viernes. 29.03.2024

Demagogia de ida y vuelta

Cuenta Cass Sunstein en su libro Rumorología que los rumores funcionan, y funcionan muy bien, porque hay mucha gente interesada en ellos.

Cuenta Cass Sunstein en su libro Rumorología que los rumores funcionan, y funcionan muy bien, porque hay mucha gente interesada en ellos. A los socialistas, de pequeños, nos cuentan que cuando Pablo Iglesias (el original) fue elegido diputado, sus adversarios trataron de desprestigiarlo “acusándolo” de tener un lujoso abrigo de pieles. Me acordaba de esta anécdota a raíz de la “acusación” que desde un medio de la derecha se ha hecho a la alcaldesa de Madrid de haber pasado sus días de vacaciones en un lujoso chalet de la costa gaditana. La alcaldesa ha explicado que eran ocho personas y que la semana les había salido a poco más de seiscientos euros por persona. En el caso de Pablo Iglesias el rumor sobre su abrigo era una lisa y llana mentira, en el de la alcaldesa se trata de una noticia que conlleva una opinión, equivocada a mi modo de ver. En ambos casos el objetivo y el instrumento es el mismo: acusar a líderes de la izquierda de eludir para sí mismos las condiciones de vida de las personas a las que defienden.

Cuando decimos que un medio publicó la noticia, queremos decir que una o varias personas de carne y hueso pensaron que esa información era una noticia de portada, se cercioraron de lo que costaba el alquiler semanal del chalet, consiguieron la fotos de la alcaldesa, y la publicaron. No era un rumor que se transmite anónimamente por las redes, sino una noticia firmada. ¿Por qué no se avergüenzan los autores de su demagogia? Se me ocurre que porque quienes publicaron esa noticia se sienten amparados por otra demagogia.

En efecto, unas vacaciones de seiscientos treinta euros por una semana no son unas vacaciones lujosas. Salvo que uno las compare con el salario mínimo mensual, para alguien que sólo cobre el salario mínimo, esas vacaciones son un “lujo” que no se puede permitir. Hace un año más o menos recibí en mi despacho del Congreso un folleto lujosamente editado, que habían publicado un grupo de abogados, en el que se comparaban los sueldos de todos los representantes, desde el presidente del Gobierno hasta el último diputado autonómico, con la prestaciones mínimas de jubilación y paro y el salario mínimo. No se comparaba el sueldo del presidente del Gobierno con el de un profesor de instituto o el director de la sucursal de la caja de ahorros de mi pueblo, sino con la prestación de un parado. A la postre, opinarán los abogados que nos enviaron aquel documento, si todos somos iguales, cualquier comparación es igual de legítima.

Conozco la pobreza, y no porque me la hayan contado. Sólo produce dolor, no da ningún privilegio epistémico o moral, no eres más listo por ser pobre, ni mejor persona. Si fuera así, deberíamos extender la pobreza en lugar de combatirla, ¿no?. Pero no es así, por eso la izquierda nació para acabar con la pobreza. Engels, el compañero de Marx, era empresario, no lo vendió todo y se fue a trabajar descalzo en un hospicio como si fuera el Gorrión Supremo de Juego de Tronos. Se ve que una cierta derecha no lo ha entendido, y una incierta izquierda tampoco.

Demagogia de ida y vuelta