jueves. 28.03.2024

Soportar lo insoportable

¿Qué decir ante el cadáver de un joven subsahariano flotando en las nocturnas aguas del Mediterráneo?

Nuestro mundo está lleno de personas con magníficos sentimientos y con la conciencia lacerada por los sufrimientos que cada día ven en los medios de comunicación. Personas horrorizadas ante los parados y los desahuciados en nuestro país; y ante la tragedia de quienes huyen de la pobreza y la guerra en otros países. Algunas de esas personas, tan sensibles, tienen la costumbre de callar a su interlocutor poniéndoles un cadáver encima de la mesa. ¿Qué decir ante el cadáver de un joven subsahariano flotando en las nocturnas aguas del Mediterráneo? ¿Qué puede decir nadie ante el cadáver de una niña asfixiada en un camión hacinado de personas y abandonado en el arcén de una carretera europea? La compasión no tiene el don de la elocuencia, todo lo más la compasión da para un grito de rabia.

Son dolores que no se pueden soportar. Y lo que es peor, ¿cómo soportar nuestras contradicciones? Decía Theodor Adorno que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». ¿Cómo puede uno bañarse y broncearse, cada día, en las playas del mismo mar que, cada noche, acoge en su seno a los cadáveres de decenas de seres humanos que huyen del hambre y de la guerra? ¿Cómo hacer turismo por las mismas carreteras por las que circulan camiones en cuyas entrañas oscuras y mefíticas mueren de asfixia niños y mujeres por decenas? ¿Cómo compatibilizar el cambio de nevera o de teléfono móvil en la ecológica Europa con enviar sus residuos tóxicos a cementerios tecnológicos de Ghana o Pakistán?

Cada cual lo lleva como puede. Cada uno de nosotros tenemos en nuestra conciencia una foto en especial, una historia leída o escuchada en un medio de comunicación, que se nos ha pegado al alma, que traduce las estadísticas a tibia, palpitante y dolorida vida humana. Algunos no pueden soportarlo y nos ponen, especialmente a los que somos representantes elegidos por los ciudadanos, ese cadáver encima de nuestra mesa, o de nuestra conciencia. Como si no nos pesaran bastante los nuestros, como si no nos hubiéramos enterado de lo que pasa. Una vez un hombre que entrevió mi propia experiencia vital, en uno de estos artículos que escribo, me escribió a mi correo de diputado para decirme que si era consciente de todo ese dolor que sufre nuestra sociedad por qué no me pegaba un tiro.

He leído estos días unas palabras de la alcaldesa Ada Colau diciendo: «aparentemente tengo más poder que nunca, y sin embargo en cierto sentido me siento más impotente: a diferencia del activismo social en el que he estado muchos años, ahora no puedo actuar para dar respuesta a casos individuales». Pide tiempo para poder poner en marcha políticas que mitiguen los problemas, porque eso es lo que puede hacer desde la política. Su poder es limitado, como el de todos en nuestras democracias. Su responsabilidad también. Como la de todos. La señora Colau, por otras razones admirable, ha descubierto las limitaciones de la política. Espero también que, a diferencia de lo que hizo en el Congreso, haya aprendido a soportar su dolor sin “señalar” a nadie, a soportar lo insoportable.

Soportar lo insoportable