viernes. 19.04.2024

La inexistencia de España

El socialismo español vive en un permanente desconcierto incapaz de modelar una alternativa de progreso más allá de continuas improvisaciones

Quizá España no ha llegado a existir nunca y sí grandes españoles, hombres y mujeres,  clamando en el desierto, aislados y solos, como Borges dijo de los cordobeses Séneca y Lucano: que antes del español escribieron toda la literatura española.  Desde Felipe II hasta nuestros días no ha habido en nuestro país, salvo paréntesis históricos dramáticamente liquidados, un Estado nacional, sino un Estado ideológico y, por ello, excluyente en el que gran parte de los ciudadanos han tenido que sobrevivir arropándose en la inautenticidad, desde los judíos conversos o los mudéjares hasta los antipatria de la verborrea insoportable de los años del caudillaje.

La derecha nacional más retardataria, y que es la única que ha existido en España desde que en el amanecer del siglo XVIII se optó, en lugar de por un sistema de gobierno como el holandés o el inglés, por una monarquía absoluta al estilo borbónico galo, ha consolidado siempre regímenes muy poco permeables a la centralidad democrática del poder a favor de las minorías organizadas que configuran el viejo estigma proclamado por Joaquín Costa como oligarquía y caciquismo. Se niega la controversia restringiendo el campo de lo posible a través de la limitación de lo pensable. Un nuevo hiato histórico ya que como nos recuerda Eduardo Subirats, desde Ganivet hasta Castro o Zambrano el centro gravitatorio de la regeneración española ha sido una reforma de la inteligencia, aplazada por siglos de totalitarismo y escolástica. A partir de ahí, sólo existe el extrañamiento del debate y la responsabilidad política. Como nos recordaba Felice Mometti, el “no hay alternativa” impone un estado de sufrimiento y desesperación, de desesperanza e irracionalismo propicio para la demagogia, el odio a la alteridad y el recurso a “supremos salvadores”. Es esta falta de relato alternativo lo que produce que la sociedad esté perpleja ante su propia indefensión.

El socialismo español, por su parte, convertido por el pacto de la transición en un tímido reformista y que desechó lo más sustantivo de su ideología por una adaptación simbiótica al régimen, vive en un permanente desconcierto incapaz de modelar una alternativa de progreso más allá de continuas improvisaciones. Su posición conservadora le hace seguir paradójicamente los estímulos políticos que le envía la derecha, intentando apuntalar un sistema que sólo acepta su desnaturalización.  La negación de la existencia de clases y del conflicto social, su conformismo con los privilegios de las élites, pone en entredicho su posición y función en la sociedad. Quizás por esa confusión de sus dirigentes de considerar al partido como parte del Estado en lugar de parte de la sociedad.

No hay nada más palpable de esa histórica suplantación de España que supone el Estado ideológico que lo que escribía hace cien años Benito Pérez Galdós con referencia a la restauración canovista: “Los dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos...”  Se podría decir de hoy mismo sin tener que quitar ni una palabra.

La inexistencia de España