viernes. 19.04.2024

Corbyn y el final de la maldita tercera vía

Mientras los dinosaurios del antiguo New Labour, incluido el propio Blair, más alertaban en vísperas de las primarias laboristas del gran daño que una victoria de Corbyn podría infligir al partido, mayor era su popularidad, como evidenciaban todas las encuestas y la elevada asistencia de público a los mítines que daba a lo largo del país. Lo cual recuerda sobremanera al proceso de primarias vivido recientemente por el PSOE. Blair había inoculado en el partido laborista ese pragmatismo desnaturalizador que subrayaba la necesidad de abandonar las divisiones ideológicas bajo la creencia de que las nuevas problemáticas se debían resolver provistos de la necesaria competencia del experto. De esta forma, definió el New Labour como el “centro radical” (radical centre), lo cual representaba un concepto absurdo, incluso semánticamente, puesto que unía dos elementos tan antitéticos como “radical” y “moderación.” Lo que realmente el nuevo laborismo tenía de radical era el abandono de la ideología y los valores de la socialdemocracia buscando una posición de centro político inexistente y fantasmagórico que justificaba la contemporalización con las políticas conservadoras y neoliberales.

La ideología conservadora obliga sumariamente al ciudadano a que acepte una resignación activa, militante, enfrentado a sí mismo y a su propia supervivencia social. Su función en una democracia privatizada es sobreponerse a la inhabitabilidad del vacío entre expectativas y realidad, sin capacidad alguna de interiorizar eso que Lacan denomina “plenitud ausente” de la sociedad. La mayoría social ha perdido la centralidad política frente a unos marcos valorativos que niegan que los intereses de las clases populares sean el factor de universalidad de los valores del Estado. Y en ese transcurrir del Estado providencia al Estado de desamparo para los segmentos mayoritarios de la ciudadanía, la socialdemocracia se anatematizaba a sí misma reconociendo como verdaderos los arquetipos sociales y políticos de la derecha y considerando utópicos e ilusorios los propios en un proceso autoiconoclasta que la incapacitaba no sólo ya para construir modelos sociales y políticos alternativos a los de la derecha sino para un análisis de la realidad desde una perspectiva intelectual de izquierda.

El éxito electoral de Corbyn y el Partido Laborista se ha debido a esa vuelta a la realidad que supone el entierro definitivo de la engañosa e intelectualmente estrafalaria tercera vía, la objetivación del sujeto histórico natural y la concreción de una serie de propuestas auténticamente socialistas que garantizan el sometimiento del poder económico a los criterios políticos de igualdad, justicia social, solidaridad , centralidad de la soberanía de los ciudadanos y primacía del interés general a los minoritarios de las élites y grupos de presión. El apoyo mayoritario que ha tenido Corbyn de los jóvenes, las clases populares, los trabajadores y los intelectuales viene a desmontar otra atrabiliaria falacia de la socialdemocracia acomodada: la búsqueda de la transversalidad, que no era sino alejarse de su sujeto histórico natural para ir a la búsqueda de una dudosa sociología. En realidad el camino emprendido por Corbyn y el laborismo británico, al igual que el PSOE después de las primarias, es recuperar el sentido íntimo y necesario del socialismo. Warren Venís afirmaba que las personas necesitan un propósito que tenga significado, que no es ni más ni menos que aquélla inevitable obligación del ser humano expresada por Ortega en “El origen deportivo del Estado” de que vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él. No podemos vivir sin que las cosas tengan un sentido, sin una ideología para luchar y una utopía para tener esperanza.

Corbyn y el final de la maldita tercera vía