jueves. 28.03.2024

Aprender de las experiencias y reaccionar en consecuencia

El fenómeno Trump, que también ha tenido sus precedentes en Europa −no solo Berlusconi y Le Pen−, refleja un problema grave en la evolución de la opinión pública, de desconfianza hacia las élites políticas y los poderes establecidos

Lo sucedido en las elecciones norteamericanas y la publicación de los últimos sondeos pre-electorales en España tienen un alcance suficientemente importante como para que los partidos políticos españoles reaccionen en consecuencia y den los pasos oportunos para salir de situaciones de distanciamiento con la opinión pública y, en el caso del PSOE, de la interinidad y práctica parálisis política en la que se encuentran. Antes de que los procesos de malestar ciudadano y de corrosión interna causen mayores desgastes y problemas.

El fenómeno Trump, que también ha tenido sus precedentes en Europa −no solo Berlusconi y Le Pen−, refleja un problema grave en la evolución de la opinión pública, de desconfianza hacia las élites políticas y los poderes establecidos. Y, sobre todo, de extensión del malestar de los ciudadanos y de la sensación de que no se cuenta con ellos. Problemas a los que no se está prestando la atención debida, ni se está actuando para ponerles remedio en sus raíces originarias.

Desde hace tiempo existe un gran malestar socio-laboral y político en amplios sectores de sociedades como la española. Y ese malestar, y las frustraciones que lo acompañan, acaban dando la cara en los procesos electorales. A veces, de manera espectacular, como ha ocurrido en Norteamérica. El problema no es tanto cómo un personaje como Trump ha podido ganar las elecciones –aunque realmente no ha ganado en voto popular−, sino por qué tantos millones de ciudadanos de un país puntero y avanzado como los Estados Unidos de América votan a un líder fuerte, que opera con tanto desdén y arrogancia y que promete solucionar, no se sabe muy bien cómo, los problemas que atemorizan a una parte importante de la población.

Hay que tener en cuenta, no obstante, que Trump ha prometido acabar con las desigualdades, crear empleos de calidad y poner coto al poder de Wall Street, de los conglomerados mediáticos y de las actuales élites políticas vicarizadas. ¿Acaso esto no podría –y debería− ser un empeño de otras fuerzas políticas genuinamente demócratas? La pregunta, por lo tanto, debiera ser: ¿por qué se ha dejado que Trump ocupe ese espacio y se apropie de tales objetivos?

En los años treinta del siglo XX, en otro país avanzado, que era la cuna de los grandes filósofos, los músicos más geniales, los grandes científicos, las principales universidades y centros de investigación del mundo, un pueblo también atemorizado, con unas clases medias abrumadas por las inseguridades y las amenazas de pérdida de estatus, votaron a otro líder fuerte y demagogo que supo canalizar su malestar y sus frustraciones. En la prensa seria de la época también se decía que aquel líder era un payaso, un bronquista y un ignorante, y que lo suyo no podía ir a mayores en un gran país como era Alemania. Por cierto, cuando fue nombrado Canciller, Hitler actuó con mucha prudencia y durante los primeros momentos se quitó la camisa parda y los correajes, vistió elegantes esmóquines y moderó sus discursos, hasta que logró tener controlados los principales resortes de poder; sobre todo, la policía, el Ejército y el poder judicial.

Por lo tanto, no hay que fiarse de las primeras medidas de los demagogos populistas, ni caer en el típico mecanismo de la psique humana que lleva a pensar que, en realidad, las cosas no serán tan malas, ni llegarán a mayores.

Por eso, ahora es importante que las fuerzas democráticas, especialmente los partidos socialdemócratas, entiendan lo que está sucediendo en nuestras sociedades y tengan el coraje y la inteligencia suficiente como para cerrar heridas e ir a la raíz de los problemas, decantándose, de verdad, por unas políticas económicas y laborales que cambien la situación y ofrezcan soluciones de empleo, bienestar y decencia para todos esos sectores de la sociedad a los que se está dejando en la estacada y que no ven un futuro por delante.

Para lograr sintonizar con esos millones de ciudadanos indignados y desconfiados, no va a ser suficiente, ni adecuado, escribir unos cuantos artículos tan razonables y sensatos como inespecíficos, ni dedicar unos meses a confeccionar –¡otra vez!− gruesos volúmenes ilegibles de propuestas programáticas que no dicen nada concreto y evaluable, sino que lo que se necesita básicamente es generar confianza y dar ejemplo de decencia, de capacidad de compromiso y de fidelidad a los principios programáticos que se requieren y a los procedimientos democráticos, dentro y fuera de los partidos políticos. Sin confusiones, ni medias tintas.

Lamentablemente, esa impresión no es la que se está transmitiendo en estos momentos desde las filas de algunos partidos socialdemócratas europeos. Y si no se reacciona a tiempo, lo más probable es que las cosas vayan a peor, ya que la opinión pública no entiende, por ejemplo en el caso del PSOE, que en un partido serio se pueda mantener una situación de interinidad, problemática y cuestionada desde las bases, más allá de dos o tres meses. Y ya va casi mes y medio, mientras se extiende entre la población la impresión –inevitable− de que aquellos que remolonean a la hora de convocar un Congreso y unas elecciones primarias para elegir Secretario General, si no lo hacen es porque piensan que se va a presentar de nuevo Pedro Sánchez y va a ganar dichas elecciones. Lo cual sitúa a los que mantienen esta postura en una posición de muy difícil defensa, que no se entiende bien y que no hace sino causar un mayor grado de desgaste político y electoral.

Por eso, no es bueno para nadie que el PSOE permanezca durante más tiempo en una posición de fragilidad política, que no es explicable, ni comprensible, y sobre la que habría que hacer un esfuerzo sosegado y constructivo de reflexión, asumiendo –y entendiendo− que los que hacemos análisis y comentarios de este tipo, no los hacemos por molestar, sino pensando honestamente en los intereses generales del PSOE y de los sectores sociales a los que este partido ha representado históricamente. Sectores que actualmente tienden a sentirse huérfanos y desorientados.

Si en las filas del PP, y sobre todo en el entorno de su Presidente, existiera en estos momentos un mínimo componente de ese “instinto asesino” que algunos consideran como una cualidad necesaria de los grandes líderes políticos, es evidente que ya estarían pensando en cómo dar la puntilla definitiva a uno de los partidos políticos que durante más tiempo ha tenido la credibilidad y la fuerza necesaria como para ser una alternativa real de gobierno, frente a los intereses que el PP representa. Si esto es así, los estrategas del PP lo tendrían relativamente fácil, en tanto en cuanto quienes actualmente rigen los destinos del PSOE no hagan una reflexión generosa y de altura sobre el interés general, entendiendo que es necesario solucionar cuanto antes el problema de falta de liderazgo. Entre otras razones, porque si el PP decide intentar dar la puntilla al PSOE, y liquidar durante un tiempo cualquier capacidad de reacción de este partido, solo tiene que convocar elecciones en cuanto pueda (razones las tendrá de sobra) y coger a los socialistas a traspiés. Incluso sin un Secretario General legitimado que haya sido votado por los afiliados y los congresistas.

De hecho, las últimas encuestas disponibles están dando al PSOE unas intenciones de voto que oscilan entre el 14% de algunas encuestas realizadas por medios de comunicación social a un 17% en el último barómetro del CIS efectuado entre los día 3 y 12 de octubre. Proporción que se sitúa en el 12% si nos atenemos a la intención directa de voto.

Estamos, pues, ante cuestiones que requieren un esfuerzo de reflexión sosegada y rigurosa por parte de todos, y que exigen prestar atención a los ecos que llegan desde la calle y desde las organizaciones y los afiliados del PSOE de toda la geografía, entendiendo que cuando se niega o se retrasa el derecho y la oportunidad de opinar libremente a los afiliados de un partido político, y de votar y decidir sobre lo que está en cuestión, no solo se está despreciando su opinión de una manera que no se puede entender, sino que se está insultando su inteligencia, negando su capacidad para saber cuáles son las soluciones más razonables en estos momentos. Es decir, se les está relegando a una condición de súbditos pasivos y callados, y no de ciudadanos maduros y con todos los derechos. Lo cual es un precedente impropio de un Partido como el PSOE, en el que siempre se ha tenido a gala la democracia interna y la capacidad para debatir y opinar libremente, con respeto mutuo y sin que nadie sea descalificado o presionado por ello.

Frente a esta perspectiva y los riesgos de un enrocamiento auto-erosivo, acompañado de muestras de malestar interno, contrastan los apoyos y las simpatías que están despertando líderes como Pedro Sánchez y Josep Borrell, a los que muchos ciudadanos agradecen la libertad y claridad con la que han opinando y mantenido sus posturas. Algunas de las entrevistas y pronunciamientos realizados por Pedro Sánchez últimamente han tenido un eco importante y han sido acogidas con muestras de esperanza por parte, precisamente, de sectores de población que el PSOE tendría que ser capaz de recuperar e ilusionar nuevamente. Quizás, algunos no entiendan bien, o no compartan, todos sus planteamientos, pero lo que no se puede desconocer es que han producido efectos y valoraciones positivas entre muchas personas que las han visto como un ejemplo de claridad y de coherencia con sus principios. Por eso, en la lista que ha abierto en Internet Pedro Sánchez ya se han inscrito más de 65.000 personas –con cuyo apoyo prácticamente ya tendría ganadas las primarias−, y por eso, cuando va por la calle o cuando acude a las oficinas del INEM para inscribirse como un parado más, no hace sino recibir parabienes, aplausos y muestras de simpatía.

Haríamos bien, pues, en entender los estados de malestar e inquietud que existen en nuestras sociedades, así como las corrientes de simpatía que se están despertando entre sectores de población que anhelan poder contar con partidos socialdemócratas serios en los que confiar y a los que poder volver a apoyar otra vez. Y eso puede ser un elemento importante para ayudar a la recuperación electoral de un partido como el PSOE, que ha sido una pieza imprescindible –y muy positiva− en la arquitectura de la democracia española y una vía eficaz a través de la que se han sentido representados muchos ciudadanos que ahora se encuentran desorientados y huérfanos de liderazgos y de referencias políticas, ideológicas y morales.

Y si no se entiende eso, se estará abriendo el paso a los demagogos de turno. Algo que, por desgracia, ya está ocurriendo en muchos lugares del mundo.

Aprender de las experiencias y reaccionar en consecuencia