jueves. 18.04.2024

PSOE y la revolución desde abajo

El verso 20 de “El Cantar de mío Cid”, dice de Ruy Díaz de Vivar: “Dios, que buen vasallo si oviesse buen señor.”  Y es que de poco sirven las virtudes políticas cuando el poder, de la índole que sea, es renuente a la rendición de cuentas, cumplir compromisos o simplemente mantenerse fiel a los principios que deben constituirlo. El socialismo español padece, más que vive, una tormentosa deriva por una mala administración del concepto de poder e influencia.  El artefacto interno del Partido Socialista se ha ido sosteniendo en aquellos pretextos, simulacros y apariencias que lo alejaban de todo menos de un pragmatismo intelectualmente vulgar que se adaptaba a los acontecimientos en lugar de controlarlos y a una lucha por el poder orgánico sustentada en una devotio ibérica hacia aquellos que tejían redes clientelares al objeto de colmar sus ambiciones personales.

Las redes clientelares no se componen de personas con talento ni especialmente dotadas para la política o los asuntos públicos, sino por gente lisonjera con el poder, delatores, trapisondistas, intransigentes y muy celosos de su estatus ya que es su modo de vida y esto manejado desde enmoquetados palacios barrocos produce unos espacios de grosera irrealidad demasiados extensos para que no conviertan la política en un vulgar vodevil. El pensamiento crítico, la ideología, el criterio son siempre susceptibles de sospecha en esa simplificación grosera de la vida pública que encarna el clientelismo político.

Este concepto interno del poder ha producido en los territorios una reinvención del viejo caciquismo y un atrincheramiento centrífugo de intereses nominales celosos en ocasiones con el poder central orgánico  o con otros territorios convirtiendo al Partido Socialista en una confederación de taifas. Sin un modelo ideológico que aplicar, sin principios que mantener, sin sujeto histórico en que volcar la acción política, todo acaba sustanciándose en la fantasmagoría de la apariencia para ocultar una estructura oligárquica cuyos fines trascendentes han sido sustituido por la sumisión al  establishment económico y estamental del régimen establecido.

Sin embargo, la política, como la física, tiene leyes que no se pueden infringir o, al menos, no se pueden infringir impunemente. Los barones que propiciaron los acontecimientos del 1 de octubre no se percataron que se había roto el llamado por Noam Chomski “consenso fabricado” que consiste en conseguir que los votantes de una sociedad democrática sean espectadores y consientan ser conducidos por la intelligentsia gobernante. Todo ello, bajo la apariencia de un consenso democrático. Y esto, en el caso del PSOE en un doble ámbito, el institucional y el orgánico. Con ello se terminó la comodidad de la alternancia, de ser partido de Estado a costa de desistir de ser partido de la sociedad. Y ese final del “consenso fabricado” también se ha producido en lo interno.

Por ello, los que orquestaron el coup de forcé en el PSOE y su deriva posterior han  conseguido algo que parecía imposible hace unos meses: el entusiasmo de un considerable segmento de la base del partido, la movilización de la militancia mediante un reencuentro con la sensibilidad ideológica y el valor de los principios socialistas, mas no por ellos sino contra ellos,  como reacción contra el concepto de partido y contra la actitud de los barones que propiciaron la defenestración del secretario general y la abstención parlamentaria para que Rajoy siga gobernando, es decir, han conseguido involuntariamente que ese espíritu ilusionante del socialismo despierte y que haya sido para combatir sus políticas y su modelo de partido.

PSOE y la revolución desde abajo