jueves. 18.04.2024

El PP: la “Matrioshka” de la corrupción

Respecto a la corrupción el partido popular es como una sorprendente “Matrioshka”; su originalidad consiste en que abres una de sus muñecas y encuentras otra y otra y otra; así sucede en el partido popular; destapas un caso de corrupción y en su interior descubres otro nuevo y éste, a su vez, alberga otro y otro, en un número siempre creciente; es como una historia interminable.

Calificada “La historia interminable” como novela juvenil, su autor, Michael Ende, la definió, en cambio, como una novela crítica; como un intento de llegar a la realidad a través de recorrer el camino inverso, a través de lo fantástico. Para encontrar la verdadera realidad -afirmaba- hay que hacer lo mismo: darle inicialmente la espalda a lo real e iniciarla por lo imaginario, por lo que podría parecernos irreal.

Es así como ha escrito su historia el Partido Popular; se inventaron con Aznar una gestión fantástica en su política; como en los cantares de gesta, exaltaron las figuras y hazañas de sus líderes como personajes relevantes y exitosos. Con mucha sorna e ironía y no poca mala leche, algunos ciudadanos hemos resumido las grandes obras de los poemas de gestas en los tres cantares más importantes de la épica española, alrededor de tres figuras: el “Poema del Mío Cid”, publicado en 1779, la “Chanson de Roland”, en 1834 y las “Memorias de José María Aznar” en 2012. El propio Aznar se fotografió disfrazado de El Cid en 1987 ¡Y los populares hasta se lo creyeron! Como dijo Groucho Marx, “se puede salir de la nada y llegar a la más profunda de las miserias”.

Aún recuerdo esa portada del diario The Wall Street Journal en 1997, y la respuesta dada por Aznar, presidente entonces del Gobierno, a la pregunta que los periodistas le plantearon sobre cómo se había conseguido, sin hacer nada espectacular, esa aparente mejoría de la economía española. Y “el ególatra”, hinchándose como un pavo e inclinándose hacia adelante en el sofá en el que estaba sentado, replicó riendo, como “otro rey sol”: “Yo soy el milagro”.

Se cumple en Aznar el estilo de la novela de Ende, empezar la historia por lo irreal; este falsario histriónico se olvida de que su mandato presidencial coincidió con la instalación de la mayor red de corrupción política de nuestro pasado reciente y que, con todo lo que se va descubriendo, aún no ha finalizado. Bajo el mandato de Aznar el Partido popular se convirtió no en un partido político sino en una trama incompatible con el ejercicio de la política en democracia. La corrupción y el partido popular, por mucho que lo quieran negar, está siendo “el revival de la historia interminable de la corrupción”. Han predicado y gobernado con una moralidad política, económica y social que ellos no practican. ¿Ejemplos? ¡Demasiados! ¿Un paradigma?: Rato, del que después hablaremos.

Es importante recordar que, aunque para muchos ciudadanos no haya más corrupción que la económica, existen otros tipos de corrupción tan o más sórdidos que aquella.

Bien recordaba Soledad Gallego en El País del pasado domingo que desde hace tiempo es una evidencia la existencia de redes de financiación ilegal en el Partido Popular, que han dado lugar desde hace decenas de años a importantes desvíos de dinero público en diferentes Comunidades, Ayuntamientos y empresas públicas gobernadas por el partido popular. Es una certeza tan manifiesta que obliga a plantearse si un partido con semejante grado de corrupción puede estar dirigiendo un país. Con parecida contundencia y sorpresa se preguntaba Manel García Biel hace días en su artículo de Nueva Tribuna: ¿Cómo es que Rajoy todavía gobierna? Y respondía: es paradójico que el PP y Mariano Rajoy continúen al frente del gobierno cuando está demostrado que el PP es un partido trufado por la corrupción. Una corrupción que se remonta a los tiempos del gobierno de Aznar, y que ahora aparece en toda su realidad. Y todavía no está todo escrito ni descubierto.

Con cara de cemento armado o intentando imitar a los cómicos del Club de la Comedia, el Coordinador general del Partido Popular, Fernando Martínez Maíllo, declaraba días pasados a raíz de la “operación Lezo”: “Con nosotros la justicia funciona, y nuestra formación está actuando de forma implacable contra la corrupción, debido a que el PP está comprometido radical y absolutamente en esta materia. Somos nosotros los que hemos llevado esta cuestión del Canal ante los tribunales. Esta ha sido siempre la forma de actuar del PP”. (¡¡¡Carcajadas generales!!!). Por más que lo intenten, no pueden huir de su propia sombra, y su sombra, mal que les pese, es la corrupción. No pueden eludir su responsabilidad. Han convertido en mantra esa falaz frase de que con ellos “el que la hace la paga”; y no es cierto, más bien es “al que le pillan, la paga”; y bien que ponen todo tipo de trabas y obstáculos para que no les pillen, utilizando para ello sin pudor las instituciones del estado (ministros, secretarios de Estado, judicatura y fiscalía…). Con más de 800 altos cargos imputados y algunos de ellos en la cárcel, como chiste no está mal la clamorosa afirmación de la Sra. Cospedal, aquella que, en 2013, con ese estilo engolado y altanero que le caracteriza, se preguntaba: “¿Imagináis que se hablara de cuentas en Suiza de dirigentes del PP? ¿A que yo ya habría tenido que dimitir?” (Y el coro respondió: ¡sí, sí, sí!); y con enorme cinismo hace apenas tres días declaraba: “¡No vamos a tolerar que nos digan que el PP es corrupto!”. Y ¿qué decir de Rafa Hernando?; no sé en qué categoría situarle, pero nadie como él define la arrogancia y la chulería insultante en la política española: “Lo que me importa es que los grupos parlamentarios se centren en lo que es importante para los españoles, que son los Presupuestos y no en la corrupción, especialmente cuando quien la ha denunciado no han sido ellos sino el Partido Popular”. ¿A quién quieren engañar? Lo sabían todo, pero todo lo niegan; de ahí que muchos, por higiene democrática, consideremos obligado sacar a la luz lo que el PP quiere ocultar.

La desmemoria de algunos políticos a veces es asombrosa. Prefieren la simplificación al matiz; cuántos se imponen un “alzheimer voluntario” para ignorar u olvidarse de demasiadas palabras y hechos de su incómodo pasado.

Pero ¿qué pasó en realidad en esa época que nos decían que era “de vino y rosas”?; época de los Aznar, Rato, Rajoy, Cascos, Acebes, Arenas, Mayor Oreja, Fernández Díaz, Aguirre, González, Granados, Gallardón, Trillo, Bárcenas, Mata, Mato, Barberá, Cospedal, Zaplana, Camps, Fabra, Rus, Castedo, Ripoll, Pedro Antonio Sánchez, Soria, Pujalte, Baltar, Imbroda, Gómez de la Serna, Arístegui, etc…

Modificando algo la letra de ese romance que nos obligaban a memorizar de pequeños: “Tres eran tres… y ninguna era buena”, cobra sentido y entendemos lo sucedido en la historia interminable y épica del PP desde Fraga y su legado franquista; tres -Aznar, Rato y Rajoy- fueron los elegidos y ninguno, a juicio de millones de ciudadanos, ha sido bueno.

Los del partido popular han vivido en una especie de mundo de la posverdad -hoy tan de moda-, es decir, en un mundo en el que su triunfo, su milagro, de lo que tanto se pavoneaban, era algo que parecía verdad, no que lo fuera; la posverdad es ese eufemismo político con el que personajes como Aznar, o Rato o Rajoy pretenden que pasen por verdades afirmaciones y hechos que son falsos; como que ETA, según Aznar, estaba detrás de los atentados de Atocha, o que en Irak “había armas de destrucción masiva”; que Rato era un político puro, uno de los exponentes más brillantes que ha tenido la política española y uno de los autores de la prosperidad económica de España; o que Rajoy nunca supo nada, ni nada hizo de la financiación ilegal del partido político que preside y de los sobres que se repartían.

Pero empecemos por Aznar; este político que en 2010 la Revista Foreing Policy le dedicó el honroso título de ser considerado uno de los cinco peores ex presidentes del mundo.

¿Quién es realmente Aznar?: ese menudo personaje, de piel acartonada y rostro torvo, de indisimulada vanidad, que se cree un Adonis, orgulloso sin motivo de unos abdominales nada envidiables, de mirada resentida, actitud antipática y dignidad ofendida; un personaje hosco que intenta empequeñecer a cuantos le hacen sombra; siempre despechado y dolido porque sabe que no es de los mejores, pero que al final, designado por el dedo poderoso de un personaje poco recomendable como Fraga, delegó en él y le dio el poder en el partido, no por su valía personal sino porque era consciente de que detrás de ese “joven bigotillo” había un continuador de las esencias autoritarias mamadas en el postfranquismo. Porque Aznar no fue sólo un “joven de derechas”, sino un joven falangista, como él mismo se definió a los 16 años en una carta remitida al director de la revista SP; procede, sí, de la derecha, pero de una derecha típicamente franquista, con la que nunca se ha decidido romper.

Y por mucho que sus aduladores le hayan querido encumbrar, tampoco es Aznar un político de expediente académico brillante; sus notas no dicen eso. En la prueba de madurez para ingresar en la Universidad Complutense de Madrid, según el n.º de Inscripción 50237, de 10 de julio de 1970, en la sección de Letras, prueba común, la calificación con una puntuación de 6,6 fue de aprobado; en la prueba específica, la nota fue 6,2, y con la calificación de aprobado, en la puntuación final obtuvo 6,4. ¿Dónde está, pues, ese brillante expediente por el que 10 años después, en 1980, fue designado secretario general de la Alianza Popular?

Muchas observaciones críticas podrían hacerse de los 8 años de su gestión como presidente del gobierno y de sus selectivas “memorias”, pero hay un hecho a destacar: disiento totalmente de lo manifestado por él en una entrevista no apta para diabéticos, edulcorada a medida del entrevistado, en el programa “Mi casa es la tuya”, de ese dócil anfitrión, presentador convertido en cantante o de ese dulzón cantante convertido en presentador llamado Bertín Osborne. El invitado fue José María Aznar. Los españoles masoquistas que tuvieron el mal gusto de soportar esa sobreexposición de megalomanía y autosatisfacción, pudieron escuchar una maquillada e insincera versión de esa parte de la historia de España en la que no hubo el menor atisbo de autocrítica.

En ese alarde de negación de la verdad que le caracteriza, en su ególatra y narcisista entrevista, hace una exultante referencia a que “nunca he tenido mejor foto que la de las Azores” y que iría "cien veces, cien mil veces, si el interés nacional de España está en juego”. Se olvida que ocho de cada 10 españoles rechazaban esa guerra, pero, despreciando el sentir de millones de españoles, prefiere -flequillo al viento- la mano de Bush en su hombro. Se olvida, también, del “Informe Chilcot”, que investigó y analizó la decisión de ir a la guerra de Irak, perpetrada en esa reunión históricamente criminal de las Azores. El Informe expone seis conclusiones clave de lo que fue esa gran mentira que Aznar soslaya en la entrevista: cómo se decidió la intervención militar en Irak de 2003 y cómo se gestionó la situación tras el derrocamiento de Sadam Husein. Estas son, en síntesis, las conclusiones:

1. La base jurídica para la guerra era insuficiente; la base legal para la acción militar no era aceptable.

2. Los servicios de inteligencia fueron manipulados; jamás concluyeron que el régimen de Sadam tuviera armas de destrucción masiva como después se demostró.

3. Se impuso la acción militar cuando las alternativas pacíficas no se habían agotado.

4. Al Qaeda no sólo no suprimió su actividad terrorista, sino que se ha visto fortalecida con la presencia terrorista de ISSIS.

5. Los fallos estratégicos fueron notables pues no se alcanzó ninguno de los objetivos pretendidos.

6. La planificación del escenario posterior a la invasión fue un desastre pues ni se alcanzó la estabilidad y unidad de Irak ni se tuvieron en cuenta los riesgos posteriores a la invasión.

Según la RAE, la egolatría es el culto, la adoración, el amor excesivo por uno mismo, esperando que la respuesta por parte de los demás sea de igual manera. Es frecuente que los ególatras presenten una patología: un trastorno narcisista de personalidad; es decir, son personas que muestran un predominante patrón de grandeza y la necesidad de admiración por parte del resto. En la RAE tiene el señor Aznar la respuesta de lo que millones de españoles y el “Informe Chilcot” pensamos de ese flash de las Azores. Una plataforma de esos españoles presentamos en abril de 2009 una querella por la participación de España en esa injusta guerra que posteriormente, sin justificación suficiente archivó la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Y si tuviera un mínimo de dignidad, Aznar debería estar callado el resto de su vida; ese señor que se ha enriquecido ganando más de 2 millones de euros en escritos, discursos, alocuciones y otras banalidades análogas, unos ingresos que se complementan con un sueldo vitalicio de unos 80.000 euros anuales como ex presidente, con otras retribuciones, como las que recibe como consejero de News Corporation, el imperio audiovisual del magnate Rupert Murdoch, o como asesor de Endesa y otras fruslerías, como los 26.642 euros que pide por una hora de conferencia en las que, como todos sabemos, diserta sobre “la nada y las sombras”. Pero por mucho que quiera, Aznar no posee ese mecanismo por el cual quisiera borrar de nuestra memoria, los recuerdos y la historia; es fundamental que los ciudadanos no perdamos la memoria, aunque nos quieran imponer el silencio.

Y de Rato, ¿qué?: resulta difícil encontrar un parangón de un dirigente que habiendo acumulado tanto poder como él, haya acabado dilapidando todo su crédito político y moral por el sumidero de la inmoralidad y de la infamia. Él, que lo fue todo: ministro de Economía, vicepresidente del Gobierno, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), del que decían que era el rostro del milagro económico durante el gobierno de Aznar, ha demostrado lo que era: un obsceno corrupto sin escrúpulos que abusó de su poder para su lucro personal. De lo que no cabe duda es que es una más, e importante, de “esas muñecas” de la gran Matrioshka de la corrupción que es el PP. Es difícil caer más bajo que ese presunto gurú de la economía llamado Rodrigo Rato que tanto alababan y ponderaban los populares y que hoy pretenden ignorarlo.

Y qué decir de Rajoy. Rajoy es una fortaleza rodeada de un gran foso de casos de corrupción. Es casi ya un acto reflejo en España que cuando suena la palabra corrupción todos miremos al mismo sitio: o a Rajoy o a alguno de su partido. Rajoy es “la gran matrioshka” que cubre todas las demás “muñecas”; el hombre que sabiéndolo todo, mantiene todos los silencios; aquél para quien “un plato es un plato y un vaso es un vaso”, pero un “corrupto del PP no es un corrupto del PP”, y que “la trama del PP es una trama contra el PP”. Es el paradigma de la historia interminable de Ende. Es el presidente que, desde un plasma o desde el otro lado del Atlántico, nos dice que “hay que dejar trabajar a los jueces”, que “la justicia con el PP actúa con independencia”, o que “los populares hacen todo lo posible para facilitar su labor”. Rajoy es ese presidente que, en el discurso de clausura del 18º congreso de su Partido, afirma sin que se le mueva un músculo (excepto el párpado del ojo izquierdo) que: “Las principales armas de nuestro partido son la verdad, la buena gestión, la eficacia y la ejemplaridad”. Rajoy es ese presidente que ha pasado de su “nunca podrán probar”, a tener que declarar como testigo ante la Justicia, porque lidera un partido imputado que no colabora, según dice el auto que le cita. Considero que no está en condiciones de ejercer la presidencia del Gobierno porque no es posible ejercer la presidencia sometiendo al país, una semana sí y otra también, a una desmoralización continua. Rajoy, en fin, tiene un problema de credibilidad, ya no es posible falsificar la historia ni reconstruirla a su conveniencia.

Acertadamente lo señalaba Montaigne cuando afirmó: “por muy alto que uno coloque el trono, nadie puede sentarse más alto que su culo”.

El PP: la “Matrioshka” de la corrupción