miércoles. 17.04.2024

Dos proyectos, dos futuros

osoep

Guste o no guste, el fin de semana del 25-26 de marzo se dio el segundo gran paso hacia la explicitación de un importante dilema-debate sobre el futuro de la socialdemocracia española. Dilema que se sustanciará –no se sabe si definitivamente− con una votación de todos los afiliados del PSOE en una fecha del mes de mayo que aún no ha sido fijada formalmente cuando esto se escribe.

El primer paso hacia la expresión pública de este dilema sustantivo fue la borroscosa sesión del Comité Federal del 1 de octubre, en la que las posturas quedaron decantadas de cara a la opinión pública. Lo que en aquella fecha se hizo patente no fue solo una cuestión de método, de personas, o de liderazgos, sino una cuestión que afecta tanto a la manera de entender el proyecto socialdemócrata en las sociedades del siglo XXI, como a la forma en la que deba organizarse –y funcionar− un partido democrático en nuestro tiempo.

La perplejidad en la que algunos “dirigentes” del PSOE se mueven, confundiendo una sana democracia interna y un enriquecimiento de la participación con “un estado de asambleísmo permanente” –como afirman− denota un estado preocupante de turbación intelectual y política. Nadie en el PSOE –que se sepa− propugna entrar en un “estado de asambleísmo permanente”, ni los métodos democráticos que practican otros partidos socialdemócratas europeos –como el francés− merecen ser tachados despectivamente de “asamblearios”.

De alguna manera, en el Comité Federal del 1 de octubre se confrontaron públicamente, de manera caótica y desordenada, dos conceptos y dos maneras de entender la socialdemocracia y la vida orgánica de un partido político. Enfoques y maneras que venían haciéndose notar subyacentemente desde el último cuarto del siglo pasado, a partir de la quiebra del consenso keynesiano, de la expansión del modelo de globalización asimétrica y de la caída del muro de Berlín, como expresión simbólica de una nueva realidad política y de una nueva correlación de fuerzas.

Vértigo ante los cambios

Todos estos acontecimientos tuvieron lugar –además− en unos momentos en los que nuestras sociedades estaban entrando en una revolución tecnológica de enorme alcance, que en nuestros días ha explosionado de la mano de la revolución digital, de los avances de la robótica y de los primeros pasos –espectaculares− de la genómica.

La acumulación de tantos cambios, tan profundos y en tan poco tiempo, es lógico que haya dejado confundidos a buena parte de los partidos reformistas y a sus líderes históricos. Confusión que, generalmente, se ha intentado afrontar con el recurso al inercialismo orgánico –y de liderazgo− y a la ausencia de proyectos sustantivos alternativos. Lo que se ha traducido en resultados bastante pobres, que están a la vista de todos, y que han supuesto una regresión y una difuminación de los proyectos de la mayor parte de los antaño pujantes partidos socialdemócratas.

No obstante, durante las últimas décadas, algunos de los grandes partidos socialdemócratas, que habían sido fundados a finales del siglo XIX, han realizado diferentes intentos de renovación y puesta al día, que generalmente se han saldado con resultados inciertos, ambiguos y contradictorios. Lo ocurrido en el PSOE, en este sentido, ha sido bastante expresivo de los efectos de tales “debates de renovación fallida”. El Programa 2000, por ejemplo, fue uno de los intentos más notables del esfuerzo de puesta al día. Sin embargo, después de un año de intensos y masivos debates, el documento-propuesta final de dicho Programa –aún con su provisionalidad y la modulación “realista” a la que se llegó en los análisis y alternativas− fue aprobado solemnemente en un Congreso. Congreso del que el entonces todopoderoso Ministro de Economía del Gobierno de Felipe González salió declarando que “había perdido el Congreso”. Con lo cual marcaba distancias con lo aprobado –entre otras cosas con el Programa 2000− y con la Comisión Ejecutiva elegida que, consecuentemente, tenía la encomienda de las “bases” de llevar a la práctica el Programa 2000. Pero, lo cierto es que las políticas del gobierno del PSOE continuaron inflexionando en la dirección de lo que entonces se calificaba como la “moderación” y el “realismo”, al tiempo que se consolidaba el criterio de que “se gobernaba desde la Moncloa y no desde Ferraz”.

En poco tiempo, buena parte de la Comisión Ejecutiva del PSOE elegida en aquel Congreso y del círculo de personas que impulsaron el Programa 2000, fueron apartadas de los núcleos de poder e influencia orgánica del PSOE, y sustituidos por funcionarios adecuadamente obedientes, y más adaptables a las estructuras verticales establecidas desde Moncloa. Con la correspondiente acomodación resignada a las líneas oficiales de la política establecida en Europa, que nos han llevado al estado de precarización, dualización social y malestar político que hoy sufrimos en muchos países europeos.

El poder de los aparatos

Es decir, aquel debate –y los de carácter similar que se realizaron en otros partidos socialdemócratas− terminaron con una respuesta de cortos vuelos: por la vía de una “aparatización” más controladora de esos partidos, y por el método de dejar a los afiliados plantados y en la estacada, sin apenas capacidad para debatir y para poder tomar decisiones políticas sustantivas. De ahí el decaimiento organizativo experimentado en muchos partidos.

Tal enrocamiento ha conducido –como se está viendo− a una desvitalización progresiva de buena parte de los partidos socialdemócratas y a la inercia de unas élites de poder interno que, prácticamente, solo se han dedicado a intensificar los métodos de control interno del aparato, en connivencia, cuando no en alianza explícita, con influyentes grupos de poder, a los que les ha convenido tener una socialdemocracia apaciguada, sumisa e inoperativa.

Por esa vía, al final, los partidos socialdemócratas se han encontrado con un aumento del malestar en sus filas, y con una pérdida importante de apoyos electorales. Apoyos que han acabado recalando en otras formaciones políticas rupturistas, que hacen más difícil –y a veces imposible− la conformación de gobiernos reformistas.

Todo esto es lo que ha acabado saliendo a la luz pública en el PSOE en estos momentos, suscitando un debate en el que las posturas están bastante decantadas, y en el que las posibilidades de futuro se encuentran bastante abiertas, en un contexto general de apoyos y fortalezas claramente asimétricas.

¿Qué se decide?

Tal como se han podido visualizar las alternativas, por un lado, hay una líder bastante arquetípica de las estructuras de aparato establecidas, con una carrera interna muy lineal –y de manual−, apoyada por casi todo el aparato de los poderes establecidos, con muchos autobuses gratis y con un sinfín de coches oficiales detrás, delante y a los lados, con un respaldo notable en unos medios de comunicación social entregados a su “causa”. Y con una Comisión Gestora totalmente alineada que, incluso, ha preparado un documento a su gusto y forma, adornando con elegantes palabras un discurso que apenas aporta nada singular ni específico que pueda “transmitir algo” a esos millones de parados, excluidos, precarizados y postergados que desearían escuchar un mensaje de esperanza y de reformas verídicas de un partido socialdemócrata.

Es decir, el poder interno del PSOE tiene su candidata y su proyecto de continuidad. El propósito es que todo continúe como hasta ahora al 100 por 100, como dicen. ¿Para irse empequeñeciendo poco a poco? Desde luego, el alarde poder, de coches oficiales y de apoyo mediático en IFEMA no es algo que se deba despreciar ni minusvalorar. Ese es, obviamente, el perfil del PSOE que ha sido, el PSOE del pasado, que sin duda ha aportado históricamente y hasta el presente logros importantes a la sociedad española. ¿Pero es ese el PSOE del futuro? ¿El PSOE que necesita ahora la sociedad española?

¿Cuál es la alternativa frente a esa posición continuista? La alternativa es la que ha surgido y se ha ido conformando a partir de la bochornosa reunión del Comité Federal del 1 de octubre, en la que se produjo una quiebra ostensible del curso normal y ordinario de la vida interna del PSOE. Por decirlo de manera suave.

Tales hechos han dado lugar a un gran movimiento de apoyo de buena parte de los afiliados socialistas frente a lo que consideran una operación reactiva del aparato establecido del PSOE, contra un Secretario General que había sido elegido por el voto de los afiliados. De ahí la inevitabilidad de la antagonización afiliados-aparato que se ha establecido entre ambas candidaturas.

Pero, más allá de las imágenes de poder –incluso pretendidamente avasalladoras− lo que late en esta confrontación política –que ojalá sea limpia y ejemplar en las formas y en los argumentos− es una importante dualidad de proyectos. Por un lado, el modelo continuista que se ha ido quedando bastante fosilizado y, por otro lado, un nuevo proyecto socialdemócrata que intenta ir a la raíz de los actuales problemas sociales y políticos. El proyecto estratégico que bajo el título “Por una nueva socialdemocracia” fue presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el día 20 de febrero y que ahora está siendo debatido por miles de personas a través de las redes y de un gran número de grupos de trabajo sectoriales, plataformas territoriales y comités de especialistas, presenta perfiles y contenidos bastante netos y diferentes. Con lo cual, al final podrá llegar a tenerse un proyecto estratégico alternativo, verdaderamente innovador y ampliamente debatido y contrastado. Como corresponde a una organización madura genuinamente democrática.

Los proyectos presentados por ambos candidatos están disponibles en sus respectivas páginas web y podrán ser leídos y conocidos por todos los que quieran pronunciarse finalmente con su voto, para decidir el futuro del PSOE. Ese será el elemento sustantivo que decidirá hacia dónde va la socialdemocracia, y no la imagen de poderío –a veces de prepotencia− que dan ciertos candidatos. Obviamente, los que tienen detrás el poder del aparato, de bastantes instituciones y de medios de comunicación importantes, van a intentar hacer de su imagen de poderío un argumento decisivo. Frente a tal imagen, y pretensión, lo cierto es que la movilización de miles de afiliados socialistas, contribuyendo con pequeñas aportaciones y con mucha voluntad y entusiasmo están logrando poner en marcha una iniciativa de reforma y regeneración política con bastante potencial.

Poderío, ¿para qué?

La reunión-presentación de Susana Díaz del 26 de marzo en Madrid básicamente proyectó la imagen de poderío que se pretendía. Pero también de continuidad. Es posible que en dicha reunión acudieran cuatro mil personas. Tres mil es la capacidad máxima oficial del pabellón de IFEMA. Al mismo tiempo, Pedro Sánchez, sin autobuses gratuítos y sin tanto atasco de coches oficiales, reunía en el Pabellón de Deportes de Burjassot en Valencia a cuatro mil personas. Pero, si contamos a los que acudieron antes a sus actos en Dos Hermanas, Calasparra, Cádiz, Granada, Albacete, Valladolid, Orense, etc., sus seguidores no solo llenarían uno o dos pabellones de IFEMA, sino un gran Estadio de Fútbol de Madrid.

A su vez, no hay que minusvalorar que los que siguieron en directo a través de las redes el acto de Pedro Sánchez en Burjassot cuadruplicaban a los que siguieron el de Susana Díaz en Madrid. Ocurriendo algo similar en lo que se refiere a las descargas posteriores de ambos discursos.

Pero la cuestión no estriba en la capacidad para llenar pabellones o estadios, o en la magnitud de los seguidores en la red, para calibrar –y anticipar− posibles resultados de las elecciones primarias, sino que lo decisivo es quién puede garantizar mayor coherencia (del proyecto presentado), más credibilidad personal y colectiva (para llevar a cabo lo que se promete y se dice), y suficiente consistencia democrática (para garantizar un funcionamiento democrático y transparente del PSOE del futuro).

Lo importante ahora es que exista una igualdad de recursos y de oportunidades para todos los candidatos. A partir del acto de IFEMA se puede comprobar, a simple vista, quién cuenta con más o menos recursos y medios, resultando especialmente llamativo que a los que cuentan con menos recursos oficiales además se les quiera privar también de los pocos medios económicos que tienen, a partir de muchas pequeñas contribuciones.

De momento, la decantación de los apoyos de los grandes poderes económicos y comunicacionales y las reacciones y movimientos intrusivos y restrictivos de la Comisión Gestora, así como los temores que se alimentan sobre el supuesto riesgo de una quiebra de la unidad futura del PSOE, revelan que existe bastante inquietud –y miedo− entre determinados sectores del poder establecido, ante los cambios que pueden ponerse en marcha a partir de las próximas elecciones primarias del PSOE.

En este sentido, no puede negarse que es difícil hacer frente a los retos del futuro si este se afronta con miedo, con bulos atemorizantes, con resistencias y con recelos desmesurados ante lo que supone dar la voz y el voto a todos los que forman parte de un partido político maduro, responsable y abierto a los cambios.

Dos proyectos, dos futuros