miércoles. 24.04.2024

Un mundo patas arriba (y sin cabeza)

“El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo”. Éstas son las palabras de un ensayista de renombre que se ha dedicado a observar el mundo con atención y parsimonia: Eduardo Galeano.

En “Patas arriba, la escuela del mundo al revés” (Ed. Siglo XXI, 1998), el ensayista uruguayo recrea con imágenes poderosas lo absurdo de un mundo que tiene a su alcance vías para el desarrollo sostenible pero que persigue otros caminos destructores, que habla de libertades pero esclaviza, que invita a la participación democrática pero que decide a escondidas, y en ese ambiente incoherente –tan incierto como la realidad misma–, desnuda el alma de un sistema construido sobre la desigualdad.

Este paseo por “el mundo al revés” nos lleva a la realidad de esos niños amaestrados para que se inserten de la mejor forma en una sociedad que aspira a eternizarse en un planeta que tiene sus recursos contados. Galeano ilustra el caso de niños ricos preparados para el consumo y la fugacidad, que viajan como si fueran de todas partes y de ninguna parte a la vez, educados como clones en medio de marcas prestigiosas e internacionales, aeropuertos y hoteles. Mientras estos niños ricos juegan a la guerra con balas de láser, los niños pobres mueren en la calle por culpa de las balas perdidas, a manos de un turista depravado o misiles lanzados desde lo alto (siempre muy alto). Y luego quedan esos niños del medio, esa cantidad confusa, incuantificable, que quedará atrapada –o anulada– en las redes de la televisión, pendiente de lo que surja para ellos.

En este orden preestablecido, la desigualdad se ha hecho aceptable en medio de ambiguos –por no decir estéticos– llamados a la solidaridad. “El pecado está en la derrota, no en la injusticia”, explica Eduardo Galeano para describir ese individualismo enloquecido, producto del mismo sistema, que lo devasta todo a su paso: desde el alma de los pueblos hasta nuestro hábitat natural.

El racismo y el machismo son otros dos grandes pilares de este mundo que dibuja Galeano. Sobre estos dos principios prominentes (tan inconfesables como el dolor causado por la trata negrera) se ha construido la conquista a América y la era colonial, y hoy también se revalidan en un periodo en el que se habla de defender valores democráticos y exportarlos.

Pero es el miedo lo que más abunda en este mundo sin cabeza que describe el ensayista uruguayo. El miedo que termina cimentando todos estos anti-valores. El miedo que inmoviliza e impide razonar. El miedo al que acuden los gobernantes y aspirantes a serlo. Ese miedo es el fruto de un discurso reductivista que prefiere la seguridad a la justicia. Y en ese esquema de seguridad, los problemas sociales terminan reduciéndose a problemas policiales.

Así es como se organizan las cosas en este “mundo al revés” donde se canta siempre a la libertad, y sin embargo, como bien dice Galeano: “El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo”. ¿Es ésta la mejor forma de ser libre?

Un mundo patas arriba (y sin cabeza)