jueves. 25.04.2024

Las 'sibilas' de la 'seccessió' y la hermenéutica de los necios

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La inteligencia y la necedad selectivas están haciendo estragos en la convivencia ciudadana. La falta de inteligencia y el exceso de necedad políticas son las que impiden ese necesario diálogo por el que la mayoría apostamos

Si es difícil ponerse en la cabeza de las “sibilas y pitonisas”, esos personajes de la mitología griega y romana, adivinadoras inspiradas, capaces de conocer el futuro, aún lo es más situarse en las cabezas de Rajoy y Puigdemont y de los que con ellos están protagonizando la situación política catalana; todavía es más complicado hacer hermenéutica de sus declaraciones y descifrar la cábala de sus escritos o comunicados, cargados de conjeturas, retóricas, suposiciones futuribles, sobreentendidos, cálculos e intrigas.

La carta del president del “govern catalá”, Carles Puigdemont del jueves, día 19, al presidente del gobierno español, y el comunicado de respuesta del gobierno de Mariano Rajoy, son una prueba más, entre otras muchas, de esos escritos calculados y “sibilinos” que necesitan de una interpretación hermenéutica de los enigmas que encierran, cuando muchos políticos, medios de comunicación, tertulianos, y no pocos necios, intentan descifrarlos.

Todas las personas nos sentimos halagados, incluso asertivos y complacidos, cuando nos consideran inteligentes; en cambio, casi todo el mundo se siente ofendido cuando le califican de “tonto, imbécil o necio”. Estamos de acuerdo que ambas categorías, inteligencia y necedad, en mayor o menor nivel, se dan en la sociedad. Todo adjetivo calificativo, atribuido a una realidad, cualifica y, a su vez, cuantifica una parte de la realidad adjetivada: la dificultad existe en saber si somos objetivos, o no, cuando se lo atribuimos o predicamos a un sujeto concreto. Como decía la canción: “todo depende”; o mejor, con palabras de Ortega, todo depende de la perspectiva desde la que analicemos a dicho individuo o situación concreta.

Mucho sabemos acerca de la inteligencia y la necedad, aunque no sea fácil definirlas con propiedad. Como decía san Agustín, sobre la mayor parte de las “cosas”: “si no me lo preguntan lo sé; pero si me lo preguntan, ya no lo sé”.

Sobre la inteligencia Howard Gardner sostiene que todos los seres humanos poseemos ocho inteligencias en mayor o menor medida, priorizando unas sobre otras: es su teoría de las inteligencias múltiples; enfatiza el autor que todas las inteligencias son igualmente importantes; a las ocho tipos de inteligencia que analiza, no con ánimo de corregir, pero sí de matizar, opino que se puede añadir otro tipo de inteligencia, aplicable también al concepto “necedad”: la inteligencia o la necedad selectivas. Es decir, a la hora de opinar o analizar una situación, una teoría, una conducta o un acontecimiento social, político, económico, cultural, histórico, etc., podemos seleccionar con inteligencia su importancia o, con torpeza, convirtiendo lo anecdótico y banal en una categoría.

Hay personas de gran capacidad intelectual pero incapaces, por ejemplo, de elegir bien a sus amigos, su pareja, su opción política o una acertada opinión sobre la realidad. Podemos comprobarlo viendo en estos momentos cómo los ciudadanos se informan, conocen, interpretan y opinan sobre el “problema catalán” de modos muy diferentes. Hay quienes lo analizan con inteligencia razonada, con objetividad y sentido común; otros, en cambio, lo hacen con fanatismo, pasión o sentimiento necios, tensionando y crispando las calles y los ánimos. Decía el Eclesiastés, aunque algunos lo atribuyen a una mala traducción de la biblia al latín, en el siglo V, por el erudito san Jerónimo: “Los malvados difícilmente se enmiendan y el número de los necios es infinito”. Sea o no de la biblia, lo cierto es que asistimos, al analizar “la sibilina seccessió” a una hermenéutica o interpretación en la que abundan los “necios”.

En el recomendable libro de Adolfo Yáñez, “Palabras que no lleva el viento”, al que he citado alguna otra vez, en su artículo sobre la “necedad”, sostiene: “Los tontos han existido siempre. Da la impresión de que se turnan y de que van apareciendo… siglo tras siglo, como una nociva plaga de imposible erradicación. Aunque sirven para muy poco, ya Marco-Porcio Catón, el Censor, hacía notar la paradoja de que ‘el sabio aprende más del necio que el necio del sabio’ y eso es quizá lo único bueno que tienen: sirven a los demás de paradigma de cuanto hay que evitar. Los necios alcanzan un grado máximo de peligrosidad si mezclan su estulticia con fanatismo, pues resulta inútil intentar convencerlos de nada y utilizarán los errores que abrazan como armas arrojadizas contra los que intenten contrariar sus designios. En un fanático inteligente cabe alguna pequeña posibilidad de que entienda y acepte los argumentos que le damos; un fanático tonto ni acepta razones ni las entiende… Es cierto que la estupidez no deja de serlo por el hecho de que se hagan eco de ella millones de personas y más cuando esa estupidez la observan en individuos que por su preponderancia social se han labrado cierta ‘auctoritas’ sobre los demás… El tonto desprecia lo que no entiende, habla sin escuchar, sostiene lo insostenible sin sentir la menor duda ni el menor empacho y decide sin detenerse a juzgar... No busca la verdad ni la sabiduría porque cree que ambas cosas las posee desde siempre y para siempre… El bobo necesita mirarse y recrearse en el espejo de otras personas a las que honra porque haciéndolo cree honrarse a sí mismo”.

La inteligencia y la necedad selectivas están haciendo estragos en la convivencia ciudadana. La falta de inteligencia y el exceso de necedad políticas son las que impiden ese necesario diálogo por el que la mayoría apostamos. Sin entrar en un “apocalipsis catastrofista”, el impacto, los daños y la erosión que se están causando a la sociedad española, en general, y a la catalana en particular, a medio y largo plazo pueden ser importantes e irreversibles -Quebec es un ejemplo-; la irresponsabilidad “selectiva o ambigua” de algunos políticos, algunas entidades y asociaciones y no pocos medios de comunicación, que abundan en subrayar de continuo y situar “en primer término”, en tono épico o trágico, la banalidad de muchas imágenes y opiniones “imbéciles” (de los Piqué, los Guardiola, los Cucurull Miralles, los Aznar y “tanti altri”…), puede ser muy negativa. Los aparatos de propaganda de los necios intentan sistemáticamente engañar negando las consecuencias sociales, políticas y económicas de estas dos situaciones: por una parte, la “declaración unilateral de independencia” (DIU) y, por otra, la aplicación del “artículo 155 de la Constitución”. No se pueden ni despreciar ni ningunear sus riegos y sus costes. La mayoría de ciudadanos estamos convencidos de que, con ambas “soluciones”, se sabe cómo se entra en el laberinto, pero no cómo salir de él; ni siquiera si existe ya salida. Casi el único escenario que contemplamos es el que refleja el título del libro de la escritora estadounidense Bárbara Tuchman: “la marcha hacia la locura”.

Hasta el economista Antonio Mora se preguntaba en un artículo en Nuevatribuna si existe hoy vida inteligente en Moncloa y si allí se hace una correcta interpretación constitucional de la realidad; o la que se hacían hace días algunos ciudadanos catalanes sobre sus políticos, señalando en particular a los de la CUP: ¿creen estos necios ignorantes que ni no fuese por la legalidad y valor que les damos a las elecciones, realizadas según las leyes que les amparan y por la promesa que ante la Constitución han hecho al ocupar sus escaños les tendríamos algún respeto?

Pocos ciudadanos desconocemos la fábula del pastor mentiroso y el lobo. Con la actual situación catalana, vemos representada la realidad de la fábula: las mentiras permanentes están haciendo que la gente sensata de cualquier ideología, y no fanatizada, haya perdido la confianza en los políticos; ya no se les cree incluso cuando dicen la verdad; y más con el proverbio que sirve de moraleja a la fábula: “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”.

Es de difícil comprensión ver cómo los independentistas catalanes, que aspiran y quieren llegar a gobernar una “república democrática”, pretendan exigir a “sus futuros ciudadanos” la obligación y el deber de cumplir y hacer cumplir las leyes que ellos aprueben en su Parlament, penalizando a quienes las infrinjan y, en cambio, ellos se han negado a cumplir las leyes que otro gobierno, el de España, con parecida o más legitimidad, les exige que cumplan y hagan cumplir las leyes aprobadas por el parlamento y sentenciadas por el poder judicial españoles.

¿Es creíble la estrategia del diálogo cuando detrás de la pantalla esta la voluntad evidente de proclamar la independencia unilateral sí o sí, o aplicar el “155”?

Es poco comprensible que algunos grupos políticos (por ejemplo, Podemos y “sus mareas”), que han prometido cumplir y hacer cumplir los artículos de la Constitución del 78, por la que legalmente son diputados, acepten que se pueden incumplir las leyes de forma gratuita y sin consecuencias y sostengan que, ante una sentencia legal de una juez, tal vez desproporcionada e inoportuna, se pueda proclamar en el Parlamento, con una sobreactuación y exposición de carteles, que Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, son presos políticos. Lo que están haciendo el Govern de la Generalitat y los conocidos hoy como “los Jordi”, está fuera de la ley.

No es propio de políticos serios significar y señalar a los que no piensan como ellos. ¿Por qué están en la cárcel, por sus actos o por sus ideas? Los diputados de Podemos deberían, al menos, explicarlo. ¡Con qué facilidad se pasa a la desmesura, la demagogia, el oportunismo, el victimismo cuando lo que se quiere es conseguir réditos políticos! No son presos políticos; ellos saben, o lo deben saber -muchos de ellos no habían nacido-, que los que luchamos hace muchos años en contra de una dictadura y penalizados por conseguir la democracia en momentos más comprometidos, no lo consentiríamos.

Mucho se habla y se recurre al diálogo; así lo dice expresamente la actual respuesta del señor Puigdemont a Rajoy: “…pese a todos estos esfuerzos y nuestra voluntad de diálogo, que la única respuesta sea la suspensión de la autonomía, indica que no se es consciente del problema y que no se quiere hablar… y si el Gobierno del Estado persiste en impedir el diálogo y continuar la represión (!!!), el Parlament de Cataluña podrá proceder, si lo estima oportuno, a votar la declaración formal de la independencia que no votó el día 10 de octubre”; sin embargo, ambos presidentes y sus entornos, han creado un clima peligroso que no favorece el diálogo: frente al diálogo, imponen, por una parte, la cerrazón de la amenaza de secesión y, por la otra, la aplicación de ciertos artículos constitucionales, legales eso sí, pero que tal vez encierran medidas extremas o desproporcionadas y con procesos penales y judiciales.

¿Es creíble la estrategia del diálogo cuando detrás de la pantalla esta la voluntad evidente de proclamar la independencia unilateral sí o sí, o aplicar el “155”? ¿Cuándo se deben pedir responsabilidades? ¿Es ahora el momento? ¿Qué debe prevalecer? Muchos ciudadanos estamos convencidos de que hay que administrar las decisiones en el momento adecuado, sin pulsiones, pasiones ni excesivo sentimiento, pero tampoco con pusilanimidad.

La decisión del Gobierno de activar la maquinaria para aplicar el artículo 155 de la Constitución ya fue recibida por el Govern como un portazo a la negociación. Con enorme cinismo, el presidente de Esquerra Republicana y vicepresident del Govern, Oriol Junqueras, aseguró que los hechos de la última semana “han mostrado quién quiere dialogar y quién se niega”. Y el jefe del gobierno, Mariano Rajoy, por su parte, ha afirmado siempre que está dispuesto a un diálogo, pero dentro de la legalidad. Ambas afirmaciones evidencian posturas encontradas.

Se habla de diálogo, sí. ¡Queremos dialogar y hacer política!; lo venimos repitiendo, incluso exigiendo, millones de ciudadanos, españoles y catalanes, desde hace no sólo meses, sino años, en las calles, en manifiestos y en los medios de comunicación; pero queremos diálogo “para qué y sobre qué”, sin que desde el principio se parapeten ambos gobiernos en sus “líneas rojas”.

¿Se puede dialogar con un gobierno como el de Rajoy, ablandado hoy por el apoyo necesario, pero no incondicional, que le ha prestado el partido socialista? ¿Es posible el diálogo con un gobierno con Puigdemont, Junqueras, Turull, Forn... cuando lo primero que han manifestado, tanto Junqueras como el portavoz Turull -hoy mismo, y reiteradas veces es: “Nosotros no nos moveremos de lo dicho y aprobado por el referéndum”? ¿Se puede dialogar con personajes como la intrigante presidenta del Parlament señora Forcadell, con partidos como Junts pel sí y la CUP o unas instituciones y asociaciones catalanas (ANC y OC) independentistas que ponen, como “conditio sine qua non”, la independencia como premisa irrenunciable? Con tales personajes nace casi imposible el diálogo, pues todo aquel que opine lo contrario se convierte en adversario, en enemigo político; de ahí arrancan los odios y las rupturas familiares y sociales.

¿Es políticamente razonable y democráticamente aceptable que el futuro de casi 8 millones de catalanes dependa de ese 5,81% de todos los catalanes que la CUP representa? ¡Ay, la CUP, con su intransigencia anticapitalista y antisistema, su terquedad ideológica y la penosa imagen de sus líderes, acorde con sus ideas: tan excluyentes y sectarios y tan pobres y tercos ideológicamente! Mientras finalizo este artículo, han reafirmado hoy su apuesta por proclamar la república catalana “cuanto antes”. ¿Nos podemos conformar pasivamente ante un pequeño grupo fanático, de “iluminados”, que está condicionando irresponsablemente y con escasa representación electoral, el futuro de un país, incluso el que ellos pretenden, emborrachados de locura sin que el señor Puigdemont y su gobierno se atreva a decirles: “hasta aquí hemos llegado”?

Exigía hace unos días la diputada Gabriela Serra, de la CUP, un pleno extraordinario en Parlament catalán “en el que se proclame la república, que es lo que nuestro pueblo decidió mayoritariamente en el referéndum del 1 de octubre”. Como si “al pueblo” (al “poble” como dicen) lo representasen sólo ellos y no los 3.357.565 catalanes que no se han decantado por ellos. También la expresidenta del Parlament, Núria de Gispert, presionaba y exigía: “queremos ejercer nuestra independencia y que Europa escuche nuestras voces”. Sorda debe estar esta digna señora, pues bien les ha escuchado Europa y bien también, y en reiteradas ocasiones, la Unión Europea les ha respondido: ¡NO!

¿Cómo se construye un Estado que satisfaga todas las necesidades de sus ciudadanos cuando se excluye a una parte? Asfixia la obcecación de tantos redentores que conducidos “con orejeras”, no ven otra solución que no sea la suya: la independencia y ¡YA! No se puede entender que no sean conscientes de la debacle y ruina económica a la que, con su cerrazón y mentiras, están llevando a Catalunya directamente, e indirectamente a España.

¿Es sólo la pérdida económica, como muchos opinan, la que ha frenado algo sus exigencias? ¿No es más importante, acaso, la ruptura social que se ha creado entre ciudadanos y familias? Hay quienes sus torpezas les parecen aciertos. Ya lo afirmó Montaigne: “Nadie está libre de decir estupideces, el problema es decirlas con énfasis”. Si se quiere dialogar no se puede ser oportunista y aprovecharse de situaciones que a mí me convienen. Ahora se dan cuenta de una realidad a la que no han sido capaces de ponerle imagen y consecuencias: la dolorosa y contundente realidad del derrumbe de su economía y su salida inevitable de ese marco de convivencia que es la Unión Europea. Han caído en la trampa o han entrado en el laberinto en el que otros, la CUP y compañía, les han ido tendiendo o encerrando. Y no saben cómo salir. Está visto que el fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando se ha olvidado el fin. Razón tenía Kapuściński, el periodista y escritor polaco: “Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático”.

El relato y el discurso sin contrapartida que cada parte pueda hacer de sus propias posiciones no es diálogo. Es más, el relato puede ser un puro monólogo, y, si es con cerrazón, se convierte en soliloquio; el diálogo, en cambio, es la comprensión de las razones del otro. No se puede abogar por el diálogo haciendo del odio y la exclusión la principal herramienta de aniquilación de aquellos que no comparten ni nuestras ideas ni nuestras opciones políticas. La rigidez mental produce parálisis ideológica e incapacidad para los acuerdos. En este contexto, pedir diálogo y paz es, ante todo, estar dispuesto a entender las razones del otro y a poder debatir sin violencia.

El diálogo no significa renunciar a nuevos acuerdos sociales y políticos, capaces de cambiar el actual statu quo, ni implica renunciar al impulso de alcanzar un proyecto republicano libremente aprobado por una mayoría razonable e inclusiva, abierto de manera clara a la construcción de proyectos comunes y fraternos con el resto de pueblos y ciudadanos del Estado. El diálogo implica, como sostiene el partido socialista, crear espacios en los que el reconocimiento de las singularidades nacionales y de la bilateralidad pueda convivir con el compromiso solidario, con el progreso económico y social de todos; es decir, un espacio de encuentro de un bloque amplio y plural favorable al cambio, en una alternativa confederal para Catalunya en el marco de un Estado plurinacional.

En el libro “Homenaje a Cataluña” (Homage to Catalonia, en inglés) que George Orwell escribió siete años después de defender la libertad en Cataluña durante la Guerra Civil española, decía: “El nacionalismo no debe confundirse con el patriotismo (…) ambos aluden a dos cosas diferentes, incluso opuestas. Por patriotismo entiendo la devoción por un lugar determinado y por una determinada forma de vida que uno considera los mejores del mundo, pero que no tiene deseos de imponer a otra gente. El nacionalismo, en cambio, es inseparable del deseo de poder, el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio”.

Es deseable, pues, que los catalanes, en una reflexión sincera y en esa vía de diálogo que muchos deseamos, como creo que expresa Puigdemont en su respuesta a Rajoy, opten por definirse como una identidad plural, amante de la cultura propia, pero libre, responsable y solidaria con esa otra gran nación que es España, con la que han compartido siglos de historia. Sería un auténtico y verdadero diálogo que, con cierta esperanza, pero sin optimismo, muchos deseamos; y en esa mesa de diálogo, recuperar un pacto constitucional, en el que todos participen, sin líneas rojas y con voluntad de acuerdos, en el que Catalunya encaje en España y en la Unión Europea de las que forma parte y de las que no debe salir. 

Las 'sibilas' de la 'seccessió' y la hermenéutica de los necios