jueves. 25.04.2024

¿Es posible en España un Gobierno de izquierdas?

Un gobierno que trascienda a la mera acepción y sea capaz de construir procesos de transformación social.

¿Es posible en España en la actualidad un gobierno de izquierdas? Un gobierno que trascienda a la mera acepción y sea capaz de construir procesos de transformación social, que Identifique un ubi consistam común entre mandantes y mandatarios, una ubicación compartida para definir los límites y contenidos del poder.

La Transición, una vez derrotado Franco por la biología, superó las dos Españas, por abducción de la más extensa alrededor de los ijares de siempre: la imperante nación donde no se pone el sol de los conspicuos intereses de las minorías que, a falta de un espíritu nacional colectivo, pretenden que sus mercaderías y réditos sean la encarnación patria bajo el nombre de “marca España.” Esa España radical de los privilegios estamentales y económicos, que impone performativamente la casuística del lenguaje, los ademanes y los actos políticos, para construir un escenario donde la democracia, los derechos y libertades ciudadanas o la justicia social acaben siendo una fantasmagoría orteguiana.

El equilibro de lo mesurado es de tal excentricidad que se contempla en la esgrima de la vida pública española cómo la derecha radical reclama, de acuerdo con el ortopédico y parcial ecosistema político, una prudencia en la izquierda que obliga a la desnaturalización de los progresistas para ser parte del régimen. Son estas inercias históricas las que hicieron que el mismísimo conde de Romanones durante la Restauración canovista se considerara de izquierdas.

Este régimen ha provocado en la izquierda lo que en Francia llaman entropie représentative, término con el que se alude al deterioro de la relación entre electores y electos, donde la ciudadanía se encuentra enclaustrada en una dimensión de consumidores políticos, desencantados ya respecto de la posibilidad de controlar de alguna manera, directa o indirectamente, los mecanismos de las decisiones públicas. Porque la izquierda ha tenido que adaptarse a un régimen donde, por las rígidas hechuras sistémicas e intereses fácticos, su desnaturalización es una coda obligada ya que cualquier proceso de auténtico cambio social, la pulpa nutritiva de la izquierda, es considerado un extremismo intolerable. No hay que olvidar que la democracia es un régimen de poder y una reforma es una corrección de abusos mientras un cambio es una transferencia de poder, lo que produce que una izquierda tímidamente reformista no pueda evitar los déficits democráticos. 

Hay una cita que se atribuye frecuentemente al primer ministro del Reino Unido de 1957 a 1963, Harold MacMillan, cuando un periodista le preguntó qué era lo que más temía en su trabajo, comentó MacMillan: "Acontecimientos, hijo mío, acontecimientos". La izquierda se ha resignado a constituirse en un ente del no-acontecimiento, se ha privado de sus recursos trascendentes con la ideología en el dulce otium de lo trivial y el marketing sobreactuado. El inexorable proceso de oxidación de las ideas tiene como sustitutivo la concepción en imágenes de la política. No cambia esencialmente el escenario, sino la ambientación y el atrezzo de la obra representada pasionalmente sobre las tablas teatrales de siempre: la eterna lucha por el poder y sus inmediatas, múltiples y contagiosas enfermedades. Pero habrá de entenderse que es la hora de la política con mayúsculas, con solvencia, sin frivolidades, con menos imágenes sustitutivas y más imaginación. Buscar nuevos niveles de soberanía popular y nuevos procedimientos para tomar las decisiones democráticamente, en un imperativo contexto donde los espacios económicos, políticos y jurídicos están dolosamente desvertebrados en contra de los más débiles. ¿Pero es esto posible hoy en España?

¿Es posible en España un Gobierno de izquierdas?