viernes. 19.04.2024

Las abdicaciones

La abdicación del monarca es un intento de que sigan vigentes todas las anteriores abdicaciones...

La crisis económica ha devenido en crisis política, social, territorial e institucional por un régimen de poder consuetudinario tan parcial que pone a la nación y el Estado al servicio de una minoría y deja para las mayorías sociales la mayor hostilidad y hosquedad del sistema. Ni Felipe II ni sus sucesores hicieron el menor intento por construir un Estado nacional. La unidad de España estaba basada no en lazos políticos sino en la ideología, esto es, en la religión y el guardián  de esa unidad era la Inquisición. Un Estado bajo el control ideológico de las minorías dominantes

Todo esto ha hecho que España se constituyera durante siglos y hasta hoy mismo en un régimen de poder patrimonial: se heredan los bancos, las tierras, las grandes empresas, las influencias sociales y políticas en un constante ritornello del azoriniano hacer siempre lo mismo con esa actitud tan retardataria de no moverse del quicio. Nuestra nación, sentencia Azaña es un país gobernado tradicionalmente por caciques. “En esencia, -escribe el político republicano- el caciquismo es una suplantación de la soberanía, ya sea que al ciudadano se le nieguen sus derechos naturales, para mantenerlo legalmente en tutela, ya que, inscritos en la Constitución tales derechos, una minoría  de caciques los usurpe, y sin destruir la apariencia del régimen establecido, erija un poder fraudulento, efectivo y omnímodo, aunque extralegal.”

En la España de hogaño el parangón es tan reconocible que produce cierto vértigo moral y político constatar lo poco que hemos avanzado, sobre todo, cuando el que sería presidente de la República da cuenta etiológica del caciquismo hispano: “La oligarquía, como sistema y el caciquismo, como instrumento –exclusión de la voluntad de los más- son anteriores al régimen constitucional y al sufragio y han persistido con ellos; la oligarquía fue nobiliaria y territorial; hoy es burguesa y, en su núcleo más recio y temible, capitalista y de las finanzas.”

El pacto de la Transición supuso la continuidad de un régimen de poder que necesitaba, para esa misma continuidad, dotarse de unas hechuras con apariencia de homologación democrática pero con las limitaciones de no conmover la estructura de influencia de las minorías dominantes. La monarquía era garante de que no hubiera ruptura de intereses. La publicidad política lo envolvió todo, incluso en los mismos términos panegíricos de otras épocas. Hoy, con la abdicación, se han recuperado los viejos clichés y se vuelven a escuchar idénticas salmodias laudatorias como hace cuarenta años. Sin embargo, Renan lo ha dicho: “Los que salen del santuario son más certeros en sus golpes que los que nunca han entrado en él.” Y las voces y actitudes de ayer suenan en la actualidad de otra manera.

Tocqueville señaló que el poder era la opinión pública y su conformismo. Esto no es neutro, el poder descansa en la capacidad de transformar actores en agentes de comunicación sin autonomía interna. El poder ha sido convertido en una forma incívica de publicidad. Una publicidad sin ética que impone la resignación ante una realidad presentada como inconcusa al igual que si se tratase de un estado natural. Pero ya dijo Adorno que ese tipo de naturaleza es estiércol.  Empero, cuando se han abierto profundas grietas en la tramoya del sistema, lo que ayer pudo verse con cierta credibilidad, hoy no es más que la confirmación de todo aquello que ha ido produciendo una profunda ruptura entre el régimen y la ciudadanía.

La abdicación del monarca es un intento de que sigan vigentes todas las anteriores abdicaciones. La de las fuerzas políticas de izquierdas que en el pacto del llamado consenso abdicaron de construir una auténtica alternativa ideológica al sistema de la Transición. La forzosa abdicación de las clases populares a sus derechos laborales y cívicos. La represiva abdicación de la ciudadanía a la prosperidad y a una vida digna, sometida a la pobreza, el paro y la exclusión social por la rapiña de las élites económicas y financieras auténticos beneficiarios del sistema. Son las múltiples y dolorosas abdicaciones, con excepción de la del rey, que han derribado el atrezzo para mostrar los auténticos ijares de ese poder fáctico siempre en el extrarradio del escrutinio ciudadano.

Una ciudadanía maltratada y empobrecida escucha los viejos eslóganes de otrora, redivivos con una auténtica falta de imaginación y pudor, con la indignación de quien ha mirado de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte social, como diría Celaya, y dice y siente las verdades. Lo que ha  abdicado de verdad ha sido el cambio y cuando el cambio es imposible, la decadencia es inevitable.

Las abdicaciones