jueves. 28.03.2024

¿Que socialismo?

Toma este artículo el título de un opúsculo de Norberto Bobbio donde el ensayista turinés intentaba contestar el interrogante que le daba nombre al libro. ¿Es hoy también en nuestro país el socialismo un interrogante?  La estrategia cortoplacista de sus dirigentes, enmarañada en la banalidad del marketing y el eslogan publicitario, representa la reinvención de una realidad tan ajena al pulso de la calle que produce frustración en las mayorías sociales. El Partido Socialista se percibe en un espacio político donde el debate ideológico se ha diluido ante un pragmatismo ad hoc al establishment  que expulsa de su formato polémico elementos sustanciales de la vida pública.

Se ha dejado arrastrar el PSOE por un pobre eclecticismo adaptativo al sistema que le sitúa paradójicamente en contra de su propia historia y de sí mismo. Incapaz de generar un paradigma diferente al que impone el microclima conservador, se pierde en la torcida creencia de que la ideología es una pesada carga que pone en peligro el pacto de la transición y, como consecuencia, su estatus oligárquico de “partido de Estado.” Es como si el socialismo hubiera sido creado para este régimen y su obsesiva actitud conservadora le empujara a desistir de su vocación de cambio e incluso de la capacidad de construir un modelo avanzado de sociedad.

No es una crisis coyuntural, sino de índole profunda que afecta a la misma razón de ser del partido y a los elementos más sensibles de su función política y sus modos de relacionarse con la sociedad. En ningún ámbito polémico de la vida pública se ubica sin holgura el partido socialista, salvo vaguedades dialécticas y orfandad de ideas que convierten su posición en un simulacro, un repertorio de actitudes de atrezzo demasiado elementales como para ser convincentes.

Sin una clara posición y función en la sociedad, ni capacidad de maître à penser para ser capaz de romper la cosmovisión narrativa que gran parte del imaginario colectivo le aplica trufada de timidez en las propuestas de progreso ante la excesiva influencia del poder económico y la dramática reversión social en nuestro país, padece el desafecto y falta de credibilidad por parte de la sociología de base que le debe ser propia. Ello representa que el PSOE tendrá que recurrir a una serie de toma de medidas espectaculares y trascendentes, y esperar a que sean aceptadas como verosímiles entre el electorado antes de poder aspirar a preservar su hegemonía en la izquierda. El problema es que esto demanda una recuperación de los modelos ideológicos y una construcción permanente de alternativas reales en todos los formatos de debate político que no se compadecen, en la mayoría de los casos, con el conservadurismo instalado entre los responsables socialistas que estiman que la influencia institucional del partido ha de fundamentarse en el acomodo a una inexistente sociología de centro. Deshabitado de impulso ideológico, de contenido teleológico y valorativo, el Partido Socialista se ha vuelto una organización mesianista.

La crisis del régimen por los excesos de unas élites excesivamente influyentes ajenas al escrutinio ciudadano y cuyos intereses prevalecen por encima de los generales, produce la quiebra de todos los elementos sensibles constituyentes de la nación y el malestar de la ciudadanía abocada a la incertidumbre de la pobreza, la exclusión, la constricción de derechos y la rampante desigualdad. Nada de ello podrá sobresanarse sin un reequilibrio democrático del poder económico y estamental. Si los dirigentes socialistas, actuales y futuros, consideran que esta labor regeneradora es una actitud excesivamente radicalizada, se habrá desnaturalizado tanto el partido que la ciudadanía lo seguirá percibiendo como bastión de un Estado en conflicto con la sociedad.

¿Que socialismo?