viernes. 29.03.2024

La leal oposición

La investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, ha supuesto una fisura en el enjalbegado del sistema dejando al descubierto los precarios equilibrios en los que fundamenta su estabilidad. La excesiva influencia de las élites económicas y estamentales, los déficits en la centralidad de la ciudadanía, un régimen de poder excesivamente volcado a los privilegios, la dualidad, la corrupción, el empobrecimiento de las clases populares, el dramático trasvase de riqueza desde las rentas del trabajo a las rentas del capital, la limitación de los derechos cívicos y laborales, y la exclusión de los más desfavorecidos, ha conducido al desafecto hoy de las mayorías sociales por las estrecheces de un régimen político en el que los supuestos en que se asentaba la cultura de la transición han decaído sin que se acepte por los partidos del pacto del consenso y los poderes fácticos una nueva lectura, explícita y global del posfranquismo.  

El ocaso del régimen político demanda del PSOE para su desesperado apuntalamiento una excesiva desnaturalización del socialismo que quiebra, para frustración de los ciudadanos, las expectativas de una auténtica alternativa. Y sin embargo, los responsables socialistas no son capaces de descifrar la aparente paradoja de que lo mejor que pueden hacer por el pacto de la transición es distanciarse de él, porque el socialismo abismándose adherido a la crisis sistémica e institucional nunca será percibido como solución sino como parte del problema.

Sin proyecto político, sin modelos alternativos a la espesa narrativa de la derecha, con una división endógena evidente y un malestar abultado entre militantes y electores, una amplia mayoría de dirigentes del PSOE han sido incapaces de formular en término de ideas sus diferencias, convirtiendo el debate interno en guerrilla de personas, intereses, reflejos y simplificaciones. Cuando la evolución social y cultural es natural, casi mecánica, y el sistema político no es sensible a ello por estar aferrado a lo anterior, lo que es actual políticamente es anacrónico socialmente. El Partido socialista se ha ubicado por su complejo de partido de Estado en el anacronismo al tiempo que perdía  calidad ideológica y pulso social para ser un apéndice del sistema de la transición lo que supone un paulatino abandono de una mayoría sociológica y cultural de izquierda.

Todo ello, sitúa al PSOE en un engorroso dilema donde no puede ser gobierno pero tampoco oposición en un desarrollo que parece más que político una consecuencia de la física cuántica, aunque en realidad es el resultado de las contradicciones que han dinamitado su posición y función en la sociedad, enredado en un ecosistema político donde la progresiva degradación de las ideas, el abandono del impulso ético aireados otrora como estandartes políticos, han sido sustituidos por  mensajes de alarmante semejanza con aquellos que durante cuarenta años de caudillaje empaparon el país con una paralizante y venenosa melaza.

Queda por ver si esta incertidumbre pudiera resolverse con una reconstrucción en el Partido Socialista de su pensamiento ideológico y una reordenación de su función, o si la holgura de la situación va a resultar en un desarrollo de sus inercias, supliendo la narrativa progresista por unos cantábiles simultáneos y desordenados. El farragoso argumentario desplegado para justificar que se puede hacer un estropicio orgánico para facilitar el gobierno de la derecha y que, al mismo tiempo, se puede hacer una oposición solvente desde la máxima debilidad autoinfligida es una forma esquizoide de intentar explicar lo inexplicable. 

La leal oposición