jueves. 28.03.2024

Incendiarios de aulas

La Universidad española tiene problemas e incluso yo diría que vicios casi ancestrales y necesita muchas mejoras...

La Universidad española tiene problemas e incluso yo diría que vicios casi ancestrales y necesita muchas mejoras. Se está promoviendo un tipo de investigación y de evaluación científica que uniformiza el pensamiento. Se infravalora y descuida la docencia. Se desnaturaliza la interlocución con los estudiantes. Los sindicatos se han hecho patronos e incluso amos en aspectos de la vida universitaria que no debieran tener nada que ver con ellos. La carrera universitaria es cada día más innecesariamente abrupta y los consejos sociales son un completo fracaso pues no actúan ni como contrapesos ni como mecanismos eficientes y efectivos de control externo. Unas veces faltan recursos y demasiadas otras, sobra lo que decía Ramón y Cajal que no debía ser la respuesta a su carencia, la miseria de voluntades.

 Pero me parece que la tormenta que en las últimas semanas se ha desatado sobre nuestras universidades no tiene nada que ver con ello.

Por un lado, las críticas recientes que se prodigan formando coro contienen tanta exageración y desmesura que no pueden disimular su simple propósito de hacer daño. Por otro, se utilizan errores personales, fallos aislados de gestión o de mal uso de recursos como si fueran moneda corriente para criminalizar a la institución en su conjunto, lo que no es ni riguroso ni sensato ni justo. Y en este clima se han dado protestas estudiantiles que ya en varias ocasiones han terminado con lamentables episodios de violencia.

A mí me parece de una gran irresponsabilidad cívica jugar con ese tipo de fuego cuando los platós televisivos de mayor éxito se han convertido en circos; la discusión política, en una mera descalificación del adversario y cuando por doquier florece la exasperación, el rechazo al otro y el sectarismo.

Con todos los defectos que pueda tener, la Universidad es el templo de la inteligencia, como bien dijo Unamuno. Del saber y de la educación que allí se cultivan es de donde pueden nacer la concordia y la serenidad que se necesitan para vivir en paz, la capacidad de diálogo y el respeto a la opinión contraria para no matarnos entre nosotros por pensar diferente, el aprecio por la búsqueda colectiva de la verdad, el conocimiento y el progreso. Es decir, los prerrequisitos de la convivencia que en España estamos perdiendo a pasos agigantados. Poner a la Universidad en el centro de la diana es un error tremendo.

Como también dijo el viejo rector de Salamanca justo cuando a su lado gritaban “viva la muerte”, “a veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”. Sería deseable que la Universidad siga su ejemplo, que no calle ahora y que se presente ante la sociedad como lo que es, el mejor baluarte de la libertad, del respeto y de la paz.

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