jueves. 28.03.2024

Cassandra y el almirante franquista humillado

Carrero Blanco sigue reprimiendo a la ciudadanía después de muerto como el Cid ganaba batallas. La Audiencia Nacional, continuadora del viejo Tribunal de Orden Público franquista, ha dictado pena de cárcel para Cassandra Vera, una tuitera de 21 años, al ser considerado un delito de humillación a las víctimas del terrorismo la publicación de chistes sobre el almirante fascista. Es posible que los juzgadores no hayan reparado que es la sentencia la que realmente  humilla a los cientos de miles de españoles cuyos cadáveres siembran las anónimas cunetas del genocidio que supuso la sublevación de 1936 y la feroz represión de las que fue verdugo destacado Carrero Blanco.

Son las consecuencias de las vejaciones al pensamiento de Montesquieu  infligidas por el franquismo y las hechuras perversas de la univocidad conceptual del poder que se concretaba en el precepto: unidad de mando y diversidad de funciones. Las Cortes, los tribunales, el ejecutivo tenían diferentes tareas, pero siempre mirando a la lucecita del Pardo. Franco fue finalmente vencido por la biología, derrota que padeceremos todos, pero el Estado, los intereses y las influencias fácticas a las que cobijaba la arquitectura del régimen, superó el trance con ese enjalbegado llamado transición.

Para ello, en lugar de esa constitución que proclamaba Azaña: flexible, leve, ligera, adaptada al cuerpo español sin que le embarace ni moleste en ninguna parte porque un pueblo, en cuanto a su organización jurídico-política, es antes de la constitución, entidad viva, la que emergió de la transición en el 78 se hizo geométrica, rígida, para conservar el régimen de poder articulando un proceso de tránsito que según sus artífices suponía pasar de la legalidad a la legalidad, es decir, asumiendo la legalidad franquista y con ella el estatus de los grupos sociales, económicos y financieros de la dictadura. Se configuró un ambiente psicológico en que cualquier actitud de ruptura con el pasado vaticinara un vértigo. Toda la agrimensura política, por lo tanto, se concibió desde la desconfianza para que ese régimen de poder no cambiase y, como consecuencia, la democracia, como la pala de hojalata del poema de Seamus Heaney, estuviera hundida más allá de su destello en la masa de harina. El nuevo escenario, frente a lo que se nos ha hecho creer, ignoraba premeditadamente que la democracia no puede tener un espacio cerrado, pues no cabe en un Parlamento ni en las fronteras de un Estado, sino que existe siempre como el lugar común de esa resistencia, de ese intervalo en el que se afirma el poder de la ciudadanía.

Pasar de aquella legalidad sin derogarla nacida de la gran ilegalidad que supuso el golpe de Estado contra la democracia republicana, o lo que es lo mismo, que la legalidad hoy tenga su origen en la sublevación militar del 18 de julio, es lo que representa que Carrero Blanco sea una víctima y no responsable de crímenes contra la humanidad. Es por ello, que, al contrario que en los países europeos que padecieron las dictaduras fascistas, en España no es causa de ilícito penal la apología del franquismo; la continuidad de un Estado reformado a las nuevas circunstancias bajo la forma de la monarquía que el caudillo instauró es un certero indicativo histórico y político que lo que supuso el proceso llamado transición.

Y nunca se debería olvidar que la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír, como escribió George Orwell. Otra cosa seria oficio de panegiristas y amanuenses al dictado, que es expresión del poder nunca de la libertad, y que tanto gusta a la clase política de aquella falacia de la transición que se llamó consenso.

Cassandra y el almirante franquista humillado