jueves. 28.03.2024

Ilusiones frustradas o “la amenaza de la insensibilidad”

La mayor amenaza que se cierne sobre nosotros es la insensibilidad frente al padecimiento del hombre. De tantos “pequeños Aylan”.

refugiados

Desde un punto de vista lingüístico, y con independencia de la definición establecida en derecho internacional, refugiado es aquella persona que se ve obligada a buscar refugio fuera de su país a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas. Sin embargo, según la gramática castellana refugiado es un “participio pasivo o de pasado”, y pasado es aquello que ya sucedió, que cronológicamente quedó atrás, para distinguirlo de los participios activos o de presente. Si hay alguna palabra repetida en estos días en informativos y artículos es “refugiados”. Es un adjetivo equívoco pues se utiliza como si a los que se refiere hubiesen encontrado ya refugio y sus problemas quedasen atrás, fuesen pasado… ¡Qué inmensa ironía y vergonzante contradicción! Que se lo digan a tantos cientos de miles de desplazados (hombres, mujeres y niños) que huyen de la muerte, del hambre y la pobreza pues lo que buscan en nuestra bien situada Europa es paz, refugio y auxilio. En cambio, estamos contemplando avergonzados cómo muchos países de esta vieja/nueva Europa se lo niegan, impiden o dilatan.

Desde la ilusión, hoy casi utopía, cuántos ciudadanos europeos quisimos construir “la Europa de los ciudadanos”; pero constatamos una vez más que nos hemos quedado en la Europa de los mercados; son éstos los que imponen las políticas que se deciden en las Instituciones europeas; y desde aquella utópica ilusión no se puede entender la lentitud en dar respuesta a las urgentes necesidades actuales de tantos miles de desplazados. Así gritaba hace unos días Mohamed, un sirio desesperado, junto a las vallas que separan Hungría de Serbia: “¡Ayudadnos, por favor. No tenemos dinero, no tenemos vida... no tenemos nada!" Este grito lo repiten, como un eco infernal, miles de desplazados a las puertas de esas vallas cada vez más altas y extensas en las fronteras de Europa. 

Mientras, hace apenas una semana, los dirigentes de la Unión Europea y los ministros de Interior de sus gobiernos, por tercera vez, demostraban su completa incompetencia para afrontar la dramática situación en la que están tantos refugiados al no ser capaces de cerrar un acuerdo para distribuir a cuantas personas y familias buscan nuestra acogida y refugio. La propia Comisión Europea, que propuso un reparto obligatorio, ha renunciado por ahora a hacerlo, aceptando que una "minoría insolidaria", formada por países que reciben muchos fondos estructurales de la Unión Europea, esté adoptando posiciones respecto a los refugiados en abierta oposición con los valores y las reglas legales europeas e internacionales, específicamente las convenciones de Naciones Unidas -que obligan a aceptar, no discriminar ni penalizar a quienes solicitan asilo como víctimas de guerras o persecuciones-, rechace acogerlos y posponga la solución para miles de personas, muchos de ellos niños, en situación límite, hasta el 8 de octubre; pretendiendo tal vez que este problema se solucione solo -y lo afirmo con horror- “porque muchos de ellos se queden en el camino”. Una vez más, miles de ciudadanos europeos han demostrado estar por encima de sus dirigentes, ofreciéndose para dar la ayuda necesaria a todas esas familias que transitan por los caminos, los trenes y las carreteras de Europa.

Con las políticas mercantiles con las que se está gestionando este problema, al que hay que dar respuesta según lo recogen nuestras leyes comunitarias, obligando a su cumplimiento, nuestros políticos tienden a ahogar el sentimiento de solidaridad humana, asfixiando la ilusión y la esperanza. Me estremezco al pensar que estamos promoviendo un tipo de ciudadano europeo que sólo vive y se sensibiliza cuando contempla esas imágenes del horror que escupen nuestra vergüenza antes que en razón de los nobles sentimientos o de la emoción de su alma, sentimientos y emociones que denuncian una realidad escondida que ni las palabras ni las imágenes son capaces de expresar. Me aterroriza pensar que estamos gobernados por políticos, elegidos por nosotros, que actúan siempre de forma calculada, explicando la realidad del mundo desde parámetros económicos.

Si la imagen del pequeño Aylan, el niño sirio de apenas tres años de edad, ahogado en una playa del mar Egeo, fue el inicio del despertar de la Unión Europea, la vergüenza de las imágenes de la policía húngara cerrando fronteras y lanzando gas pimienta sobre hombres, mujeres y niños víctimas inocentes, la cruel indignidad de esta situación no admite más dilaciones; esta barbarie ha llegado demasiado lejos. Es necesario atajar la raíz del problema. La rapidez con la que se desarrollan los acontecimientos está desbordando la capacidad de reacción. Los ciudadanos no tenemos las soluciones globales, no es nuestra competencia, pero desde el compromiso solidario y los principios y valores de una Europa democrática sí tenemos la obligación de exigir que las soluciones las pongan en marcha de forma inmediata aquellos a los que hemos elegido para representarnos. Si no es así, nos sobran ellos, sus cargos, sus palabras y sus poltronas. Si Europa no es capaz de dar solución a esta situación, si sus líderes no denuncian ni adoptan medidas urgentes y enérgicas contra el presidente húngaro y los que como él se están comportando, incluida, a mi juicio, la expulsión inmediata de Hungría de la Unión Europea por incumplimiento de los tratados firmados, tenemos la obligación y la necesidad de preguntarnos ¿merece la pena la Unión Europea?; ¿se puede justificar su existencia?; ¿para qué sirve, entonces? Si nuestros políticos no son capaces de tomar medidas decisivas que permitan afrontar y solucionar esta tragedia humana ¿para qué nos sirve Europa? Si en estos momentos históricos Europa fracasa, fracasamos todos, pero de sus dirigentes es la responsabilidad.

Como ciudadanos europeos estamos tomando conciencia de que asistimos a una crisis suprema en la historia de Europa; estamos siendo expuestos a un deterioro corrosivo y progresivo de nuestra sensibilidad moral; a una vulneración de nuestros principios éticos y democráticos; estamos asistiendo lentamente a un proceso en cuyo desarrollo podemos perder unos la dignidad y la libertad, pero, otros muchos, incluso la vida.

Los que buscan refugio en nuestros países están padeciendo la degradación que emana de la guerra y la pobreza al rebajar a los desplazados (refugiados) al nivel de lotes humanos para una subasta de números: ¿cuántos entran en mi lote o cupo?; los europeos corremos también el riesgo de degradarnos por la pasividad de nuestros gobernantes. Los seres humanos son demasiado importantes para convertirlos en lotes de subasta; demasiado grandes para vivir sólo en razón del utilitarismo. Sabemos que el poder y el dinero mandan, que rigen el sistema, y lo aceptamos como un axioma más. Pero ¿no hay alternativa?; ¿debemos aceptar como inevitable un sistema que ahonda de una forma cada vez más salvaje y descarnada en primar el beneficio económico frente a la dignidad del ser humano?

Las concepciones penosamente conquistadas de la tradición occidental están cayendo en el olvido. Los valores de la solidaridad, de la justicia, de la dignidad y los derechos del ser humano no están de moda. A millones de los “pobres y desheredados de la historia” se les están negando los goces de una vida digna y en paz. La sensibilidad se ha convertido en un bien escaso.

No somos tan estúpidos para no saber que esta tragedia deshumanizada que golpea las puertas de Europa no tiene rápida ni fácil solución; darle la justa y adecuada respuesta exige voluntad, tiempo y medios. Los que nos gobiernan dicen que esta situación hay que analizarla con perspectiva, pero siempre -en  mi opinión- en dos direcciones: prospectiva de futuro y retrospectiva de pasado. Solucionarla exige, sin duda, hacerlo con prospectiva; para ello los gobiernos de la Unión Europea y la propia UE no necesitan ni vates ni adivinos; para buscar solución cuentan con miles de asesores, que pagamos los ciudadanos; si no saben hacerlo, para qué nos sirven; mas también necesitamos un análisis retrospectivo: una mirada al pasado para saber por qué está sucediendo este nuevo éxodo en el siglo XXI. No sucede por casualidad; tiene origen, causas y responsables. No estoy capacitado para hacer este estudio histórico; existen magníficos analistas que lo han hecho o lo están haciendo ya. Sabemos también que hay una historia oficial, a veces como memoria mutilada, narrada a conveniencia de los actores, hoy protagonistas escondidos, de la realidad pasada. Son muchos los que han protagonizado esta tragedia y es necesario desenmascararlos, ponerles nombre. No podemos padecer una culpable desmemoria o ignorar la historia que hemos vivido. La asistencia que ahora Europa quiere brindar a todos los refugiados que reclaman asilo, no es producto de un arrebato de la sensibilidad de los gobernantes que hasta ayer dejaban morir ahogados a miles de personas por año, sino de la exigencia y presión solidarias de tantos ciudadanos europeos al advertir cuál es el origen de este drama.

La periodista italiana Loretta Napoleoni, en su un libro sobre ISIS: El fénix islamista. El Estado Islámico y el rediseño de Oriente Próximo, publicado por Paidós, afirma que “sin la guerra de 2003 (la invasión de Irak) ISIS no habría podido existir. No sería un grupo tan fuerte ni tan organizado. Sus miembros son profesionales de la guerra. Llevan una generación entera luchando. En 2010 era un grupo muy débil después de que Amanecer de Irak (las tribus suníes) se enfrentara a ellos. Por eso, cruzaron a Siria, donde prosperaron gracias a la guerra civil”. Hoy, en cambio, mientras millones de desplazados (hombres mujeres y, sobre todo, niños) en busca de refugio viven con horror inmersos en la tragedia y muchos, con una muerte segura, los que con su decisión irresponsable iniciaron y apoyaron la guerra de Irak (Bush, Blair y Aznar…) viven ajenos a estos dramas gozando de una vida cómoda y segura. Despreciando a los dos primeros, lo hará la historia, me ciño como español a la responsabilidad del señor Aznar; aún mantengo en la retina y el recuerdo aquella imagen del 4 de marzo de 2003, en la que los 183 diputados del PP en el Congreso votaron NO a una propuesta que pedía más tiempo para los inspectores internacionales antes de tomar parte en cualquier acción en Irak -más tarde se demostraría la repetida mentira de “la existencia de las armas de destrucción masiva”-  y celebraron con aplausos la intervención española en esa injusta e ilegal guerra. Hoy muchos de ellos continúan en el Congreso como diputados; uno de ellos, preside el gobierno de la nación. ¡Ante aquella indignidad y vergüenza es necesario de nuevo recobrar la memoria y exigir responsabilidades históricas!

Recuerdo la limpia reflexión y la palabra comprometida de Eduardo Galeano para poner “Patas arriba” una situación que parece describir anticipadamente la miseria de este momento: “Tampoco tiene por qué sorprender a nadie el desdichado balance mundial de la guerra y la paz. Por cada dólar que las Naciones Unidas gastan en sus misiones de paz, el mundo invierte dos mil dólares en gastos de guerra, destinados al sacrificio de seres humanos en cacerías donde el cazador y la presa son de la misma especie, y donde más éxito tiene quien más prójimos mata”. Apoya su argumento con esta magnífica fábula que titula “El deseo”:

Un hombre encontró la lámpara de Aladino tirada por ahí. Como era un buen lector, el hombre la reconoció y la frotó. El genio apareció, hizo una reverencia, se ofreció:

-Estoy a su servicio, amo. Pídame un deseo, y será cumplido. Pero ha de ser un solo deseo.

Como era un buen hijo, el hombre pidió: -Deseo que resucite a mi madre muerta.

El genio hizo una mueca: -Lo lamento, amo, pero es un deseo imposible. Pídame otro.

Como era un buen tipo, el hombre pidió: -Deseo que el mundo no siga gastando dinero en matar gente.

El genio tragó saliva: -¡Este...! ¿Cómo dijo que se llamaba su mamá?

Para la existencia del hombre es fundamental un sentimiento de deuda, de deuda para con la sociedad. Lo que aflora en nuestra época es una extraña inversión. El hombre moderno cree que el mundo está en deuda con él, que la sociedad está cargada de deberes hacia él. Su norma y preocupación es: ¿Qué sacaré de la vida? Pero la pregunta ahora es: ¿Que obtendrán de mí los hombres, la vida, la sociedad? ¿Qué necesitan de mí hoy estos refugiados?

Ana Belén hizo popular hace años una hermosa canción, por su música y letra. Cambiando el inicio de cada una de sus estrofas “Solo le pido a Dios”, por “Solo les pido a los dirigentes de la Unión Europea, mejor, de todo el planeta”, su petición tendría un justificado y actual sentido:

… Solo les pido a los dirigentes de todo el planeta

que el dolor no les sea indiferente,

que la resaca muerte no les encuentre

vacía y sola sin haber hecho lo suficiente. 

… que la guerra no les sea indiferente, 

es un monstruo grande y pisa fuerte 

toda la pobre inocencia de la gente. 

… que el futuro no les sea indiferente, 

desahuciado está el que tiene que marcharse 

a vivir una cultura diferente. 

El corazón humano oculta sentimientos y actitudes encontradas: es capaz de sublimes grandezas y execrables miserias. Si se le motiva y educa para lo grande, actuará con grandeza y dignidad; si se lo convoca al odio, a la desesperación, a la guerra… responderá con odio. Porque quienes en estos momentos buscan ayuda, amparo y refugio, lo que persiguen es una vida digna y en paz que en sus propios países les ha sido arrebatada. De ahí que desde una ciudadanía solidaria y responsable, exijamos que se tuerzan y cambien las políticas humillantes de gobiernos sin corazón. Hoy, la mayor amenaza que se cierne sobre nosotros, los que formamos esa Europa “civilizada y cristiana”, no es otra crisis económica; la mayor amenaza es hoy la insensibilidad frente al padecimiento del hombre. De tantos “pequeños Aylan”.

Ilusiones frustradas o “la amenaza de la insensibilidad”