viernes. 29.03.2024

Vergonzante investidura

Hay días, y ayer por la sesión de investidura fue uno de ellos, en que España es verdaderamente un país “different”, una tierra distinta, una región peculiar; una anomalía en el sur de Europa.

Y la anomalía no es sólo el discurso, llamemos así a la aburrida perorata sobre conocidas fábulas con que Mariano Rajoy se adornó para eludir la obligación constitucional de ofrecer un programa de gobierno, si aspira a ser investido presidente. No fue una anomalía la sarta de lugares comunes y frases hueras que envolvieron mentiras sin convencimiento e imprecisas promesas difíciles de creer a estas alturas, dichas con la rutina imprescindible para cumplir un trámite. Fue tal el tono de la intervención del candidato, adobada con apocalípticas profecías -la alternativa sería “un gobierno de mil colores, radical e ineficaz”-, que se diría que no aspiraba a convencer ni a los suyos ni a sus ocasionales aliados, porque no le interesa gobernar, sino sólo mantenerse en el Gobierno, aforado y lejos de la acción de la justicia, y entre tanto dejar hacer, dejar pasar, aplicando dócilmente lo que dicte la canciller alemana.    

La verdadera anomalía de la jornada es que el peor Jefe del Gobierno de la etapa democrática, el hombre que, lejos de la moderación de la que alardea, ha arremetido sin piedad contra las condiciones de vida y trabajo de la población asalariada y los perceptores de rentas bajas, para atender los intereses de las clases altas y sanear con fondos públicos bancos y negocios quebrados por mala gestión privada, se haya presentado como candidato a ser investido presidente. 

La verdadera anomalía es que quien ha convertido en espina dorsal de su mandato la privatización de bienes del Estado, el recorte del gasto público y el expolio del patrimonio colectivo mediante un trato opaco y preferente con agentes privados, se atreva a presentarse como el candidato ideal.

La anomalía es que quien ha dividido profunda y trasversalmente el país, al  fomentar que la brecha entre ricos y pobres haya aumentado como nunca en treinta años, se presente con el adalid de la unidad de España. 

La anomalía es que quien ha conseguido que España alcance las cotas más altas de deuda pública (más de un billón de euros) desde hace un siglo, tenga una deuda externa de 1,8 billones de euros, incumplido un año tras otro el déficit público acordado con la Unión Europea, lo que ha merecido una amonestación, y ha aprobado con trampa el presupuesto de 2016 para tratar de engañar a los socios de Bruselas, se ofrezca como el mejor gestor posible.     

La anomalía es que quien ha sido un Jefe de Gobierno ausente, displicente, que ha gobernado de forma opaca y despótica, sin consultas, debates ni diálogo con otros partidos, sin admitir ni contestar preguntas y sin rendir cuentas al Congreso, a los ciudadanos y a la prensa, se postule ahora como el campeón del diálogo y el muñidor de futuros acuerdos. 

La anomalía es que una persona trapacera, astuta y maniobrera, que encabeza un Gobierno en funciones, que en diez meses no se ha sometido al control del Congreso porque dice que no tiene su confianza, y que con la reforma de la administración de la Justicia, la Ley de Enjuiciamiento Criminal (ley de “punto final”), la Ley de Seguridad Ciudadana (“ley mordaza”) y la Ley de Seguridad Nacional ha promulgado un paquete legislativo de excepción, que no se corresponde con la situación real del país, tenga la desfachatez de postularse como presidente de un gobierno ¡moderado!

La anomalía es que el candidato a presidente, que representa un capitalismo de amigotes y una democracia de parientes y clientes, se presente como garantía de transparencia y regeneración cuando arrastra una abultada lista de miembros  de su partido ya condenados o en curso de investigación, por casos que ofrecen una amplia gama de dejaciones, abusos, faltas y delitos cometidos al amparo de cargos públicos de todos los niveles. 

Y la anomalía es que el candidato se postule respaldado por una pírrica victoria electoral, conseguida con una ley tramposa, todo hay que decirlo, y que la vituperable base de su relativo respaldo es haber convencido a buena parte de los votantes de que la corrupción del partido gobernante es un justificable y merecido pago adicional por servir a España lealmente y que la impunidad de los políticos corrompidos es una prueba de inteligencia y de la magnanimidad de la ley. 

Vergonzante investidura