jueves. 28.03.2024

Asambleísmo, democracia y sentido común

A la altura del momento histórico en el que vivimos nadie puede negar que las asambleas ciudadanas, en sus diferentes modalidades, constituyen un elemento fundamental de la democracia moderna. De hecho, todos los que vivimos en sociedades democráticas hemos participado a lo largo de nuestra vida en una gran cantidad de asambleas. Incluso los que pasamos una parte de nuestra juventud bajo una dictadura, celebramos bastantes pequeñas asambleas clandestinas, y en la Universidad realizamos grandes reuniones a las que calificábamos orgullosamente como “Asambleas Libres de Estudiantes”. Y, por ello, fuimos objeto de sanciones, detenciones policiales y encarcelamientos. Algo que también ocurría en muchos centros de trabajo.

Por eso, cuando ahora algunos enarbolan el concepto de “asambleísmo” como si fuera un espantajo amenazante, una especie de mal político absoluto, es inevitable que sintamos inquietud, temiendo toparnos con argumentaciones condenatorias similares –esperemos que no− a aquellas otras contra las que tanto combatimos, con medios y recursos tan escasos como desproporcionados respecto a los mandamases del orden establecido. Por no mencionar a aquellos a los que parece que se les descontrola el subconsciente y utilizan el adjetivo de “rojos” como argumento despectivo y condenatorio. O a los que en las redes hacen bromas sobre “paredones” y otras lindezas e intimidaciones dirigidas a compañeros de partido, simplemente porque sostienen ideas y posturas diferentes a las suyas. ¡Cuánto déficit de cultura democrática! ¡Y qué gran error, por cierto, suprimir la asignatura de “Educación para la ciudadanía” de nuestro sistema educativo!

Es posible que todos hayamos pasado también por experiencias un tanto peculiares y aburridas en asambleas de vecinos, o de facultad, o de trabajo, o de partido. Pero, lo cierto es que buena parte de la vida habitual de los partidos democráticos como el PSOE discurre en torno a Asambleas, empezando por las que tienen lugar regularmente en las Agrupaciones Locales y Territoriales. Por eso, no se puede entender el recelo ante las Asambleas y el asambleísmo. ¿Recelo a qué?

¿Quién postula un asambleísmo permanente?

Más sorprendente aún resulta que se hable del peligro de caer en un asambleísmo permanente, que no se sabe muy bien quién postula, ni con qué intención. De hecho, las organizaciones más asamblearias, como son las anarquistas, también tienen su organización, sus comités, sus grupos y, desde luego, no se pasan toda su vida reunidos en Asambleas permanentes. Algo que, por lo demás, resultaría bastante aburrido e insoportable.

¿A qué viene, pues, esa obsesión en denunciar con gran solemnidad el peligro de caer en un asambleísmo permanente que en realidad nadie postula. Ni dentro ni fuera del PSOE?

Una explicación plausible es que aquellos que agitan tal espantajo, en realidad lo que hacen es recurrir al viejo truco dialéctico del “maniqueísmo”, con la finalidad de construirse un adversario a su gusto, al que alancear cumplidamente un día sí y otro también. El problema es que con este proceder se propicia una confusión deliberada, orientada a impugnar las propuestas y procedimientos democráticos en la vida de los partidos, bajo el pretexto de un supuesto “asambleísmo” horripilante, alejando así el foco de atención de lo que ahora realmente se ventila. Es decir, si el PSOE va a continuar siendo –y cada vez más y mejor− un partido de ciudadanos libres y responsables, que deciden quién y cómo se gobierna el PSOE y para qué; o si tenderá a convertirse en un partido de súbditos obedientes a los que solo se les pide que callen y obedezcan, y todo lo más que acudan a los mítines cuando así se les mande, para aplaudir y hacer bulto en los telediarios. Sobreentendiendo que en tal modelo de partido –que nunca fue el del PSOE− ya está perfectamente definido quiénes son los “amos y señores”, y quiénes son los súbditos. ¡Y ay de aquel o aquellos que se atrevan a no decir amén a todo lo que propongan los susodichos amos y señores! (Que según parece lo son por natura y por curriculum. Por muchas erratas y falsificaciones que estos contengan).

Argumentarios contra-democráticos

Lo terrible de los argumentarios contra-democráticos es que son prácticamente los mismos que se vienen repitiendo, con pasmosa similitud, a lo largo de la historia política reciente. Siempre, siempre, lo que late en tales argumentarios es el cuestionamiento del derecho de los otros, los más, el pueblo, a que puedan votar y decidir libremente en igualdad de condiciones con los amos y señores, o los jerarcas de turno. Sean estos las clases dominantes del antiguo régimen, sean las nomenclaturas del poder bolchevique, sean los oligarcas a los que se refirió Michels en su famosa “Ley de hierro de la oligarquía”, frente al pueblo llano, frente a los que no tienen propiedades, ni estudios, frente a las mujeres, frente a los negros y mestizos, frente a los jóvenes…

Lo sorprendente es que en pleno siglo XXI algunos continúen anclados en tales enfoques argumentales y en tales procedimientos avasalladores, oponiendo poderosos aparatos políticos y mediáticos ante quienes solo pretenden opinar y votar libre y directamente, sin más intermediarios ni filtros. Como se hace en el Partido Socialista Francés, o el Partido Socialdemócrata alemán y tantos otros, a los que nadie hasta ahora se había atrevido a calificar de asamblearios obsesos.

¿Hacer lo contrario de lo que piensa la mayoría?

Lo peor de determinadas maneras de proceder es que aquellos que pretenden privar a los afiliados y simpatizantes de ciertos partidos de votar y decidir por sí solos, sin más intermediarios, no lo hacen por cuestiones técnicas o procedimentales, sino por la sospecha de que si se vota de esta manera los resultados sean –o puedan ser− diferentes a los que se tendrían si se votase a través de delegados que, mediante diferentes filtros, son “seleccionados” en diferentes escalas delegativas, en listas cerradas, para participar al final en un órgano decisorio, al que las cosas puedan llegar ya suficientemente cocinadas y predeterminadas. A veces en notable contradicción con lo que puedan pensar u opinar los primeros afiliados que votaron a los delegados a un Congreso provincial, local, etc. Es decir, lo que en el fondo se pretende con las objeciones al voto participativo es que los que deciden puedan hacer lo contrario a lo que piensa la mayoría de los que pertenecen a un Partido u organización.

De hecho, si no se esperara –y deseara− dicho efecto “filtrador” no tendría que existir ningún problema o temor a que todos pudiéramos votar directamente, ya que si la representación fuera perfectamente fiel –como ha ocurrido en gran parte de la historia del PSOE− el resultado último sería exactamente el mismo. Con la circunstancia añadida de la mayor funcionalidad y sencillez organizativa que supondría realizar una sola votación en un solo día concreto, y no una cascada de Congresos y de elecciones de listas de compromisarios, que son un bocado especialmente apetitoso para las redes clientelares establecidas. Y para todos sus intereses y conveniencias. ¿Acaso alguien no sabe, por ejemplo, cuál hubiera sido el resultado de una votación de todos los afiliados del PSOE ante una postura política como facilitar el gobierno del PP, en las condiciones subordinadas y claudicantes en las que se ha hecho por parte de los que “derrocaron” –en palabras suyas− a Pedro Sánchez como Secretario General del PSOE?

Voto directo y democracia corporatista

En este sentido, el ejemplo de la democracia representativa que a veces se arguye como modelo preferido −y que caracteriza a la mayor parte de los Parlamentos actuales−, no es aplicable al argumentario de los “antiasamablearios”, ya que en cada circunscripción somos todos los ciudadanos los que elegimos directamente a nuestros representantes con nuestros votos directos, y no a través de mecanismos delegativos intermedios, como suele hacerse, o postularse, desde enfoques corporatistas.

Los que hemos estudiado estas cuestiones, los que llevamos años analizando las demandas ciudadanas sobre este particular, y los que hemos publicado varios libros sobre estas cuestiones, no salimos de nuestro asombro ante los argumentos que escuchamos por parte de aquellos que quieren poner coto al legítimo derecho que todos tenemos a pensar por nuestra cuenta y a ejercer el derecho de voto –y opinión− en las organizaciones a las que pertenecemos. Sin que se pueda oponer contra este derecho ningún tipo de matonismo intimidador, ni se pretenda presionar a nadie motando la defensa de principios y valores como una defensa de “mezquinos intereses”, como se ha atrevido algún personajillo a echarme en cara a través de las redes. De democracia, de libertad, de modelo de partido y de proyecto de sociedad de futuro, de eso es de lo que hablamos, y si me apuran hasta de sentido común.

Asambleísmo, democracia y sentido común