martes. 16.04.2024

El líder no tiene quien le escriba

Como el viejo coronel, los máximos dirigentes socialistas han bajado al muelle donde llegan las lanchas con la correspondencia para ver si cambiaba su suerte.

Como el viejo coronel, los máximos dirigentes socialistas han bajado al muelle donde llegan las lanchas con la correspondencia para ver si cambiaba su suerte. Con el ademán hierático de quienes solo esperan, llegó la consumación del verso horaciano y el mundo se desplomó para que las ruinas les alcanzaran impávidos. Tanto retupir el tejido de las beligerancias clientelares, de la rutina orgánica que por cada resistencia al cambio tiene una escolástica lanar para precintarse del ruido de la calle, de confundir la astucia con la inteligencia, de abominar de la ideología, de una burocracia beati possidentos pragmática y desclasada en busca de estatus, que se han encontrado que el gran estorbo para la responsabilidad institucional, para mantener las hechuras de partido de Estado, es el socialismo mismo.

Basta que la derecha les señale con dedo admonitorio de radicales, antisistema o de izquierdistas extremos para que una urticaria angustiosa les siembre la piel de pecado y culpa y proclamen su condición de conservadores de terciopelo que entienden la responsabilidad como renuncia a la coherencia ideológica y a su base sociológica. Como en la Restauración canovista, también ahora el quicio de la puerta está tan bajo que hay que agacharse mucho para entrar. Sin embargo, Largo Caballero ya advirtió otrora que a la ciudadanía no se le puede decir: ya veremos que podemos hacer...

Durante quince años el coronel vive la misma historia, sin que nada ni nadie le haga desistir de la esperanza que le sea reconocida su intervención en la guerra de los Mil Días, aunque la realidad indica que lo que anhela nunca se producirá. De la misma forma el Partido Socialista conserva la misma narrativa de hace treinta años a pesar de que el país escribe sus avatares con una caligrafía muy distinta. Intentar restaurar los espacios políticos de ayer sin percibir una realidad distinta en su totalidad es construir la epifanía del vacío. La obsesión por adaptarse a un sistema que exigió mucha renuncia ideológica y conceptual al socialismo le ha restado capacidad para la transformación de un escenario social y político lesivo para amplios segmentos de la ciudadanía y que es la consecuencia de las contradicciones del régimen.

Sin una clara posición y función en la sociedad, ni capacidad de maître à penser para ser capaz de romper la cosmovisión narrativa que gran parte del imaginario colectivo le aplica trufada de timidez en las propuestas de progreso ante la excesiva influencia del poder económico y la dramática reversión social en nuestro país, padece el desafecto y falta de credibilidad por parte de la sociología de base que le debe ser propia. Ello representa que el PSOE tendrá que recurrir a una serie de toma de medidas espectaculares y trascendentes, y esperar a que sean aceptadas como verosímiles entre el electorado antes de poder aspirar a preservar su hegemonía en la izquierda. El problema es que esto demanda una recuperación de los modelos ideológicos y una construcción permanente de alternativas reales en todos los formatos de debate político que no se compadecen, en la mayoría de los casos, con el conservadurismo instalado entre los responsables socialistas que estiman que la influencia institucional del partido ha de fundamentarse en el acomodo a una inexistente sociología de centro. Deshabitado de impulso ideológico, de contenido teleológico y valorativo, el Partido Socialista se ha vuelto una organización mesianista.

La crisis del régimen por los excesos de unas élites excesivamente influyentes ajenas al escrutinio ciudadano y cuyos intereses prevalecen por encima de los generales, produce la quiebra de todos los elementos sensibles constituyentes de la nación y el malestar de la ciudadanía abocada a la incertidumbre de la pobreza, la exclusión, la constricción de derechos y la rampante desigualdad. Nada de ello podrá sobresanarse sin un reequilibrio democrático del poder económico y estamental. Si los dirigentes socialistas, actuales y futuros, consideran que esta labor regeneradora es una actitud excesivamente radicalizada, se habrá desnaturalizado tanto el partido que la ciudadanía lo seguirá percibiendo como bastión de un Estado en conflicto con la sociedad y,  al igual que el viejo coronel, no tendrá quien le escriba.

El líder no tiene quien le escriba