miércoles. 24.04.2024

Corrupción

Peor que estar enfermo, cavilaba Ortega, es ser una enfermedad. Las graves corruptelas que asolan al Partido Popular –Bárcenas, Gürtel, sobresueldos en acogedoras cajas de puros para los mandamases, dinero centrifugado...

Peor que estar enfermo, cavilaba Ortega, es ser una enfermedad. Las graves corruptelas que asolan al Partido Popular –Bárcenas, Gürtel, sobresueldos en acogedoras cajas de puros para los mandamases, dinero centrifugado a las oscuridades de paradisíacas alcancias, etc.- pueden sugerir, no que en la organización conservadora existen irregularidades, sino que el partido de la derecha es en sí mismo una enorme irregularidad. Y mientras tanto esta derecha antiética y antiestética ejercía de verdugo pudibundo: ejecutaba a los adversarios políticos con maledicencias sin dignidad, mientras predicaba una ejemplaridad propia que, volviendo a Ortega, trae consigo un vicio que la desvirtúa y la falsifica. Frente a la auténtica ejemplaridad hay una ejemplaridad ficticia e inane.

Los artífices y artificieros de una política gaznápira y dolosa de impertinente desigualdad, de empobrecimiento de las clases populares y medias, de recortes sociales, de laminación de derechos cívicos, disolvente de subsidios para que los parados y sus familias se mueran de hambre, porque la nación no se lo podía permitir, compadreaban con donaciones millonarias para repartirse los dividendos de la inmoralidad con el desparpajo de los que han dejado la honradez y el decoro en la alacena.

Han sido tiempos broncos, de canonjías para minoritarios intereses a costa del sacrificio de la gente común y, por tal motivo, tiempos esclerotizadores de cualquier tipo de resistencia social. Por ello, las medidas que se suponen atienden a sesgos economicistas aspiran a la reconfiguración autoritaria del Estado, una democracia limitada que blinde los intereses de los menos a costa de los derechos cívicos y las libertades públicas de la mayoría. Son fines que necesitan que las víctimas sean los culpables ya que una crisis moral, de civilización y de pensamiento como la causada por las élites de la usura y la explotación es tan injusta que no se puede justificar teóricamente.

Derogada la política como pulsión cívica volcada al bien común, convertida la nación en una marca comercial, censurado el futuro, compuesta la inquisición del dinero, sólo queda el simple cálculo del comisionista en una almoneda donde la actividad pública se convierte en el lucro de los impudorosos. Mientras los ciudadanos lo pasaban mal el dinero corría por un PP convertido en Patio de Monipodio, así llamado, como nos decía Cervantes, en honor de su dueño, jefe de la sede de la cofradía  de tunantes. El ortopédico modelo heredado de la Transición consolida que los poderes no sujetos al control democrático sean tan influyentes que resulte casi imposible realizar una política afín a las mayorías sociales si esta política no se compadece con los intereses de los poderes fácticos económicos, sociológicos y financieros. Cuando el interés general desaparece del horizonte del sistema la corrupción se convierte en las únicas reglas del juego.

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