jueves. 28.03.2024

La (mala) suerte está echada

Albert Rivera "volvió adonde solía". Desaprovechó la oportunidad de haberse convertido en un referente de centro/centro-derecha, ocupando aquel espacio de la antigua UCD que tan útil fue para construir nuestra Democracia y desplazando al partido de Rajoy hacia la AP que nunca dejó de ser.

Pero a Rivera le puede su origen, y le marca la dialéctica vivida en Cataluña, donde hizo el camino contrario al que se esperaba de él: generar una alternativa moderada al secesionismo -ilustrada y con ciertos destellos progresistas- sin caer en un ramplón "nacionalismo español". Parecía tener vocación de ser capaz de recoger sectores no secesionistas de CDC y de UD, pero terminó heredando a sectores vergonzantes del PP.

Esa trayectoria le impidió entender movimientos y procesos de avance en la reinterpretación de la estructura territorial de España, y le escora a ser también en España un mero sucesor o sustituto del PP. O lo que es peor, un subalterno del PP.

Con su última pirueta, el mensaje que está trasmitiendo es: "quiero ser el PP si me dejan regenerarlo". Sus condiciones para apoyar la investidura de Rajoy no van más allá de ese horizonte. Si se las aceptan, él estará apoyando a cambio toda una política social y económica que ha puesto a nuestra sociedad en un serio riesgo de ruina presente y miseria futura. Y estará respaldando a un gobierno que -dada su minoría- se verá cada vez más tentado a gobernar por decreto.

Por eso la suerte -la mala suerte me atrevo a decir- está echada. Rajoy llegará a la investidura con 169 diputados. Y se habrá desperdiciado la ocasión de un gobierno que apostara por un cambio, si no radical al menos significativo en el ámbito social, que es el más urgente. Aunque eso no es sólo culpa de Rivera, que también, porque su intransigencia, sumada a la de Iglesias (o las esperanzas de ambos de mejorar su posición con unas segundas elecciones) impidió en la anterior fugaz legislatura una investidura menos mala que la que tenemos delante de nosotros.

Ahora Rivera, y su gente, no sólo apoyan a Rajoy, sino que reconocen que lo hacen para forzar la abstención del PSOE. Es decir, para construir una especie de "gran coalición" por la puerta falsa. Que es justamente lo que pretenden los poderes fácticos, que desgraciadamente han vuelto a manifestarse en nuestro escenario político y mediático.

 Y frente a esto, el PSOE no tiene margen de acción. O permite gobernar a Rajoy, o fuerza unas terceras elecciones. En un país en el que los grandes medios de comunicación han logrado un ambiente de opinión en el que una mayoría de ciudadanos se rija por el único norte de que haya gobierno cuanto antes. No que se hagan unas políticas que nos saquen de la situación de presente emergencia social y de callejón sin salida para el futuro, sino que haya gobierno: cualquiera...

Ante ese panorama, si el PSOE no permite formar gobierno tendrá que pagar una cara factura. Y si lo permite, arriesga perder el liderazgo en el ámbito de la izquierda. Porque Podemos -y sus confluencias- saldrán de su actual silencio táctico para proclamarse como los puros guardianes de las esencias (¿de las ni izquierdas ni derechas? pregunto yo).

Ahora le tocará mover ficha al PSOE. Y aunque los consejos desde fuera nunca son ni bien venidos ni escuchados, me atrevería a aventurar que sería el momento en el que el PSOE debería estar buscando la alianza con la Sociedad. Proponiendo sus alternativas a los sindicatos, a las organizaciones empresariales y de autónomos, organizaciones ciudadanas, culturales, profesionales...

Porque la legislatura actual, aunque no dure los cuatro años -que con las perspectivas que se presentan no debería durar- tiene que ser una legislatura en la que hable la Sociedad. Y porque es en la Sociedad real donde el PSOE ha de recuperar sus apoyos y legitimar el liderazgo de la izquierda que pretende. Y es en ese contexto, y en esa movilización, donde deben encontrar su espacio de diálogo los partidos y grupos de la Izquierda.

No queda otra. Es la hora de hacer política. Una política para la que es inevitable –y recomendable- estructurar la participación y la movilización social. Y en ese contexto, lo de menos es abstenerse o que haya terceras elecciones. Siempre que lo que se haga sea en nombre de la Sociedad y de acuerdo con ella.

La (mala) suerte está echada