jueves. 28.03.2024

¿La crisis del socialismo se debe a su ideología de izquierdas?

¿La crisis del socialismo se debe a su ideología de izquierdas como han insinuado, de palabra y obra, algunos de sus dirigentes? El caso Macron en Francia no es una experiencia singular del país vecino, sino que es muy cercana a la crisis del régimen político español y, en ese contexto, a la práctica que está viviendo el Partido Socialista en nuestro país. La abolición del pensamiento crítico, la incapacidad de presentar alternativas reales a las propuestas conservadoras y el escapismo de una fantasmagórica búsqueda de la transversalidad, han hecho del PSOE un instrumento antitético de sí mismo. Aurélie Filippetti,  ex ministra de Cultura francesa dimitida por estar en desacuerdo con la política de austeridad impuesta por Valls y Hollande, ponía de manifiesto su  hartazgo político  por ese perverso razonamiento que conduce  a que para los socialistas “el realismo sea siempre sinónimo de renuncia.” El también dimitido ex ministro de Economía galo, Arnaud Montebourg, autor del libro “¡Votad la desglobalización!”, nos obsequia con ideas como esta: “El conjunto del sistema de decisión política ha sido tomado como rehén de manera permanente y las políticas alternativas se han considerado cada vez más como irrealistas o, lo que es peor, como utópicas (…) Reina la impotencia y la sensación de que ‘nunca se hace nada’, la convicción de que no hay diferencia entre izquierdas y derechas.”

El socialismo ha dejado de aceptar el carácter antagónico de la sociedad en la cual no existe la neutralidad puesto que la lucha es constitutiva y, por tanto, la izquierda ha perdido su universalidad, esto es, la capacidad de hablar en nombre de la emancipación universal, ya que para las fuerzas progresistas la única manera de ser universales es aceptando el carácter radicalmente antitético, es decir político, de la vida social. Es como si los dirigentes progresistas consideraran que los planteamientos de la izquierda fueran un producto del pasado, impracticables, lo que les envuelve en una melancolía sarcástica cuyo paradigma está en el Calígula de Albert Camus: no es el vacío argumental lo que les define, sino su propio vacío, la ausencia de sí mismos.

Ante ello, han puesto todas sus energías en las políticas identitarias como sustitutivo de las emancipadoras socialmente, lo que significa la despolitización de hecho de las fuerzas de progreso. La política identitaria posmoderna de los estilos de vida particulares –étnicos, sexuales, etc.- se adapta perfectamente a la idea de la sociedad despolitizada. Este ecosistema social se sostiene en la tesis de que vivimos en una sociedad postideológica, en que se habrían superado los viejos conflictos de clase, entre izquierda y derecha, y en la que las batallas más importantes serían aquellas que se libran por conseguir el reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero, ¿es realmente así? Se pregunta Slavoj Zizek, ¿Y si la forma habitual en que se manifiesta la tolerancia multicultural no fuese, en última instancia, tan inocente como se nos quiere hacer creer, por cuanto, tácitamente, acepta la despolitización de la economía? En este ámbito de la postpolítica el conflicto entre visiones ideológicas, encarnadas por los distintos partidos que compiten por el poder, queda sustituido por la colaboración entre tecnócratas –economistas, expertos en opinión pública...- y los liberales multiculturalistas, mediante un acuerdo en forma de consenso más o menos general.

Ello implica la imposibilidad de cualquier redistribución del poder y la banalidad de los conceptos de liberalización de la ciudadanía. Stefan Zweig escribió en sus memorias sobre la caída de la Europa ilustrada de entreguerras: "Lo que pasaba en el mundo exterior sólo ocurría en los periódicos". La supremacía del poder económico y sus capilaridades políticas y mediáticas producen la invisibilidad de las auténticas necesidades de la gente, degradando conceptualmente los valores de la libertad, la justicia y la igualdad a través de la despolitización. Las muy dignas muchedumbres germano orientales, nos cuenta Zizek, que se reunían en torno a las iglesias protestantes y que heroicamente desafiaban a la Stasi, se convirtieron de repente en vulgares consumidores de Big Mac y pornografía barata; los civilizados checos que se movilizaban convocados por Vaclav Havel y otros iconos de la cultura, son ahora pequeños timadores de turistas occidentales.

Según Adorno la sociedad industrializada presenta una estructura que niega al pensamiento su tarea más genuina: la tarea crítica. En esta situación, la filosofía se hace cada vez más necesaria, como pensamiento crítico para disipar la apariencia de libertad, mostrar la cosificación reinante y crear una conciencia progresiva ante la radicalidad del modelo neoliberal que trata de imponer un cambio de mentalidades que lo normalice y con ello la hegemonía cultural mediante el control de las representaciones colectivas. Y ese es el auténtico reto del socialismo: recuperar los valores ideológicos que lo doten de una identidad propia capaz de acometer las acciones de cambio social que definen su sujeto histórico y lo sitúen en la posición y función política determinante de la hegemonía social. Como afirma D. Motchane,  el camino del socialismo es la profundización y la ampliación de la democracia en toda la esfera de la vida política, económica y cultural.

¿La crisis del socialismo se debe a su ideología de izquierdas?