jueves. 18.04.2024

Apocalipsis PSOE

La crisis que padece el Partido Socialista no es ajena a esa inercia de sus dirigentes de actuar sobre una teoría interesada de la sociedad y no sobre la realidad social. Se propicia, bajo ese esguince psicológico y estratégico, que el análisis político se escore en exceso a la excusa como centralidad de actuación pública y también extravío de la cualidad ideológica que debería constituir a la organización. Bogar como partido de Estado de un régimen de poder tan propicio a las hechuras de las minorías dominantes, produce una desnaturalización de cuanta política no esté encorsetada en un conservadurismo que sólo admite matices para que el atrezzo no se adivine en su conjunto. Es esa ortopedia institucional la causa de que el Partido Socialista tenga que reproducir la misma organización cerrada en que se vertebra la España oficial, en frase de Ortega sobre aquella Restauración canovista, que el mismo Canovas definía -en un alarde de cinismo y sinceridad- como “presidio suelto” y que tantos sesgos comunes tiene con el sistema actual. Por ello, es imposible la regeneración o refundación del Partido Socialista sin la refundación del régimen político, lo que tiene la complejidad de que el Partido Socialista se ha convertido en una superestructura ad hoc del sistema y sólo aspira a tímidas reformas sin que, en ningún momento, se arriesgue a que supongan una modificación del régimen de poder, por lo que el socialismo se sitúa más en valedor del sistema que en su reformador.

Desmayada la ideología, adepto el Partido Socialista a un régimen de poder distante de su propia esencia constitutiva que lo convierte en frágil y fugitivo, exiliada la capacidad de establecer vínculos emocionales con la ciudadanía, el acto político queda reducido a una simple lucha por el usufructo del poder desprendido su ejercicio de fines trascendentes. En este contexto, el único planteamiento que observan  los responsables orgánicos socialista para sobresanar la crisis partidaria sustanciada en la incomodidad de los militantes y el desafecto de los electores, es una reordenación nominalista del poder interno, inutilizadas las ideas y las propuestas ideológicas. Ello supone un prejuicio que limita la capacidad de definir la posición y la función del socialismo en la sociedad e impide, como consecuencia, el desarrollo de un discurso atractivo para la ciudadanía como el que Fenelón situaba en la capacidad de convencer (razonamiento) y persuadir (emoción).

Después del enésimo desafecto electoral hacia el Partido Socialista con motivo de los comicios últimos, se quiere por parte de los responsables orgánicos ubicar la crisis del partido en el ámbito que planteaba Borges cuando decía que el demérito de los falsos problemas es el de procurar soluciones que son también falsas. Resituar a las personas que ya influyen en el aparato, ampliando su responsabilidad o alterando su estatus desde un punto de vista exclusivamente clientelar, maquillar el poder interno para no modificarlo y, sobre todo, tomar la vía del atrezzo de espaldas al análisis ideológico de una realidad cuya transformación es una demanda generalizada de la ciudadanía, supone transitar un camino que no conduce ya a ninguna parte.

La crisis del socialismo español no admite más fantasmagoría de marketing político. La falta de credibilidad produce que la imprescindible renovación ideológica, orgánica y de liderazgos no puedan surgir del lampedusiano acto de cambiar de lugar a los que ya están mediante esa ficción del barón de Münchhausen quien se sacó él mismo junto a su caballo del pantano tirándose de la coleta.

Apocalipsis PSOE