jueves. 28.03.2024

Los hechos electorales tozudos, después de la subida de la espuma

Por más votos que haya obtenido el PP, mientras no entiendan que sus 137 escaños, por sí solos, no son suficientes para tomar las medidas que en España se requieren con urgencia, estaremos abocados a una situación de práctico bloqueo institucional

Las personas de mi generación, que conocimos la venta de la leche a granel y el uso de los cueceleches, sabíamos perfectamente que, cuando se alcanzaba el punto de ebullición, la espuma de la leche subía hasta el tope del cazo e incluso lo desbordaba, si nos descuidábamos; pero inmediatamente después de ese punto álgido, la leche volvía a su volumen inicial.

Algo similar les va a ocurrir a los hiper-eufóricos líderes y cuadros del PP cuando empiecen a entender que su ascenso electoral en votos y escaños solo les ha conducido –o les puede conducir─ a una vía muerta, que se encuentra bastante alejada del número de votos y escaños que este partido solía obtener cuando era capaz de gobernar por sí solo.

Ahora, la realidad es muy diferente, aunque nadie debiera minusvalorar sus avances, ante una coyuntura que se adivinaba como especialmente difícil e incierta. Posiblemente, buena parte de la recuperación no prevista del voto del PP –ni por ellos mismos─ se debe al vértigo electoral que sintieron bastantes votantes ante el temor que les causaba el pronosticadosorpasso y ascenso de Podemos, con todos los peligros que implicaba.

En este sentido, los líderes de Podemos, a los que todavía algunos consideran inteligentes, fueron utilizados comoespantajos apropiados para despertar y movilizar un voto del miedo.

Pero sea como sea, lo cierto es que todo esto ya no importa, y el PP es hoy por hoy, guste o no guste, el partido que ha tenido más votos y escaños y el único que ha subido respecto a las elecciones de diciembre. Por lo tanto, es el partido al que le corresponde presentar un candidato a la investidura, y el que primero tendrá que intentar sumar los apoyos parlamentarios necesarios para ver si puede formar gobierno y, sobre todo, si logra gobernar en el día a día. Lo que, de antemano, no se augura como un empeño fácil. Sobre todo por dos razones. En primer lugar, porque el voto al PP del 33% de los votantes no supone una amnistía a los escándalos de la corrupción y a la ineficiencia política. Y, en segundo lugar, porque después del 26 de junio persisten en nuestra sociedad graves problemas y carencias de índole económica, social y laboral. Por ello, hay que entender que si no se atajan los problemas del paro y la precarización laboral (sobre todo juvenil) y las carencias básicas de bastantes personas, la sociedad española continuará enfrentada a graves problemas de inflamabilidad política.

Y, ante dichos problemas, el PP hasta ahora ha demostrado poca voluntad de rectificar. Por eso, por más votos que haya obtenido el PP, mientras no entiendan que sus 137 escaños, por sí solos, no son suficientes para tomar las medidas que en España se requieren con urgencia, estaremos abocados a una situación de práctico bloqueo institucional. Habrá que ver, pues, si cuando se les pase la borrachera electoral (el “subidón” de los viejos cueceleches), en el PP entenderán, y asumirán, la nueva realidad parlamentaria. Y si el PP falla –o se bloquea─ en el intento de investidura, habrá que explorar otras posibilidades, como se hace habitualmente en la mayor parte de los países de nuestro entorno.

Por su parte, Podemos ha experimentado uno de los mayores batacazos electorales –lógico, por lo demás─ conocidos en los últimos tiempos, encontrándose también emplazado ante la necesidad de asumir el principio de realidad política. Como yo no me encuentro entre los que piensan que los líderes de Podemos se caracterizan por su inteligencia y preparación política, a mí ni me han extrañado sus resultados, ni estoy seguro que sean capaces de comprender (a posteriori) el cúmulo de errores y despropósitos que han cometido en muy poco tiempo, pese a todo el enorme apoyo mediático y demoscópico del que han disfrutado. Su problema, posiblemente, es que algunos de sus líderes están tan creídos de sí mismos que están incapacitados para ser estrategas políticos razonablemente capacitados. Algo que les suele ocurrir a casi todos los autócratas, como muy bien nos demuestra la historia.

De esta manera, la pretensión de conformar un gran frente metiendo en la misma olla a todos los izquierdismos y secesionismos, aderezando el guiso resultante de las adecuadas dosis de fantasía anguitista anti PSOE, ha acabado dando lugar a un pandemónium indigerible, con el resultado de conformar una coalición que más que sumar ha acabado restando. Es decir, no solo no han logrado sumar los novecientos mil votos de IU de diciembre, sino que también han perdido muchos de los apoyos suyos anteriores, con una pérdida neta de casi un millón cien mil votos.

Tal cosecha negativa solo puede entenderse como el resultado de una larga cadena de errores, fantasías, infantilismos y simplezas políticas adobadas, tan pronto con las recetas más radicales y fracasadas históricamente, como matizadas y dulcificadas posteriormente con disfraces de guardarropía que, al final, no han convencido ni a tirios ni a troyanos.

Habrá que ver, pues, si en el conglomerado liderado –todavía─ por Iglesias Turrión se asumen responsabilidades, se producen dimisiones, o si se emprende una reflexión que pueda conducir en algún momento a la madurez política necesaria para operar en países complejos y avanzados, como es España. Si se imponen tales criterios en los análisis postelectorales en Podemos, es posible que este partido pueda actuar como un sujeto político relevante. En caso contrario, se acabarán enquistando en un papel de mero resistencialismo radical, como expresión enconada de un clima de malestar social y político importante, que existe en la sociedad española, y que el PSOE tendría que ser capaz de representar con suficiente solvencia y credibilidad, como ha venido ocurriendo hasta hace poco tiempo.

Finalmente, los datos del 26 de junio han supuesto que el PSOE y Ciudadanos hayan sido los partidos que en mayor grado han pagado los costes electorales de la compleja situación que se está viviendo. El hecho de que los dos únicos partidos que intentaron de forma fehaciente llegar a acuerdos transversales y desbloquear la situación existente, no solo no hayan sido premiados a posteriori en las urnas –como sería de esperar en una sociedad madura─, sino que hayan sidocastigados con la pérdida de cinco y ocho escaños respectivamente, revela que algo no está razonablemente bien ajustado en nuestro sistema político e institucional. En realidad, Ciudadanos solo ha perdido unas décimas de voto, mientras el PSOE ha ganado unas décimas. Pero, lo cierto es que los resultados de estos dos partidos no han sido buenos. Lo cual significa que las capacidades políticas de entendimiento y las posibilidades de crecimiento de los espacios templados de la vida política española se han visto limitados. Lo cual es algo que ni coincide ni casa bien con lo que piensa y siente la gran mayoría de los españoles.

¿Por qué ha ocurrido esto? A dar respuesta a esta pregunta habría que dedicar un cierto esfuerzo en la sociedad española. Sin duda, tanto en el PSOE como en Ciudadanos hay determinadas cosas que podrían hacerse mejor. Y a ello habría que aplicarse de manera rigurosa y positiva, sin caer en absurdas confrontaciones internas, ni batallas por los liderazgos que los ciudadanos ni comprenden bien ni apoyan.

Pero, el problema no es solo una cuestión de índole interna de ciertos partidos, sino que responde claramente al papel que están teniendo determinados medios de comunicación social en España, que tienden a alentar confrontaciones polarizadas junto a análisis demagógicos que (hoy por hoy) están muy alejados del sentir común de los españoles. Lo mismo podemos decir de los medios que están instalados en una escisión esquizoide entre sus editoriales y los enfoques –sumamente editorializados y sesgados─ de buena parte del tratamiento de las informaciones cotidianas. Por no hablar de la vergonzosa –y reiterativa─ instrumentalización de las encuestas sociológicas, con las que se nos intenta manipular de una manera tan distorsionada y grosera, como ulteriormente refutada por los hechos.

El colmo del disparate sociológico, repetido elección tras elección, es el de unos tertulianos despistados (o demasiado comprometidos) hablando, pontificando y comentando durante una parte de la noche electoral sobre datos de encuestas que siempre se equivocan, no por poco, sino en todo el sentido de los resultados electorales finales. ¿Por qué no son capaces los medios de comunicación de poner coto a estas prácticas tan poco serias y veraces? ¿A quién benefician –y cómo─ tales ceremonias de la confusión? Así, ¿hasta la próxima?

Los hechos electorales tozudos, después de la subida de la espuma