jueves. 25.04.2024

Un nuevo PSOE para una nueva sociedad

Con la elección de Emmanuel Macron, vuelve a estar de moda la falacia conservadora de la superación de la división derecha-izquierda. Sin embargo, Macron deja claro que su modelo económico está a la derecha, prolongando sin rubor la deriva del gobierno de Valls del que formó parte. Previamente ha habido un trabajo sistemático de etiquetación: antiguos, radicales, reformistas y populistas. Es decir, a los partidos tradicionales se les sustrae la identidad, difuminados bajo el manto de un reduccionismo ancilar. Se trata de un desplazamiento de la política hacia los márgenes y una descatalogación de la izquierda impulsada a las fantasmagorías del centro y la transversalidad que no son sino un acercamiento a la derecha.

A mediados del siglo pasado, en París, bullía una efervescencia cultural que abarcaba desde la metafísica hasta la chanson y cuyo centro eran intelectuales como Jean Paul Sartre o Albert Camus. Quizás se hallaron soluciones transitorias y dudosas, pero se plantearon los problemas que de verdad importaban. Políticamente es algo tan sustantivo que no se puede pedir nada más. Tendenciosamente hoy la acción política se ha hecho inverosímil incluso como imagen literaria y como proyecto dialéctico en una situación sistémica donde la sociedad está ausente y el pensamiento ha sido privatizado por intereses minoritarios.

En nuestro país, el franquismo respiraba en el crepúsculo de las ideologías que Gonzalo Fernández de la Mora convirtió en ideología autoritaria y del apoliticismo de derechas como tan inteligentemente lo definió Perich, cuyas excrecencias seminales supo el caudillaje transmitir en lo que se denominó la Transición. Para las élites económicas y financieras el poder es su dominium rerum. Los hombres son distintos, sus ideas, pero el poder siempre es el mismo y tiende insensiblemente a concentrarse, no a difundirse. El postfranquismo no compartió el poder, lo transformó en el contexto de un sistema que supusiera un abanico ideológico que no chocase con sus intereses económicos y sociológicos. Lo que en la época canovista se llamó "partidos dinásticos" ahora eran "partidos de Estado" cuya condición adquirían admitiendo que los problemas no se relacionarían con debates básicos de filosofía e ideología, sino con medios y arbitrios.

El pragmatismo encarnó la ideología de la no-ideología para ir esparciendo jaculatorias que calaran en la opinión pública en el sentido de que lo más importante era esa eficacia ajena a la política y a las ideas que sólo creaban enfrentamientos estériles. El peligro de ese planteamiento estaba en que los partidos podían ser penetrados como mantequilla por los fuertes intereses de las élites tradicionalmente dominantes, más aún en una sociedad en la que el tránsito a la democracia no significó ninguna quiebra de los poderes reales y sólo su adaptación a una fórmula política nueva. Se cumplió el proceso que iba desde “el crepúsculo de las ideologías” hasta “el fin de la historia”, separándose así la sociedad de las condiciones reales de las cuales surgió, la misma sociedad no puede sino retener aquello que es su praxis, y que la ideología y la historia habían intentado modificar: el impulso frenético de dominación. El miedo y los instrumentos del miedo se fusionaron con la nueva democracia, con la libertad, con la comunicación. Ninguna idea podía ya invocar  ningún tipo de poder y al poder las ideas no le hacían falta.

Es en este contexto donde adquiere su importancia histórica el movimiento militante que ha llevado a Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE. Una reacción espontánea de las bases socialistas contra las élites, el régimen de poder y el viejo aparato del partido que ante la decadencia  del sistema de la Transición exigían una uniformidad absoluta de los “partidos de Estado” lo cual dejaba sin función ni posición en la sociedad al PSOE. Ello supone una recuperación de los valores ideológicos del socialismo para vertebrar la construcción de una auténtica alternativa a las políticas derechistas, abordar una imprescindible reforma del Estado, la regeneración de la vida pública, el reconocimiento de la realidad territorial, la supremacía  del poder político sobre el poder económico y la profundización en la calidad democrática de las instituciones. En definitiva, un nuevo PSOE para una nueva sociedad.

Un nuevo PSOE para una nueva sociedad