jueves. 28.03.2024

En España no pasa nada y el “Dontancredismo”

El viejo eslogan turístico del tardofranquismo “España es diferente” (“Spain is different”), no deja de ser hoy exhortación de una indeseable singularidad política. La vida pública española se sustancia en una banalidad que se compadece mal con la escasa banalidad de los problemas que la nación afronta. Es el famoso clamor indignado de Ortega y Gasset cuando escribía: “La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En España no pasa nada!» La cosa es repugnante; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.” El “dontancredismo” de Mariano Rajoy no es una excrecencia del carácter, ni tan siquiera un estado de ánimo, sino una doctrina política afín a un ecosistema institucional donde los problemas tienden a destruirse en lugar resolverlos.

España vive hoy, sin duda, una de las horas más determinantes de su historia reciente, a pesar del optimismo prefabricado y tendencioso del Gobierno, pues nunca las perspectivas se presentaron tan inciertas como las que se deparan a la ciudadanía. Y no se juzga fundamentar esta afirmación en análisis más detallados, pues en las crisis del pasado reciente, jamás la seguridad y el bienestar material y social, e incluso los propios derechos ciudadanos, estuvieron en tan grave riesgo como lo están en la actualidad. El país padece una quiebra sistémica que no sólo atañe a la relación del Estado con la sociedad sino con su propia identidad constitutiva cultural y territorial, con episodios secesionistas, mientras que la España institucional se aburre y se ensimisma creyendo ilusoriamente en una sociedad aburrida.

Esta doctrina del “dontancredismo”  pretende disuadir tanto a los soberanistas catalanes como a los nuevos movimientos políticos y sociales argumentando que sus aspiraciones no son negociables ni tienen cabida en el sistema cuando la expansión de dichos movimientos se debe precisamente a que sus propuestas no son negociables por parte del poder establecido ni tienen cabida en el régimen y por eso demandan un cambio en el equilibrio de poder. Es decir, se pretende terminar con un problema enfrentándolo a la causa. El sometimiento del poder político a las minorías dominantes es tan extenso y grosero que ha inhabilitado la capacidad de la política institucional para remendar los desgarros que este desequilibrio causa en la sociedad. Las apelaciones a la ley y el orden o a un tímido reformismo no tienen ya crédito entre la ciudadanía y, por tanto, mantenerse en esos ámbitos de acción política no puede ser causa sino de aguda decadencia.

Pero ese dintorno inane también debe su forma a los perfiles externos adheridos por las presiones de un sistema cada vez más cerrado y oligárquico. El débil equilibrio parlamentario que mantiene a Rajoy en la presidencia del Gobierno se debe a ese pretexto sin dignidad que pretende racionalizar la incoherencia. De esta forma, el PP, el partido más corrupto de la historia reciente de este país, corrupción endémica y estructural, fue apoyado por Ciudadanos para que siguiera gobernando con el objetivo de… ¡luchar contra la corrupción! Y el sector abstencionista del PSOE argumentaba que con una derecha en minoría se podría aplicar el programa… ¡del PSOE! España es diferente. En ningún país de nuestro entorno podría estar gobernando una organización política con todos sus intersticios orgánicos salpicados por las corruptelas y menos aún, con el apoyo de la oposición y el acatamiento de las líneas rojas impuesta por los propios conservadores que anatematizan el apoyo nacionalista para otras opciones para mantener su extravagante y cómodo, a pesar de su precariedad, equilibrio parlamentario.

En España no pasa nada y el “Dontancredismo”