sábado. 20.04.2024

No digas que nunca te lo advirtieron

mentiras

Leyendo a Cicerón, ejercicio siempre útil para el conocimiento, recuerdo alguna de sus filosóficas reflexiones en su obra “Las leyes”: “Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”; y añadía a continuación: “el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes”. ¿Por qué esta cita y el título del artículo? No resulta difícil dar respuesta. ¡Cuántas veces hemos escuchado a aquellas personas que nos quieren y que intentan educarnos!: “Mira que te lo he dicho veces”. “No digas que no te lo he advertido”.

Si algo hemos escuchado en esos últimos tiempos es una sarta de mentiras que a base de repetirlas se han asumido como verdades; otra razón es la cantidad de políticos que, faltos del sentido de la justa prudencia, se han considerado superiores a las leyes, hasta hacer caso omiso de ellas y saltándoselas a conveniencia. Estas han sido las principales explicaciones que nos han sumido en estas últimas semanas en esa espiral de locura que estamos viviendo; y que pueden continuar haciéndolo. Y no será porque no se ha advertido de las consecuencias de lo que podía pasar. Afirmaba Pitágoras que “es igualmente peligroso dar una espada a un loco que el poder a un depravado”. Nos hemos acostumbrado a oír con descaro mentiras o verdades manipuladas como algo natural y evidente. Se ha instrumentalizado la verdad, se han retorcido los argumentos a conveniencia, se han utilizado falacias y una verborrea sin contenido con el fin de conseguir los propios objetivos despreciando a la vez las consecuencias o lo que piensan los ciudadanos que no comparten lo que otros consideran cierto. En el colmo de los despropósitos, con excesivas prisas se han presentado a las elecciones del 21D aquellos que las despreciaban y las consideraban ilegales. ¡Que frio hace fuera del poder y cuánto dinero se pierde sin él! Hoy, en este espacio de tiempo, aparentemente tranquilo, a la espera de unas elecciones que nos puedan devolver la sensatez, hay que saber utilizar lo que decían los clásicos: “Carpe diem”! Aprovechemos la oportunidad.

Desde mi infancia se me educó en este sensato principio de conducta cívica: “la libertad no es el poder de hacer lo que queremos, sino el derecho de ser capaces de hacer lo que debemos”. Posteriormente recuerdo que dicho principio fue la síntesis de esa asignatura que se intentó incluir en el currículo de la LOE, titulada “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”. Todos recordamos el encono del Partido popular contra esa asignatura, combatida, vilipendiada y anulada, cuya cartera de Educación ocupaba entonces ese soberbio, deslenguado, infausto e ignorante ministro de educación, injustamente premiado con un puestazo en París, José Ignacio Wert. De él se puede decir que hay personas que no saben pensar sin equivocarse; o lo que aseguraba Bertrand Russell: “cuando la necesaria humildad no está presente en una persona imbuida de poder, ésta se encamina hacia un cierto tipo de locura: “la llamada embriaguez del poder”.

En sede parlamentaria quedará para los anales de la historia esa estúpida y desgraciada frase pronunciada por Wert: “Debemos españolizar a los alumnos catalanes”. Esa asignatura de “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”, necesaria hoy más que nunca, fue motivo también de manifestaciones en su contra con la activa y reaccionaria participación y colaboración de la jerarquía de la iglesia católica, porque decía que adoctrinaba a los alumnos. ¿Existe acaso alguna asignatura más adoctrinadora en el sistema educativo español que la asignatura de religión católica? Muchos ciudadanos han oído hablar de esa postergada asignatura, pero estoy seguro de que muchos ignoran que pretendía. He aquí en síntesis algunas ideas básicas:

  1. El centro educativo y el aula deberán organizarse de acuerdo a valores democráticos y a los Derechos Humanos, de manera que se favorezcan conductas cívicas, propias de una democracia participativa con el fin de educar al alumnado en: el ejercicio del diálogo y de la discusión racional, el respeto a los compañeros y compañeras, la participación en la toma de decisiones, y en códigos de conducta consensuados, etc.
  2. Esta asignatura es algo más que una materia; es el eje sobre el que debe edificarse la convivencia escolar; basada y orientada a formar ciudadanos y ciudadanas competentes cívicamente y dispuestos a asumir las responsabilidades derivadas de la participación en la sociedad democrática: interesados y preocupados contra todo tipo de violencia, de la degradación del planeta, de la extrema pobreza, la exclusión, la xenofobia o la discriminación que en la que viven algunos colectivos y, en general, contra la conculcación de los Derechos Humanos. Además de dar voz al alumnado, habrá que dársela también a las familias y al resto de estamentos de la comunidad educativa, para lo que se requiere crear un clima seguro y afectuoso y dotarse de estructuras democráticas y canales de participación, para todo el centro.
  3. Además de los estamentos legales como el Consejo Escolar, deben existir otras posibilidades como el consejo de aula o de centro, constituidos exclusivamente por el alumnado o las comisiones y foros inter escolares de participación donde se elaboren normas y protocolos y se tomen decisiones sobre la convivencia o el desarrollo sostenible y a través de los cuales se estimule la expresión de ideas, la escucha, la toma de decisiones, las relaciones con el entorno y la cooperación entre los centros.
  4. Este planteamiento se aleja del adoctrinamiento para adquirir una dimensión educativa universal al entenderse el concepto de “ciudadanía” inseparable del adjetivo “democrática”. La democracia es un procedimiento que permite tratar conflictos y adoptar principios y normas de convivencia.
  5. En este ámbito se hace visible el entramado social, se detectan los aspectos injustos de la realidad cotidiana y de las normas sociales vigentes, se potencia la construcción de formas de vida más justas tanto en la dimensión interpersonal como en la colectiva, se elaboran autónoma, racional y dialógicamente principios de valor que ayudan a enjuiciar críticamente la realidad, se consigue que las personas hagan suyas comportamientos coherentes con los principios y las normas que personalmente han construido y se posibilita que asuman críticamente las normas que la sociedad se ha dado a sí misma. El alumnado se enfrentará así a situaciones que exigen tomas de posición y juicios de valor, lo que potencia, por una parte, la actividad crítica sobre los propios valores y conductas y, por otra, la asunción de la responsabilidad como elemento inevitable del contexto diálogico en el que surge.
  6. Es prioritario desarrollar la dimensión social de la persona desde el respeto y la filosofía que emana de los Derechos Humanos para la construcción de una democracia participativa y comprometida con la justicia, la solidaridad y la superación de desigualdades. Dentro de este marco se destaca la que tiene que ver con el género a tenor de la lamentable situación de violencia y discriminación que soportan las mujeres en nuestra sociedad, junto al reto que supone la construcción de identidades múltiples y el desarrollo del sentimiento de pertenencia e integración de las personas que a través del fenómeno de la inmigración están incorporándose a nuestra sociedad.
  7. Igualmente, habrá de tenerse en cuenta las nuevas condiciones en que se encuentra la privacidad, especialmente a raíz del desarrollo de las tecnologías electrónicas y digitales. El concepto de ciudadanía debe incluir el respeto a la privacidad ajena y al tratamiento de datos inherentes a la misma, así como también la toma de conciencia sobre el valor de la propia privacidad y su invulnerabilidad. El adecuado equilibrio entre esfera privada y pública, con sus correspondientes ámbitos de acción, será una de las claves de interpretación de la ciudadanía que conjuga la esfera subjetiva propia de la privacidad con la universalidad de los Derechos Humanos.
  8. Tal como se ha indicado, reducir la educación para la ciudadanía a una simple asignatura puede significar en la práctica vaciar de contenido la necesaria implicación del resto de las áreas del currículum y de la comunidad educativa en la construcción de modelos democráticos, tanto en las aulas como en la gestión y participación en el centro. Por eso, los elementos que conforman el presente currículum obedecen principalmente a un principio claro y sencillo: una competencia se alcanza ejerciendo las capacidades que la conforman. Para que sea factible, habrá que poner especial atención en crear situaciones de aprendizaje propicias mediante la utilización de metodologías y técnicas adecuadas. Solo así se podrán fijar los marcos de referencia que permitan a cada persona elegir y construir su identidad o sus múltiples identidades y desarrollar sus vínculos sociales; aprender a convivir en sociedades democráticas, es decir, ejercer la ciudadanía es aprender a dialogar, a estar con la otra persona y a valorarla; aprender a tomar decisiones y elegir entre opciones múltiples.
  9. En fin, el ejercicio de la ciudadanía se entiende como la participación de forma activa en los asuntos del espacio social, cultural, económico, político y de convivencia que constituye la sociedad, caracterizado como un espacio, uno de cuyos ejes es la educación en una escuela inclusiva que favorezca la creación de criterios de convivencia que refuercen valores como la justicia, la solidaridad, la cooperación o el cuidado de las demás personas, responsabilidad, participación, respeto.

 

Estas ideas, practicadas en los centros educativos, habrían hecho, no imposible, pero sí facilitador el diálogo en los problemas catalanes. He leído y seguido a Bertand Ruseell y de él ha aprendido algunas de sus reflexiones que hago mías: “Los políticos tienes una moral doble: una, que predican y no practican, y otra, que practican y no predican. El problema es que los votantes estúpidos están seguros y se creen todo lo que les dicen y prometen sus líderes, mientras que los inteligentes, pocos por desgracia, están llenos de dudas e incertidumbres. De ahí que me parezca deshonesto y dañino para la salud democrática que los que les votan lo hagan sólo porque les benefician y no porque les mienten”.

Los ciudadanos tenemos derecho a saber la conducta de nuestros representantes. No podemos contentarnos con que nuestros gobernantes parezcan que obran bien; debemos aspirar a que nunca puedan obrar mal. Estamos acostumbrándonos a lo contrario y encima les votamos. No nos engañemos; el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles y nos niegan el derecho de información que revelan sus miserias. Ningún ciudadano debería votar a un político ni a un partido que no le conste fehacientemente que es honesto, sincero y coherente. Decía Hannah Arendt “que nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública; nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y que nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y sin saber que cuando vota su voto va a un político honesto”.

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No digas que nunca te lo advirtieron