viernes. 29.03.2024

España, ¿una sociedad bloqueada?

Marx escribió que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Se trata de esas segundas partes de final de ciclo donde la realidad parece estar reflejada en un espejo cóncavo de feria. La vida pública se convierte en “formas que pesan” como Joan Perucho definió la pintura de Ramón Calsina, actos de plomo que intoxican de inautenticidad la política, secuestrada de su pulsión cívica, y transfigura la democracia en un ejercicio amoral de sombras chinescas.

Llega un momento en que las fisuras de la propaganda sobreactuada del sistema hacen más difícil enmascarar como el poder, ese poder que no necesita presentarse a comicios algunos para jugar al bacarrá con nuestras necesidades, pretende siempre que sea ignorado el mundo humilde de las clases populares. Un mundo que fustiga, poco cómodo y confortable para los happy few, que exigen las minorías influyentes mediante la imposición de una sociedad vulgarizada por la sepia agipro –agitación y propaganda-mediática y psicológica  y esa mentalidad ingenua y confundida que Lévy-Bruhl llamó “primitiva” que es la única sancionada como socialmente aceptable.

Clichés mentales, tópicos, prejuicios y esnobismo sustituyen al pensamiento, los valores y el sentido ético de la vida pública y de la existencia en general para que la escasa curiosidad intelectual y la indiferencia de la que hablaba Jorge Edwards refiriéndose a España sean el lubricante inducido por el régimen para desvertebrar la centralidad soberana de la ciudadanía. Es sobre ese magma que apela a la resignación a que todo lo que favorece a las mayorías sociales sea imposible e inconveniente y que en su nombre se les empobrezca y se les hurte su capacidad de influencia en las decisiones del poder y en lo que se fundamenta hoy el mediocre debate político que plantea los problemas de la nación en los ámbitos polémicos ajenos a los intereses de los más.

La interinidad gubernamental por falta de una mayoría parlamentaria, procede de la parálisis de la arquitectura del régimen político al singularizar su supervivencia en el bloqueo de la representación ciudadana y de la misma sociedad como creación cultural y política. “Sería cómodo –nos advierte Aranguren- , sin duda, para el político poderse instalar , de una vez para siempre, más allá del bien y del mal, en la paz de quien ha eliminado toda posibilidad de conflicto moral, todo sentido trágico o, al menos, dramático de la existencia. Sería cómodo, pero es imposible.”

Si la institucionalización de las ofertas partidarias  requiere por exigencia del sistema y los poderes fácticos su desnaturalización ideológica y moral, es la sociedad la que necesita que se la desbloquee y no la vía al gobierno de aquellos que propician el silencio y la confusión identitaria de las mayorías sociales.

España, ¿una sociedad bloqueada?