martes. 16.04.2024

Fulanismo y oligarquías

Según la mecánica cuántica los objetos no son cosas concretas sino posibilidades. En la decadencia de un régimen político, sin embargo, las posibilidades se convierten en cosas muy concretas. El escenario político resulta una aporía incubada por la pereza mental, la irresponsabilidad, el desconocimiento de la realidad, la incapacidad para imaginar soluciones o simple autoritarismo. La democracia se devalúa al dejar de ser una confrontación entre proyectos e ideas por el fulanismo, como decía Unamuno, siempre metastizado en una política mediocre y nominalista. La vida pública ya no se sostiene sobre la certidumbre sino sobre su fantasma, su cadáver. La ley de hierro de las oligarquías de Michels –“tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría”- se convierte en el centro del sistema.

La inmutabilidad constitucional ha sido un moloch de rito obligado no por ser garante de los derechos y libertades ciudadanas, vulneradas sistemáticamente, sino por cuanto respalda la influencia de las élites que en España siempre han sido enemigas de la propia memoria de la nación e inconciliables con el futuro del país. Los elementos más determinantes que blinda la constitución se fundamentan en aquellas cuadernas del Estado que mantenían el régimen de poder anterior sin posibilidad de escrutinio ciudadano. La jefatura del Estado, entre otros, es un paradigma de ello ya que el propio funcionamiento se dejó al arbitrio del monarca que como los reyes absolutistas no tiene que rendir cuentas a nadie.

Un sistema que es un atrezzo ante unos irreductibles intereses minoritarios se torna en un continuo fingimiento donde la lucha por el poder es un fin en sí mismo y donde se crean más problemas que soluciones porque las soluciones son cada vez más insólitas en unos escenarios oligarquizantes y en una continua excusa sin dignidad tras la abolición de valores e ideologías. En ese contexto, la corrupción no es parte del régimen sino el mismo régimen sumergido en intereses individuales ajenos a las demandas de la ciudadanía y que ha desistido de definir un nuevo compromiso con la sociedad así como buscar una nueva coherencia.
Tomás Moulian dixit: “Los momentos reaccionarios de la Historia son aquellos en los cuales los proyectos de historicidad no son plausibles, ni verosímiles, ni aparecen conectados con el sentido común. En que la idea misma de transformación toma la firma de un sueño imposible.” Es un tiempo pedestre de privatización del pensamiento y sociedad distante que se configura en la banalización de la política.

¿Y la izquierda? Comprometida con la irreversibilidad del sistema se ha dotado de una concepción política sin metafísica que ni explica el mundo ni lo transforma. La política ya no es un instrumento de cambio social sino de adaptación, en el cual los dirigentes de izquierda actúan en una realidad que niega la sociedad que dicen postular. La política se ha convertido para las fuerzas de progreso no en una lucha ideológica, sino en la trivialidad de la gestión, no pretende decidir sino gestionar, y vulgariza la acción política reduciéndola a una cuestión de marketing y merchandising. No hay mayor incertidumbre que tener dificultad de ser lo que se debe ser.

Fulanismo y oligarquías