jueves. 28.03.2024

La amnistía de Rodrigo Rato

«Era mi deber», respondió el Ministro Fernández-Mordaza a requerimiento de la oposición, «recibir a don Rodrigo Rato».

Fernández no está contestando exactamente a la oposición. Contesta especialmente a los dirigentes de su partido que, incluso en público, le han afeado, con mayor o menor acento, su insólita y oficial hospitalidad

«Era mi deber» es ya una frase que puede competir con aquellas que han alcanzado fama a lo largo de la historia de los españoles. Justo al lado de «yo me comeré uno a uno los granos de esa granada», «más vale honra sin barcos que barcos sin honra», «sin novedad en el Alcázar» y otras de no menor enjundia. «Era mi deber», respondió el Ministro Fernández-Mordaza a requerimiento de la oposición, «recibir a don Rodrigo Rato». Digámoslo sin más preámbulo: el ministro, impasible el ademán, está amnistiando la reciente biografía del que pudo haberlo sido todo y finalmente está en ese enorme almacén de presuntos por Dios y por la Patria.

Ahora bien, Fernández no está contestando exactamente a la oposición. Contesta especialmente a los dirigentes de su partido que, incluso en público, le han afeado, con mayor o menor acento, su insólita y oficial hospitalidad. Y también lo hace a toda una serie de medios de derechas que han visto lo innecesario de ese gesto. De ahí que Fernández-Mordaza tuviera necesidad, a través de la pluma de su escribidor, de pronunciar una frase altisonante, sacada tal vez de las buhardillas de don Pedro Calderón de la Barca.  

¿Fue un disparate que Fernández recibiera al presunto Rato? Entiendo que el ministro no podía correr el riesgo de que el multireincidente Rato hablara urbi et orbe acerca de unas presuntas cosas incómodas del hombre Z, cuyos secretos deben seguir guardados bajo siete llaves. Y es que Rato, al igual que otrora Mario Conde, sabe lo suyo de sus antiguos conmilitones en general y del hombre Z en particular. ¿Qué cosa debía hacer nuestro Fernández? Justamente lo que ha hecho: impedir que se supiera do se encuentran los establos de Augías, un hombre de familia numerosa. De manera que en esa razón de Estado se encuentra la clave del «era mi deber». No en la honra calderoniana abstracta, sino en la salvaguarda de la vida y milagros del hombre Z. De manera que Rodrigo ha hecho lo que le convenía a él personalmente y Fernández lo que interesa a la proyección del hombre Z en la vida política española.

Ustedes podrán decir que eso es una cochinada. Por supuesto, estamos hablando de los establos de Augías. No nos referimos a un convento de ursulinas. Hasta Sor Patrocinio, que era de otra orden religiosa, hubiera recomendado y hecho lo mismo. En todo caso, con estos asuntos del ocultamiento del hombre Z nos encontramos ante una inversión de aquella sentencia del «fiat iustitia et pereat mundos» hacia no hagamos justicia porque entonces el mundo se va al carajo, que podía haberla dicho Guilio Andreotti, la persona más informada e implicada en los viejos establos vaticanos y su relación con los asuntos del siglo.

Dos recomendaciones a la oposición: no cejen en el empeño de rodear a Fernández-Mordaza y, sobre todo, busquen la pista que conduce al hombre Z.  

La amnistía de Rodrigo Rato