viernes. 29.03.2024

Los partidos políticos y su entorno. ¿Dónde están fijados los límites de la democratización?

Los procesos de democratización interna que están experimentando los partidos políticos más avanzados y más sensibles a las demandas de la nueva ciudadanía activa, no agotan las posibilidades prácticas de democratización de la vida política. Es decir, el propósito de avanzar hacia una democracia más implicativa concierne también a los entornos de los partidos políticos, de una manera y con un alcance –y necesidad− que no se daba de la misma manera en los grandes partidos de masas de antaño.

Los partidos socialdemócratas históricamente tenían una vinculación muy intensa con las organizaciones sindicales y encuadraban en sus filas a sectores bastante amplios, sobre todo de las clases trabajadoras. De hecho, muchos partidos tenían un hermanamiento directo con organizaciones sindicales. Algo que actualmente continúa ocurriendo en partidos como en el Laborista, del que forman parte las Trade Unions como tales.

En la realidad práctica se podría decir que en estos partidos se encontraban implicados bastante cientos de miles de personas. Por ejemplo, la UGT llegó a tener casi un millón de afiliados en los años treinta del siglo pasado y, por lo tanto, su conexión directa con el PSOE significaba que había un número considerable de personas implicadas sociológicamente en el PSOE y su entorno. De forma que cualquier decisión democrática de este partido era una decisión que estaba concernida por más de un millón de personas.

Sin embargo, en nuestros días el número de afiliados de los partidos políticos es bastante reducido y, en algunos casos, tiende incluso a descender. Por eso, la participación democrática de los afiliados de tales partidos, por muchos aspectos y dimensiones que comprenda, es una participación que queda circunscrita a un número acotado de personas (180.000 en el caso del PSOE). Y, consecuentemente, sus efectos democratizadores sobre el sistema político como tal son limitados. De ahí la pertinencia de la pregunta que algunos suelen formular sobre el alcance de iniciativas participativas como las que se han tomado en el 39º Congreso del PSOE y que tanto empoderan el papel de sus afiliados.

Comprendiendo tales límites, el objetivo ha de ser implicar también en la vida política activa a los sectores más dinámicos del electorado que sienten una especial simpatía o cercanía por algún partido. Y a los que lógicamente también hay que dar la voz y el voto en los procesos de selección de candidatos. Para evitar, entre otras cosas, que exista una diferencia tan apreciable (cuantitativamente) entre el círculo estricto de los afiliados y el resto de los votantes de ese partido, sin instancias o plataformas intermedias de implicación, de contacto y de expresión de la opinión.

En este sentido, en el 39º Congreso del PSOE también se aprobaron medidas específicas para posibilitar que los ciudadanos/as más cercanos al PSOE, a sus proyectos y a sus aspiraciones, puedan participar y opinar, a través de mecanismos sencillos, en las votaciones desarrolladas por el partido para elegir a sus candidatos/as a los puestos institucionales más importantes. Básicamente a Presidente/a del Gobierno, a Alcalde o Alcaldesa, y a Presidentes/as de las Comunidades Autónomas.

En algunos países esta práctica –de “primarias” propiamente dichas− tiene un largo recorrido y es habitual que los ciudadanos más activos se inscriban previamente, y con suficiente antelación, en los “censos de votantes” de uno u otro partido; y que luego participen en las elecciones primarias para decidir quiénes son los candidatos de tales partidos.

Sin embargo, en los países en los que no existen estas tradiciones es posible que se encuentren algunas dificultades prácticas a la hora de llevarlas a cabo. Práctica que ya ha sido iniciada en países con una rica experiencia democrática, como Francia, Italia y otros. Con resultados diversos, sobre todo en lo que concierne a la capacidad –y voluntad− de respetar y asumir los resultados de tales elecciones primarias.

Habrá que ver, pues, qué resultados tiene esta experiencia en España, y cómo se puede evitar que se den inscripciones sesgadas masivas (o muy numerosas) en las listas para votar en determinados partidos, por parte de sectores y grupos de opinión o de interés muy concretos. De hecho, esto puede ser más factible y sensible en municipios pequeños, en los que unas cuantas inscripciones sesgadas en el censo de primarias podría acabar inclinando la balanza final a favor de unos u otros candidatos. Por eso, el PSOE va a realizar inicialmente este proceso en los municipios de más de 50.000 habitantes.

La experiencia de inscribirte previamente en un censo de votantes (con algunos requisitos) para elegir a un candidato o candidata del partido que tú prefieres, o por el que tienes intención de votar, evidentemente es un paso más en el proceso de implicar activa y corresponsablemente a los ciudadanos en las actividades políticas, generando espacios intermedios en la pertenencia a un partido político para muchas personas que inicialmente no están dispuestas a afiliarse formalmente a un partido como tal, pero sí están dispuestas a participar en otras actividades e iniciativas de ese partido. No solo en la elección de candidatos, sino también en la eventual aportación de ideas y propuestas para sus programas electorales, o en la fijación –y debate− de objetivos políticos específicos.

Si estas iniciativas tienen éxito y se desarrollan de manera solvente y eficaz, es evidente que se habrán dado pasos importantes en la perspectiva de hacer más permeables y abiertas las estructuras de pertenencia y participación política, y se habrá conseguido superar, o al menos permear, la notable diferencia que actualmente existe entre el número de afiliados de un partido y el número de sus votantes, salvando el actual desfase, que da lugar, por ejemplo, a que solo un 3% o menos de los que votan por un partido político (sus afiliados) sean los que adoptan decisiones tan importantes como quiénes son o no sus candidatos, o qué líneas políticas van a seguir. Sin posibilidades de rectificar –si se desea hacerlo− hasta cuatro años después, en las siguientes elecciones.

En sociedades en las que la riqueza y el poder tiende a concentrarse cada vez en mayor grado en pocas manos, el riesgo es que la dualización socio-económica vaya acompañada de una paralela dualización política, con una doble vía para ejercer la ciudadanía. Riesgo que tiene mucho que ver con la tendencia de muchos partidos a convertirse en organizaciones elitistas y de élite, cada vez más separadas –escindidas− del común de los ciudadanos. Lo cual exige pensar en partidos mucho más porosos y abiertos.

Como tantas veces se ha repetido, un partido político no debe ser visto como un coto cerrado, ni como una “propiedad” exclusiva de sus afiliados, sino como una organización rica en perspectivas y componentes, que se debe también a sus electores y simpatizantes. Y que no debe actuar de espaldas a ellos. Para lo que se necesitan mecanismos transparentes y efectivos de intercomunicación, de consulta y de implicación. Algo que solo será posible lograr si se empieza por entender esta complejidad –y dualidad− y se procede, como primer paso, a garantizar una participación más plena de los propios afiliados, liberándolos del secuestro de aquellas élites históricas que pugnan por mantener preponderancias casi exclusivas Y eso solo se logra ejerciendo de manera directa, activa y universal el derecho a la opinión y al voto, sin limitaciones, ni condicionantes, y sin permitir que ciertos gurús, a modo de nuevos brujos, se arroguen el papel de interpretar y decidir por su cuenta qué es o no es bueno y conveniente para dicho partido en todo momento.

Lo importante, en cualquier caso, es que partidos como el PSOE están apostando por abrir nuevos horizontes políticos y por reducir, en la medida de lo posible, los malestares y las sensaciones de falta de poder y de capacidad efectiva de influencia que tienen muchos ciudadanos en las democracias de nuestro tiempo. Y de donde surge el malestar y las desafecciones que todos conocemos, y que tanto daño hacen a la legitimidad, y a la solidez, de nuestros sistemas e instituciones.

Es posible que medidas como estas no acaben por completo y de manera inmediata con tales problemas, sensaciones y dualizaciones políticas, pero al menos nadie podrá decir ya que, en el ámbito del socialismo español, no se cuenta con nuevas vías y plataformas a través de las que cada uno de nosotros puede hacerse copartícipe en mayor grado del destino de sus sociedades, y de la manera en la que se articula y se plasma la representación pública, superando los riesgos actuales de alienación política y de exclusión cívica.

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