer ministro de Grecia, el 20 de agosto de 2015, una vez aprobado por el parlamento griego el borrador de memorando de entendimiento con los socios europeos, de fecha 11 de agosto del mismo año, y la subsiguiente escisión de Syriza, en nada cambian mis anteriores consideraciones y valoraciones. Tampoco dependen de los resultados electorales del 20 de septiembre de 2015. Según declaró al anunciar su dimisión, puede tener la conciencia tranquila y estar orgulloso por la batalla que ha dado. Hizo lo que pudo. Es una actitud realista y pragmática. Añadió que “hemos dado a Europa el mensaje de que tenemos que acabar con la austeridad”. Queda dicho. No es el primero y temo que no será el último en lanzar esta advertencia, salvo una repentina reconversión ideológica europea. ¿Lo ha entendido Europa? Porque esa es la cuestión. Europa tendría bien cargadas sus alforjas con mensajes de este tipo, si no los hubiera ido desparramando adrede por el camino.

La noche triste de Tsipras