jueves. 28.03.2024

Una democracia sin alternativas

norberto

Norberto Bobbio advertía que la característica que definía una democracia no era el hecho de la posibilidad de votar, sino la de poder elegir entre auténticas alternativas

En pocas ocasiones la justicia ha estado tan fronteriza a la literatura como en la España de hogaño. Los legajos de los tribunales se están convirtiendo en unos imaginativos relatos de realismo fantástico como si aquello que está pasando fuera un avatar del territorio de Macondo. Pongamos que hablo del caso catalán. La inhibición de la política en un problema político y, como consecuencia, la ubicación tendenciosa del sustantivo axial de la cuestión en la aplicación al antagonista político de la categoría de delincuente supone la abolición del diálogo y el formato polémico de la vida pública. Para ello, la judicialización del acto político confunde y malpara los basamentos del Estado democrático y, como corolario, desmonta la convivencia cívica, al convertir la disidencia en objeto de represión y limitar el campo de lo pensable y, sin solución de continuidad, de lo posible, al margen, o en contra, de la voluntad popular expresada democráticamente.

De esta forma, estamos contemplando cómo la mayoría parlamentaria soberanista a consecuencia del voto de la ciudadanía en los comicios autonómicos catalanes del 21D ve dificultada la formación de gobierno y la investidura previa de su candidato porque sus dirigentes y diputados electos o están encarcelados o están en el extranjero para evitar su encarcelamiento. Para ello, la fiscalía y el juez instructor del Tribunal Supremo han construido un relato en el que los acusa de rebelión de una manera tan forzada, pues es una rebelión que nadie ha visto en los términos formales  y jurídicos que han de concurrir para que tal acto de produzca, es decir, violencia extrema y levantamiento armado, no hay rebeliones amables o en horario de oficina, que el instructor tuvo que retirar la euroorden de busca y captura y no ejecutarla ahora, a pesar de la petición de la fiscalía, con motivo del desplazamiento de Puigdemont a Dinamarca, porque el instructor sabe de la imposibilidad de convencer a ningún juez en un Estado democrático de derecho digno de tal nombre de que la conducta de Carles Puigdemont -y de todos los miembros del Govern o de la Mesa del Parlament-, es constitutiva del delito de rebelión. 

Los argumentos del instructor para no expedir la euroorden contra Puigdemont o para mantener algo tan excepcional y extraordinario como debe ser la prisión provisional para los diputados electos que están encarcelados, son de una sorprendente carencia de criterios jurídicos y sí de elucubraciones políticas de una caliginosa subjetividad cuando justifica la oportunidad de impedir la reproducción de unos hechos de contenciosa interpretación en cuanto a su realidad. Al otro lado del Ebro una amplia mayoría, muy influida por la propaganda anticatalanista oficial, puede pensar que estas circunstancias, sin paragón en Europa, que se viven en la otra orilla se circunscriben exclusivamente al caso catalán, sin embargo, hay precedentes para concluir que Cataluña es un epifenómeno de una estrategia más amplia de creación de espacios postdemocráticos.

Norberto Bobbio advertía que la característica que definía una democracia no era el hecho de la posibilidad de votar, sino la de poder elegir entre auténticas alternativas. En este contexto, las limitaciones estructurales e ideológicas del régimen de poder, un poder excesivamente concentrado en minorías fácticas, sólo puede sustentarse bajo el juego de las alternancias que decayeron con la voladura del bipartidismo por el malestar ciudadano ante la brechas de desigualdad y constricción de derechos. El Estado de la Transición asume como universales los intereses de las minorías económicas y estamentales y, como consecuencia, no está constituido como un Estado nacional sino ideológico y fragmentario cuyos conflictos sociales, autonómicos y económicos los confronta como una relación de poder y de fuerza, ahora agudizados por la exacerbación de sus propias contradicciones. Por todo ello, habría que plantearse desde el ámbito político y moral ¿puede existir una democracia sin alternativas reales?

Una democracia sin alternativas