martes. 23.04.2024

Postverdad, postdemocracia, ¿postsocialismo?

Las tendencias posts –postverdad, postdemocracia, postmodernidad- es moda que dura ya largo rato, en exceso quizá para lo que debería ser razonable, por cuanto en este caso es prefijo que indica siempre un modelo ideológico que hace de este tiempo un espacio incómodo para los valores de una sociedad sana, ya que en el contexto en el que hablamos no tiene una etimología sustantiva que indique un después sino un componente degenerativo del concepto, es decir, no es algo posterior a la verdad, a la democracia o al modernismo, sino la degradación como una nueva forma de verdad o de democracia. Como dijo Jean Cocteau, en última instancia todo tiene arreglo, menos la dificultad de ser, que no lo tiene.

No es ajeno en nuestro país a estas formas de inautenticidad el ecosistema consolidado durante siglos por la derecha y que es un desequilibrio histórico que encadena todas las singularidades perversas que han hecho del solar hispano un barbecho democrático al imponer como vigente e inconcuso un tiempo destinado a pasar. Ello demanda un sistema fundamentado en la desconfianza. En vez de entender las razones de la irritación ciudadana y darles respuesta política, los partidos constitucionalistas o dinásticos prefieren descalificar a los damnificados del malestar y reafirmarse en sus fallidas estrategias. Y todo esto, sin advertir lo pernicioso que supone  que en la democracia exista desconfianza a los ciudadanos y lo perverso que  sería si el resultado final de la crisis de representación fuera el retorno de los partidos de liderazgo fuerte y rigidez leninista, con la militancia al servicio incondicional del líder, como una especie de renovada devotio hispana.

Es lo que había previsto el pacto del consenso de la transición: un corporativismo de partidos habilitados para gobernar que operaban en cerrado cartel y en el cual consenso al PSOE le tocaba poner el marchamo de credibilidad al régimen de poder a costa de su propia calidad identitaria. No olvidemos que Orwell ya predijo que la posibilidad de que un partido político que trabaja para la defensa y el crecimiento del capitalismo fuera llamado “socialista”, un gobierno despótico fuera llamado “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística –y política- familiar.

Este sistema cerrado pasaba por el predominio de las élites ante cualquier tipo de extensión participativa de los ciudadanos en el ámbito democrático o de los militantes en el espacio orgánico. Sin embargo, el abuso de las élites en el aprovechamiento dual de la crisis ha llevado a la descomposición del tejido común, la debilitación de las pautas culturales que articulan una sociedad y, en última instancia, la ruptura del pacto social. Es la quiebra del régimen de la transición y la desaparición consecuente del bipartidismo. Ante ello, vivimos ahora entre dos miedos: el de los partidos tradicionales a perder su oligopolio y el de los poderes económicos a que los gobernantes pierdan el control de la ciudadanía y se amplíen peligrosamente los límites de lo posible, es decir, que la soberanía sea devuelta a los ciudadanos.

Si hay una representación plástica de todo lo anterior, es la que podemos encontrar en las principales fuerzas orgánicas que disputan las primarias del Partido Socialista. La misma Susana Díaz declaró recientemente, en un lenguaje de sesgo orwelliano, que acercarse a las bases del partido no era democrático. De una parte, tenemos a la vieja guardia del partido socialista, los artífices de la desnaturalización identitaria del consenso, el aparato de las redes clientelares y el neocaciquismo y las baronías oligárquicas intentando restaurar los mimbres de una realidad que ya no existe y de otra, un amplio sector de la militancia organizándose en plataformas para recuperar la voz y los ideales secuestrados por las élites.  Si el aparato y la vieja guardia vencen en estos trascendentales comicios internos del PSOE, se habrá consolidado un tiempo caliginoso de postverdad, postdemocracia y postsocialismo.

Postverdad, postdemocracia, ¿postsocialismo?