sábado. 20.04.2024

Sic transit gloria mundi

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Mircea Cantor Sic Transit Gloria Mundi

La Cataluña de hoy es una sociedad enfrentada, pero no contra el fantasma que ellos llaman España, sino consigo misma. Y la razón es porque han perdido esa dignidad que siempre les hizo grandes. Y la dignidad o se mantiene o se puede echar a perder

Pido disculpa por iniciar este artículo por una locución latina; literalmente significa: “Así pasa la gloria del mundo"; se utiliza para señalar lo efímero que son los triunfos y los éxitos. Esquilo lo decía con más ironía en su obra “Los persas”: “los éxitos inmerecidos son como dioses falsos a los ojos de los idiotas”. En realidad, el único lugar donde encontrarás siempre “éxito” es en un diccionario.

Decía Mijaíl Bakunin que ejercer el poder puede corromper al que lo ejerce, pero someterse a él degrada al que lo soporta.” De ahí que Dario Fo, con su inteligente sorna, afirmase que la sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera lo soportan los gobernantes que se dicen demócratas, porque la risa libera al hombre de sus miedos. De ahí la abundante cantidad de inteligentes chistes y chascarrillos que en estos insoportables tiempos de “Rajoys y Puigdemonts”, han sido capaces de neutralizar y hacer chanzas soportables al hartazgo político causado a la ciudadanía por la incomprensión de un contradictorio “procès”. Gracias al humor España no se ha convertido en un inmenso manicomio. Lo decía ya Plutarco: “La paciencia y la sonrisa tienen más poder que la fuerza de la locura”.

La verdadera y más dañina corrupción que afecta a un país no se encuentra en el enriquecimiento de unos cuantos políticos por cobrar comisiones o adjudicar a cambio contratos públicos; la verdadera y más dañina corrupción reside en el inmenso poder que algunos políticos ineptos detentan, al no saber utilizarlo cuando lo utilizan, empleando el sucio juego de la mentira, el engaño y el medro personal. No tienen en frente otro interés que no sea el suyo. Es esa corrupción silenciosa que pasa desapercibida en el día a día, pero sus efectos son incomparablemente más nocivos para el cuerpo social que las “mamandurrias económicas” de las que se benefician los políticos de turno. Porque en ellos está involucrado el Estado, sin el cual no habría corrupción, y en ese “totum indefinible que llamamos el Estado” está involucrada toda la ciudadanía. Bajo el manto del Estado los políticos privatizan en su propio beneficio, sin asumir ningún tipo de responsabilidad, cualquier negocio en el que se encuentren inmersos. Al final, sin poder afirmarlo con rotundidad, pero que existe en el imaginario colectivo, hay pocas actividades menos edificantes que las políticas, particularmente en lo que concierne al funcionamiento interno de los partidos, donde todo vale para sobrevivir.

La mala política es el juego de una suma negativa en el que solo prospera el menos escrupuloso, siempre a costa del conjunto de la sociedad. Lo estamos comprobando incluso en aquellos partidos que hoy se autoproclaman “la nueva política” pero que actúan exactamente igual que aquellos que ellos llamaban “la vieja política” o, por ser más exacto, los que llamaban “la casta”. Manipular a los ciudadanos, implicarlos o seducirlos a metas que los líderes creen tener claras, pero que los ciudadanos desconocen o ignoran sus consecuencias, es tratarlos como objetos desprovistos de inteligencia, sin voluntad propia, fácilmente manipulables a través de los sentimientos y, en consecuencia, degradarlos.

Han sido tan burdas las mentiras del independentismo catalán que desenmascararlas es ya un juego de niños. Es infantil y bochornoso ver cómo quienes alentaban a las masas para conseguir en cuestión de días “una república independiente” hoy ante los jueces o ante sus propios conciudadanos, confiesan que no estaban preparados para la independencia: no se daban las necesarias condiciones. Hasta Mas lo ha afirmado sin que se le haya caído la cara de vergüenza por su hipocresía. La primera en verbalizarlo ha sido la cesada consellera de Ensenyament, Clara Ponsatí quien, desde Bruselas, en una entrevista en Rac1, explicó claramente que el Govern no estaba preparado para aplicar la DUI; reconoció que “al no estar lo bastante preparados fue un error intentarlo”; argumentando cínicamente que “no tuvimos en cuenta la fuerza del nacionalismo español, que se comportaría de forma antidemocrática y en ocasiones violenta”; Marta Rovira, secretaria general de ERC, con desfachatez y burdas mentiras, lo mantuvo reiteradamente y con más fuerza, pero sin prueba alguna; en reiteradas declaraciones llegó a decir “que el Gobierno central contemplaba, con el 155, un escenario de violencia con la entrada de 'armas' en Cataluña, muertos en las calles, sangre, uso de balas y no de pelotas de goma como en el referéndum del 1-O”, con el fin de justificar que ese fue el motivo por el que el Ejecutivo catalán no había optado por seguir con los planes posteriores a la declaración de independencia.

A su primera demanda, la más necesaria y por la que siempre hemos luchado los demócratas de todos los tiempos, les ha llegado la hora de celebrar las elecciones del 21 D; pero dentro de la legalidad y sin saltarse la Constitución española. Una sociedad que antepone sus intereses por encima de la libertad no conseguirá ni sus intereses ni la libertad. Por muchas declaraciones y manifestaciones que hagan, lo que en cambio nunca precisan con claridad es la clase de libertad que pretenden, dónde y cuándo la quieren ni a dónde quieren llegar. No la definen. ¿Qué libertad les falta si tienen la mayor autonomía de cualquier región del mundo? ¿Por qué no lo aclaran y precisan? ¿Pueden decirlo y explicarlo, sin mantras oscuros ni consignas fanáticas, sin mentiras, alto y claro, en todos los foros europeos? Tienen una prueba clara: bien saben y así se lo han repetido cientos de veces que no han conseguido convencer a ningún foro europeo. ¿Qué más pruebas quieren?

Aunque lo quieran negar, con acusaciones al “autoritarismo del Estado y a la aplicación del 155”, para los intereses de Barcelona y de España la decisión de la Unión Europea de dejar fuera a Barcelona como sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA), ha sido un golpe significativo para los intereses de Barcelona y de España. El procès, dicen sus dirigentes, no habría sido la razón de la espantada, pero tal argumento lo desmiente el sentido común y los hechos. Afirmaba esa ambigua política de la que siempre he desconfiado, hoy alcaldesa de Barcelona, señora Colau, a la que le sobran palabras y faltan ideas, que gobierna inestablemente un consistorio de 41 concejales con apenas 11 de su partido, que en estos cruciales momentos hay que tender puentes; el problema que tiene la alcaldesa Colau es que no tiene claros qué puentes hay que tender y qué puentes hay que evitar.

Pero ahí sigue, jugando a ser unionista los días pares e independentista los días impares. Y encima, populista y activista. considera que gobierna Barcelona por méritos propios, venida a más gracias a la corrupción estructural en el partido de Artur Mas y a una crisis económica brutal cuya peor cara fueron los terribles desahucios. Con la inestimable ayuda de sus amigos independentistas, la segunda ciudad más importante de España ha perdido la oportunidad histórica de albergar la Agencia Europea del Medicamento, de cuya pérdida parece sentir una íntima satisfacción, aunque no se haya resistido a echar la culpa de esa pérdida al Estado. Es curioso verla actuar; cuando alguien le quita el hueco en una manifestación o no le dan la palabra para que verborree ante un micrófono, ya no sabe qué hacer. Porque al margen de su activismo en la PAH, que fue su privilegiada plataforma de ascenso al poder, hoy está siendo la diana de las críticas por no poner fin a los desahucios en Barcelona y no cumplir la ley que ella promovió. ¡Qué bien lo dice el refranero español!: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. Con cínica sorna, pero con gran sentido de la realidad afirmaba Woody Allen que la vocación de muchos que se creen políticos es hacer de cada solución un problema. Por eso decía Louis Stevenson que la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación. De ahí que sea inteligente votar a aquel que nos prometa menos, porque será el que menos nos decepcione.

viñetaSi recordamos con cierta distancia las agitadas semanas pasadas, vemos que para muchos ha muerto la ilusión, pero ha resucitado la dura realidad; de una exaltación interesada con la que quisieron vender la “proclamación de una república catalana”, a un pueblo, arrastrado con mentiras y vanas promesas infundadas y seducido de sentimientos utópicos, hemos pasado a una comprensión más racional de unas circunstancias objetivas y evidentes de que no estaban preparados para ella. ¡Qué bien refleja El Roto en una de sus viñetas el cansancio de tantos catalanes hartos de vacías promesas!

En el exterior, el dato más positivo es el de la UE. Los 28 socios que la componen han cerrado filas con Madrid. Tanto es así que el expresident Puigdemont, que huyó al corazón de Europa en busca de apoyos, ha acabado criticando a quien no le da ni una limosna. Aún peor: solo ha logrado los indignos parabienes de xenófobos, neonazis y neofascistas flamencos. Toda una vacuna para su futuro: “Sic transit gloria mundi”.

La historia dice que a Alfonso XIII lo derribó un artículo de Ortega y Gasset publicado en el diario El Sol el 15 de noviembre de 1930 y titulado Delenda est Monarchia, conocido como “El error Berenguer”. Algo parecido, sin duda con menos inteligencia racional, escasa preparación política y unas circunstancias objetivas y evidentes de que no estaban preparados para ella, le ha acontecido a Puigdemónt, su gobierno y quienes le acompañaron y aconsejaron. En “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” decía Karl Marx que “la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa”. A fecha de hoy lo único que les quedan a los independentistas es “la farsa de lo que hicieron por muchas esteladas y bastones que enarbolasen y manifestaciones que organizasen”; la muestra más evidente es ese “necio exilio de paseos peripatéticos por Bruselas del que fuera y ya no es President de la Genealitat”, al que ya nadie tiene en cuenta, ni siquiera, aunque vayan con sus varas de alcaldes los pocos fieles que aún le quedan. Puigdemont se cree protagonista de una película virtual, sin importarle en absoluto el daño que está haciendo a Cataluña. Los que no somos independentistas le damos las gracias al señor Puigdemont, por su cinismo, sus mentiras, sus chantajes y, en definitiva, por su cobardía y por estar enfrentado a una democracia que le ofrecía todas las garantías legales y constitucionales.

Le tendría que parecer extraño a todo el independentismo catalán y sobre todo a quien más le defienden desde su “ilegales instituciones” que la señora Arrimadas, simple diputada catalana, haya sido recibida por distintos líderes europeos, el vicepresidente del Parlamento Euorpeo, Pavel Telicka o la presidenta de la Comisión de Regiones del Parlamento, y, en cambio, Carles Puigdemont, tenga que pasearse, mañana y tarde, “acompañado por los nadies, como decía Galeano”, por los mercadillos de Bruselas, mientras se toma bombones de los ricos chocolates belgas: “Sic transit gloria mundi”.

Sin pretenderlo, de qué modo tan humillante ha degradado el valor internacional que tenía Catalunya en general y Barcelona en particular en Europa y en el mundo. Hay una frase pretendidamente orgullosa pero solemnemente absurda que Puigdemont repite dese su cobarde exilio belga: “La razón la tengo yo; la que se equivoca es la historia; porque yo sigo siendo el President de Catalunya”. Se dice popularmente que la esperanza es lo último que se pierde. No lo creo, lo último que una persona puede perder es la “dignidad” y hacer el ridículo, y Puigdemoont ha perdido la dignidad, mientras continúa haciendo el ridículo, rodeado de algunos palmeros. Hay historias que nacen sin futuro y esta ha sido una de ellas. No nos engañemos; decía Simone de Beauvoir que el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles, pero niega el derecho a informar a los medios que revelan y difunden miserias y mentiras. El engaño y la mentira pueden ser rentables en casos puntuales, pero, a la larga, siempre será más rentable la verdad. El fanatismo y las mentiras de los líderes iluminados son siempre el camino más seguro hacia su derrota. La historia lo ha demostrado y lo estamos percibiendo en el presente. La única clave del éxito es la honestidad, la coherencia y la lealtad de todos. Lo recordaba con frecuencia Albert Einstein: “Trata de no convertirte en un hombre de éxito, sino en un hombre de honor”.

Y acabo con otro catalán que tuvo éxito, pero ha perdido el honor. Al principio lo entendí, como se dice ahora, como un “fake”, como un anuncio falso; pero verificado ya como real posibilidad me ha parecido uno de los mayores ridículos que puede hacer “un tonto con camiseta de deporte y que hace malabares con un balón”. He visto al señor Guardiola como estrella invitada en algunos actos a favor de la independencia de Cataluña; hasta decir sandeces dedicando a los “Jordis” triunfos deportivos. Pero ahora parece que quiere dar un paso más. Según ha publicado un medio deportivo, el actual entrenador del Manchester City tiene como objetivo llegar a ser president de la Generalitat. Según este medio, el círculo más íntimo de Guardiola ya sabe que el técnico ve su ciclo en el club inglés como la última etapa de su carrera antes de lanzarse de lleno a la política. Incluso, se habría ofrecido a Carles Puigdemont para entrar en su lista de las próximas elecciones del 21 de diciembre. ¡Qué razón tenían los sabios refranes españoles! ¡”Zapatero, a tus zapatos”!  

La Cataluña de hoy es una sociedad enfrentada, pero no contra el fantasma que ellos llaman España, sino consigo misma. Y la razón es porque han perdido esa dignidad que siempre les hizo grandes. Y la dignidad o se mantiene o se puede echar a perder. Decían los filósofos clásicos estoicos Marco Aurelio y Séneca que ser digno es no escuchar las voces de los ambiciosos ni el ansia de los poderosos sino el saber respetarse a sí mismos. Y ¿por qué Cataluña puede perder su dignidad?: porque quieren dejar de ser lo que han sido, ese gran país, olvidándose de sus ancestros para seguir a unos descerebrados, llámense CUP, ANC, Ómniun Cultural, etc…

Aunque popularmente se diga que la esperanza es lo último que se pierde, considero que lo último que se puede perder es la “dignidad”. Sin ella, ¡qué nos queda?: perdemos todo.

Sic transit gloria mundi