jueves. 28.03.2024

La ortografía del Magistrado López

Si a un político le hubieran pillado con cincuenta faltas de ortografía en un documento de diez y ocho páginas se hubiera liado una grita descomunal.

Si a un político le hubieran pillado con cincuenta faltas de ortografía en un documento de diez y ocho páginas se hubiera liado una grita descomunal. Que a un juez de alto ringorrango –pongamos que hablo de don Enrique López- le hayan contabilizado un montón de horrores y enrique-lopezerrores ortográficos no parece que haya escandalizado en demasía. Y más todavía, no es irrelevante el caos sintáctico del mencionado López. Voces no convenientemente informadas nos hacen llegar que la tumba de don Luis Miranda Podadera se ha abierto, escandalizada, de cuajo. 

De buena se ha librado este López. Si todavía estuviera vigente la afamada ley de que “la letra con sangre entra” alguien le debería castigar como se hacía en tiempos de mi maestro don José Viera en Santa Fe, capital de la Vega de Granada. “Escribe mil veces que ahí hay un juez que dice ay”, y nos habría alegrado la palma de la mano con diez leñazos.

A riesgo de equivocarme, puedo establecer dos hipótesis sobre la relación entre López y las normas ortográficas. Una, no hay estudios que vinculen el oficio de juez (en cualquiera de sus instancias) con la justa utilización de la ortografía. Dos, que con cierta seguridad el desgobierno de dicha técnica le viene al juez de sus primeros años escolares. Lo cual nos llevaría, en esa suposición, a que el niño Enriquito nadie le practicó el in vigilando, así en el colegio de pago o en su casa. Y así siguieron las cosas cuando el ya joven Enrique hizo el bachiller, ingresó en la Universidad, aprobó la carrera y las oposiciones hasta llegar al cielo de la judicatura. Nótese que López hizo una carrera de letras, de Humanidades. Nuestro hombre siguió escribiendo sin el menor respeto a las convenciones y normas de la Ortografía. Por ahí se empieza y, según cómo, se deja de calibrar cuándo la botella está medio llena y cuándo está medio vacía. O cuándo, tras esa confusión entre medio llena y medio vacía, se es indiferente a las normas y convenciones del Código de Circulación.

Pero la relación entre este caballero y la ortografía nos depara otra reflexión. Por ejemplo, alguien sigue practicando la técnica siguiente: para dar cobijo a los inmigrantes de otros países no europeos se les hace un test de cultura. Se puede preguntar “¿quién fue Lagartijo?”. Pero a un nacional –universitario, letrado y después juez— se le permite que escriba vallamos por partes. Un poco chocante, por decirlo con suavidad.

Séanme permitidos dos recuerdos. Uno, al dirigente anarcosindicalista Ángel Pestaña que, siendo director del diario La Solidaridad Obrera, órgano de la CNT, mantenía una sección donde explicaba las normas de ortografía, al entender que su conocimiento era imprescindible para todo sindicalista. Dos, sirva de homenaje este artículo a don Luis Miranda Podadera y sus magníficos libros sobre esta técnica, la ortografía. Y, como colofón, se pregunta: ¿tenía Enriquito –y después Enrique--  en casa el libro de don Luis? Y, ya en plan empedernidamente chafardero: ¿había biblioteca en la casa parterna de los López? Si no la hubo, eso es lo que se perdió; y si la hubo no le sacó provecho. De esto último podríamos sacar una lección: don Enrique no subió poniendo los codos en la mesa de estudio, sino a codazos.

La ortografía del Magistrado López