jueves. 28.03.2024

La desubicación del nacionalismo, pongamos que hablo de Cataluña

Seis apuntes aparentemente inconexos.

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Primer tranco

Cuando se llega a una determinada edad, como es mi caso,   no es recomendable ir con melindres: tempus fugit que, según dicen, el divino Virgilio dejó insinuado en las Geórgicas. De manera que vayamos al grano. ¿Por qué entiendo que el nacionalismo -me es indiferente el pelaje con el que se cubra- está desubicado?

El Estado nación ha entrado en crisis, tal vez definitiva. Sólo le queda un papel simbólico como inercia de lo que fue. Los que hipotéticamente puedan aparecer en el escenario mundial serán, en mi opinión, achicorias de lo que fue en el pasado. A lo largo de este ejercicio de redacción procuraré desvelar las razones de lo que entiendo por desubicación del Estado nación y del nacionalismo. Especialmente del que quiere implantar un nuevo Estado, a construir sobre la base de los usos ideológicos del pasado. En este nuevo paradigma esos usos ideológicos del pasado chocan abruptamente con la realidad.

¿De qué cambio de paradigma estamos hablando? De la potente innovación—reestructuración de los aparatos productivos, del conjunto de la economía, en el contexto de la globalización e interdependencia. Lo que ha llevado, además, a la crisis del Estado nación. Toda política, toda acción colectiva organizada que persista en actuar en la vieja clave del Estado nación se va manifestando gradualmente como pura herrumbre, en algo inútil para la ciudadanía. Y, al contrario, lo que se escapa de esa lógica -como por ejemplo, la empresa y la economía- impone sus reglas y alcanza una nueva relegitimación. Como he señalado en otras ocasiones, aquí se pueden encontrar algunas claves de la crisis de la política en general y muy particularmente de la izquierda, incluida la que actúa en el terreno de lo social. También a los que sustituyen la díada derecha e izquierda, por los de arriba y los de abajo. (Esto último es un tema que nos hubiera gustado que abordara Javier Terriente en su trabajo El factor P).

¿Por qué esta relación entre crisis del Estado-nación y la izquierda? Porque ésta no ha sabido leer las grandes transformaciones: la innovación y reestructuración en la globalización y sigue manteniendo su praxis en un territorio (el campanario) cada vez más asediado por tan poderosa interferencia. La vieja fortaleza está llena de goteras y no pocos escombros.

Segundo tranco

Ahora bien, esa desubicación de los nacionalismos necesita disfrazarse por partida doble: de un lado, haciéndose heredera de las chansons de geste de tiempos lejanos, y, de otro lado, proponiendo una solución salvífica así para el presente como para el futuro. Es la mezcla de una elaborada ucronía con la propuesta de una utopía que no cabe en ninguna cabeza regularmente amueblada. Por una parte es la confusión entre novela histórica e historia; por otra, es el constructo ideológico de prometer a la Nación un presente y un futuro donde la nota principal es la indistinción entre las clases sociales y, sobre todo, una gratuita eliminación del conflicto social. El resultado no deja de ser el siguiente: un sector no irrelevante de la izquierda acaba siendo cooptada por sus adversarios que pasan a ser amigos y saludados; ylos de abajo se transforman, así las cosas, en acompañantes acríticos dejándose por ese camino todo distingo de alternatividad. 

En esa distorsión, las plumas alquiladas por el nacionalismo se afanan en un revisionismo historicista que intenta transformar las biografías de dirigentes emblemáticos de los de abajo en dirección radicalmente opuesta a lo que fueron. Pongamos que hablo, aunque no solamente es el único caso, de Salvador Seguí, El Noi del Sucre, el gran dirigente dela CNT a quien se le intenta hacer pasar por un catalanista y un patriota catalán. Lo que significa no sólo una obscenidad contra el propio Seguí sino, además, contra dicha organización de trabajadores nunca sospechosa de contaminación nacionalista.

Tercer tranco

He dicho más arriba que una parte de la izquierda ha sido cooptada, primero, por el nacionalismo  y posteriormente por el soberanismo. Tengo para mí que una plausible explicación de ello se encuentra en una indigesta lectura de los viejos textos bolcheviques acerca de la «cuestión nacional», cuya Vulgata fue elevada a  categoría de dogma en aquellos tiempos de antañazo, muy en especial el opúsculo de Stalin. Tengo la impresión de que, cuando se le ajustaron las cuentas a este famoso georgiano en tiempos de Kruscheff y posteriormente, la cuestión nacional (este evangelio según José) se libró de la quema.

Hoy día las teorías estalinianas sobre dicha cuestión son andrajos, productos de ropavejero. La globalización lo ha trastocado todo velozmente. Y sin embargo se están operando dos fenómenos simultáneamente: una tendencia –disimulada en unos casos y abierta en otros— al repliegue de las fronteras nacionales, de un lado; y, de otro, una globalización de la técnica, la ciencia y, muy en concreto, de la economía.

El repliegue a las fronteras y, en lo que ahora nos concierne, el nacionalismo, es una reacción temerosa del nuevo paradigma: ese temor le impide encarar los desafíos de los procesos de innovación—reestructuración en este mundo global. De manera que, así las cosas, la acción política y los conflictos sociales tienen las limitaciones que comporta tal desubicación. Aunque realmente ya no se trata de limitaciones sino de impotencia pura y dura. Por lo que las filípicas de Demóstenes en defensa de la ciudad-estado se quedan en el llanto de Jeremías. Que dichos discursos puedan movilizar a un sector no irrelevante de la ciudadanía no contradice lo anterior. Pero, lo sabemos desde tiempos muy lejanos, no todo lo que se mueve lo hace en la buena dirección.

Cuarto tranco

El nacionalismo catalán es una buena prueba de la desubicación que estamos comentando. En buena medida es la acumulación de sus propias impotencias que le imposibilitan a enfrentarse lúcidamente a sus adversarios. Ni siquiera ha tomado nota de las recientes derrotas del nacionalismo vasco y de sus intentos de rectificación en los tiempos.

Tengo para mí que no se ha estudiado a fondo, ni tampoco se han sacado lecciones políticas, de un giro de gran importancia que se dio en tiempos del segundo tripartito catalán. Fue la conferencia de Artur Mas, en la oposición, en la London School of Economics donde preparó las bases para sus futuras políticas neoliberales. Son las bases teóricas que, posteriormente, justificaron una sorda operación de privatizaciones y recortes en materias sensibles del Estado de bienestar como la sanidad y la enseñanza.Lo que, por cierto, ha comportado una degradación caballuna de tal calibre que se ha traducido finalmente en que la sanidad pública catalana (que es una competencia exclusiva de la Generalitat) esté en la cola de las comunidades autónomas. Lo que, en mi opinión, es el resultado de una gestión consciente cuyo objetivo es que, tras la desarboladura del welfare, los sistemas de protección social se trasladen al negocio privado. 

Quinto tranco

El nacionalismo de Artur Mas ha intentado fundir los usos ideológicos del pasado con los usos ideológicos del neoliberalismo. Esto es, la canción de gesta medieval y el dogma de una economía sin controles de ningún tipo. Esto es, lo que los clérigos (en el sentido que Julien Benda que le  da a esa expresión en La trahison del clergues) o no han visto o no han querido ver. Ninguna crítica al uso del poder por sus desafueros contra el welfare, ningún reproche a la indistinción de las políticas de Mas, algunas de las cuales fueron pioneras, con las de Rajoy. Por supuesto, no todos los clérigos tuvieron esa actitud. Tampoco ninguna amonestación por el inmenso estercolero de la corrupción, cuyo baricentro estaba en el mismo gobierno de la Generalitat y en Convergència, porque estaban preparando otro tipo de amonestaciones: las que preceden al matrimonio religioso.

Y de la misma manera que el neoliberalismo ha creado su propio teologúmeno («no hay alternativa», afirma), el nacionalismo ha ido exasperando su propio dogma así el del pasado como el del presente. Fuera del mismo no hay salvación parecen indicar. A tal efecto Manel García Biel denuncia alguna que otra depuración en su artículo PP y Convergencia, dos caras de una misma moneda, publicado en Nuevatribuna.

Sexto tranco

Ayer empezó la campaña electoral en Cataluña. Ya veremos en qué acaba todo esto. No es costumbre de un servidor hacer pronósticos, porque no es cosa competir furtivamente con los arúspices. No obstante, me reservo esta pequeña osadía: sea cual fuere el resultado de las elecciones no se conseguirán los deseos estratégicos de los independentistas. Pero el conflicto seguirá. De donde infiero que se precisan los cambios necesarios y suficientes para bajar considerablemente los grados de esta olla a presión.

La desubicación del nacionalismo, pongamos que hablo de Cataluña