jueves. 25.04.2024

Mariano Rajoy, ese hombre

Se tiene a Rajoy como una persona de superlativa incompetencia; así lo afirma un amplio sector de la marianología...

Se tiene a Mariano Rajoy como una persona de superlativa incompetencia; así lo afirma un amplio sector de estudiosos de la marianología. La cosa no es nueva, pues hunde sus raíces en su paso por diversos negociados en los que ha tenido responsabilidades políticas. Que no sea el único de ese jaez, en nuestro país, es cosa sabida. Pero el detalle es que ese hombre es el primer mandatario español. Más todavía, el caballero no ha ganado con el paso del tiempo, y al revés de los buenos vinos pierde olor, color y sabor. Tampoco, parece ser, es el único inepto de la historia política de nuestra piel de toro, pero –otra vez el detalle--  es el que sufrimos los que ahora y aquí nos encontramos. Por lo demás, en su dilatado historial político no ha logrado que las cuchufletas fueran bajando de tono. La primera empezó cuando el maestro Fabián Estapé le llamaba, afrancesando el apellido Rajoy, Rayuás en la televisión: todo un alarde de malafollá granaína casi insuperable.

Aunque sea titubeando, sería cosa de averiguar de dónde viene tamaña incompetencia. Voy a plantear algunas hipótesis que como tal, deben verse. De un lado, estaría el carácter original del cursus honorum del caballero; de otro lado, el carácter de la política. Y como redundantemente dijo don Pedro Antonio de Alarcón en el incipit de su Viaje a la Alpujarra: «Principiemos por el principio», una sintaxis que seguramente le llevó a la Real Academia de la Lengua.  

Desde hace tiempo se está consolidando en las organizaciones políticas (también en las de otro tipo) un escalafonato político cuyo origen poco tiene que ver con una “primera militancia” en organizaciones y movimientos: se sale de la Universidad y, sin más, se pasa a una concejalía o una vocalía política. O bien se entra para tareas funcionariales del partido u organización y, andando (poco) el tiempo, la persona en cuestión acaba en el aparato dirigente. Así las cosas, como quiera que el susodicho siempre está con los “suyos” jamás habla con los de “fuera”. Siempre habla con los mismos. No tiene práctica de masas, sino cultura de mesas, de mesas de reunión. No está en secretarías sino en negociados. Es la cooptación. Así empezó Martín Villa que a los quince años se subió a un coche oficial y acabó su vida política en lo más alto de los aparatos; finalmente tuvo el coche oficial que proporciona la hospitalidad de las puertas giratorias.   

Hablábamos del carácter de la política. Hoy, más que nunca, los políticos son pensados por sujetos que formalmente están fuera del quehacer público. De ese modo se reducen los espacios autónomos de la política, que están en manos de otros poderes económicos, mediáticos o de cualquier otra naturaleza. Así las cosas, si los políticos son pensados por otros cualquiera que tenga un cierto desparpajo puede llegar a cualquier lugar. Con lo que Mariano, por ejemplo, no tiene por qué hacer un esfuerzo en discurrir: es el paniaguado de otros. Sin duda, podría esforzarse y ser diligente, pero eso es harina de otro costal.
 
Naturalmente, ambas hipótesis están condicionadas al estudio riguroso de la marianología. En todo caso, a los marianólogos les quedaría un recurso por explorar: ir de pesca en la literatura de Max Weber cuando refiere la incapacidad de los «inquietos comandantes del regimiento» para «representar ante sus superiores los intereses de aquellos que están a su cargo». Si seguimos ese hilo podemos llegar al ovillo: es irrelevante que Mariano tenga pocas neuronas; la explicación está en unas determinadas estructuras que trazan el camino para que ciertas personas puedan llegar a determinados lugares.  

Mariano Rajoy, ese hombre