viernes. 29.03.2024

La imposible reforma constitucional

El malestar de la gente ha desmontado la tramoya que daba aliento a los matices de una misma política como alternativas, quedando al aire, sin disfraz ni mortaja, la influencia sin límites de las élites usufructuarias de un régimen de poder que ha vulnerado la centralidad democrática de la ciudadanía, empobrecido y marginando a las clases populares, desmontado la cohesión social y recentralizando el Estado. No deja de ser una ingenuidad, aunque autoritaria y dolosa, por parte de la clase dirigente creer que la solución a los problemas es aplicar la antífona fernandina de que todo vuelva a su anterior estado, pensando que la mauvaise foi, el autoengaño social del que nos hablaba Sartre, facilitará las cosas.

Existe en la vida pública española un esfuerzo ritual y narcótico para que los graves espacios de tensión que padece el país sean diluidos por el simple gesto de proclamar su inexistencia negando las causas de su eclosión. Proclamar la inexistencia de lo que políticamente contradice e incomoda al orden establecido o la futilidad o perversión de su realidad, es una actitud soberbia, como un almotacén que no admite más medidas que las que él perita, por ese exceso de confianza que produce concebir el régimen de poder de forma irreversible debido a su constitución como naturaleza de las cosas al que sólo se le pueden oponer, por tanto, artificios fuera de lugar y tiempo, sin apreciar que la naturaleza también es estiércol.

La arteriosclerosis política e institucional del sistema de la transición ha supuesto que la superestructura, o los poderes fácticos económicos y estamentales, impidan cualquier tipo de redistribución de poder y se haya ido cerrando, para ello, el espacio de lo posible. Con este propósito, ha habido una expectoración brusca de toda alternativa auténtica de las políticas afines a las minorías influyentes mediante la anatematización y la expulsión a la marginalidad del orden establecido  del pensamiento crítico y del análisis radical de la realidad que, como afirmaba Ortega, incluye y preforma todas las demás. Todo esto significa la imposibilidad del reformismo, o mejor dicho, el fracaso de las tentativas reformistas y la imposición de un bloque constitucionalista que construya la ficción de la alternancia como fingida alternativa. Es en lo político lo que afirmaba Schopenhauer de la Historia: las cosas han sido siempre las mismas, sólo que en cada momento de otra manera: eadem sed aliter.

Es la continuidad del hecho que desazonaba a Gil de Biedma de aquella media España vulgar que ocupaba España entera. Un  aggiornamento que para el Partido Socialista ha supuesto una deriva hacia espacios conservadores que le privan de cualquier posición coherente en la vida pública. El vaciamiento ideológico y de valores de izquierda, la quiebra definitiva del bipartidismo y las luchas internas en las que detrás sólo hay la ambición personal de quienes las promueven, completan un daguerrotipo penoso de un partido con más de cien años de historia convertido en un pretexto y en un malentendido por unos dirigentes que parece que su único objetivo es repartirse los pecios del naufragio.

La imposible reforma constitucional