martes. 23.04.2024

El capitalismo en guerra

La guerra es un mal absoluto sin mezcla de bien alguno, decía Manuel Azaña, pero el peor mal es el motivo egoísta e injusto que las causa.

La guerra es un mal absoluto sin mezcla de bien alguno, decía Manuel Azaña, pero el peor mal es el motivo egoísta e injusto que las causa

Como afirman Serge Latouche y Didier Hapagès, sin la hipótesis de que otro mundo es posible, sencillamente no hay política, sino sólo gestión administrativa y tecnocrática de los individuos y las cosas. Las fuerzas de progreso, en ese contexto, se han convertido en una alternancia mecánica y no en alternativa verdadera. Es por ello, que los lazos entre los partidos reformistas gestionarios de la redistribución social y las clases populares están distendidos o rotos, mientras las élites privadas y públicas están orgánicamente ligadas bajo el efecto de la privatización del mundo y de la reducción del espacio público.

Abolida la aspiración a otra sociedad posible y necesaria sólo puede existir el vacio para todos aquellos a quienes Gabriel Tarde llamaba los rechazados del mundo. Sin instrumentos cívicos de autodefensa, desalojados de la centralidad social, impuesta la dualidad de la sociedad como realidad irreversible, ¿Dónde pueden alojar los desfavorecidos su malestar? Singularmente cuando padecen un régimen de poder cada vez más cerrado que disfraza de “moralismo” liberal la despolitización metódica de las relaciones sociales. Y la lógica liberal es una máquina de producir desigualdades e injusticias. La suerte de los desfavorecidos, los débiles socialmente, las clases populares, exige, por tanto, que emerjan a través de un nuevo ciclo de luchas y experiencias, las bases de una alternativa social y que renazca el debate sobre estrategias de transformación social.

La aparición de nuevos niveles de soberanía ciudadana y nuevos procedimientos para tomar las decisiones democráticamente no sólo debe ser posible, sino necesario y urgente, de lo contrario estaremos siguiendo el camino más corto hacia lo peor. El capitalismo neoliberal desemboca en un universo de frustración y represión. En este sistema y dado que la ausencia de finalidad social es la condición misma de su funcionamiento, el individuo queda reducido a simple instrumento de supervivencia y consumo. El conservadurismo es, en la dinámica de las sociedades capitalistas, regresión, que en este ciclo de agresivo declive se ha convertido en un trastorno reaccionario que no consigue organizar el caos. Por ello, la defensa de la democracia y el sostenimiento de la vida se ubican hoy más que nunca, en las antípodas del capitalismo. La relación crecientemente contradictoria entre democracia y capitalismo bajo el látigo de un totalitario capital financiero que fía su supervivencia en la demolición de las conquistas sociales y democráticas, cristaliza en una ofensiva despolitizadora y retardataria que propicia el ascenso de la barbarie eclipsando los más elementales valores humanistas.

Los episodios decadentes y degradados del capitalismo siempre se sustancian en estados de guerra. El sistema capitalista  no se alimenta de la paz sino de la guerra concebida como el primer escalón de las políticas y estrategias de dominación, sustento de la explotación económica a escala global. En el capitalismo, la guerra no es solo un modo de producir satisfacción y dar poder a quien la gana, como siempre, sino que también se recurre a ella para resolver los problemas que producen el afán de lucro que le es consustancial y las contradicciones que se derivan del intento continuado de reducir los salarios y diluir el conflicto social consecuente del empobrecimiento y explotación de las mayorías sociales.

La guerra ha cambiado de formato, pero los objetivos, intenciones y las causas siguen siendo las mismas: la intensificación de la voracidad capitalista llegada a graves contradicciones por el agotamiento que supone la irracionalidad de su propia práctica. Todo ello es posible por el triunfo, a pesar de todo, de la ideología dominante que ha barrido cualquier tipo de alternativa política y metafísica, carencia de alternativa que se refuerza en los estados de guerra donde no sólo se siguen manteniendo los beneficios capitalistas sino que la consecución de un enemigo común ajeno al conflicto social, a la agresión económica a las mayorías sociales y a la disolución del mundo del trabajo, sitúa el debate político en ámbitos que no ponen en peligro la integridad del sistema y los intereses que defiende.

La guerra es un mal absoluto sin mezcla de bien alguno, decía Manuel Azaña, pero el peor mal es el motivo egoísta e injusto que las causa.

El capitalismo en guerra