jueves. 18.04.2024

El clan de los Ceaucescu

El éxito prematuro puede privar a un político o a un partido de la maduración necesaria para ser un estadista o un partido a la altura de los grandes y acabar, como fruta inmadura, en la banasta de los desperdicios.


El nepotismo y los clanes en política, esa preferencia de los políticos a dar poder o a participar en él a familiares y amigos, ha sido una constante en la historia. Incluso hay quienes han estado o están en política para enriquecerse y facilitar la entrada a cargos de libre designación a familiares y amigos. Eduardo Zaplana, ex presidente de la Generalitat valenciana y ex ministro del 2º gobierno de Aznar, lo expresó claramente: “Estoy en política para forrarme”. Por más que se empeñen algunos políticos en decir lo contrario, es descorazonador constatar que cuando entran en política, aunque afirmen que buscan servir al ciudadano, a lo que muchos aspiran es a alcanzar el poder y mantenerse en él por encima de todo. La estrategia “de presentarse como servidores de la gente” es un conocido mecanismo de defensa que algunos ponen en juego para disfrazar sus deseos de poder, lícitos por otra parte, intentando dar una explicación lógica y altruista a su gestión; racionalizan de este modo una ambición que podría aparecer a los ojos de los ciudadanos como un comportamiento poco digno y con una excesiva ansia de mandar; algunos lo describen como “la erótica del poder”. Estos políticos son aquellos que acceden a la política sin vocación y hacen de ella exclusivamente su profesión.

El problema y sus consecuencias reside en la permisividad social ante un fenómeno que muchos ciudadanos perciben como natural; y, lo que es más grave, ver la compresión de amplias capas de la población, que consideran natural y hasta obligado que el que está en política ayude a colocar a sus deudos y amigos, sin tener clara conciencia de que el nepotismo y los clanes que lo facilitan vulneran las reglas éticas y democráticas.

Un modelo histórico de “clan” es el de Nicolae y Elena Ceaucescu; fueron los jefes de un clan que durante más de un cuarto de siglo ejerció el control absoluto sobre la política rumana. Procedentes ambos de familias humildes e iniciados en la burocracia comunista, tras pasar por diversos cargos, Nicolae fue elegido en 1965 secretario general del partido. Convertido en el “Conducator” (el “Líder indiscutible”) de su país, estableció una férrea dictadura, recibiendo de sus seguidores un "culto fanático a su personalidad". A su vez, convirtió a Elena, su mujer, en vicepresidenta del Gobierno y presidenta de la Comisión de Control del partido. Dos acontecimientos históricos: rehusar en 1968 participar en la invasión de Checoslovaquia e intermediar en los años setenta entre la primera ministra israelí Golda Meir y el presidente egipcio Anuar el Sadat, le dieron a Ceaucescu un inmerecido prestigio internacional. En este culto fanático a su personalidad, les acompañó su clan familiar; familiares a los que, en un exceso de nepotismo, auparon hasta ocupar importantes cargos en el partido y en el gobierno. Su régimen, tras una rebelión popular, cayó de forma trágica en 1989; detenidos el 22 de diciembre y, tras una farsa de juicio, fueron sumariamente ejecutados.

Como en el clan de los Ceaucescu, siempre han sido censurables los clanes familiares y el nepotismo digital a la hora de promocionar y nombrarles para cargos de gestión y responsabilidad políticas, sin otros criterios de valía que el servilismo y/o el amiguismo. Es ejemplo claro el reciente nombramiento de Arsenio Fernández de Mesa, ex director general de la Guardia Civil, antiguo falangista cadenero, político de escasa formación y valía, hoy fichado como consejero de Red Eléctrica Española.

No es imposible, pues, con nombramientos tan frecuentes y criticables como éste, con tintes de un amiguismo poco recomendable, que cunda el desánimo y la falta de confianza ciudadana en los políticos; y cuando en la política se pierde la confianza de los ciudadanos surgen los populismos (de derechas o izquierdas) que capitalizan los descontentos, como está sucediendo en Europa. ¿Les puede extrañar, entonces, a los partidos políticos y a sus líderes que critiquemos estas actitudes, y más a aquellos que se presentaron con la enseña de la crítica y la transparencia de cristal?

Al igual que hay personas con la piel muy sensible, también esta sensibilidad excesiva se encuentra en la política y en los políticos. Son capaces de criticar a los demás, pero muy sensibles y susceptibles cuando a ellos se les critica. La hipersensibilidad suele ser consecuencia o de baja o, por el contrario, excesiva autoestima. Recibir una crítica no es algo que resulte agradable a nadie; pero quienes han criticado a todos, son los menos indicados para no asumir la crítica; y, por lo general, sorprenden con sus reacciones desproporcionadas, en muchas ocasiones, cargadas de enfado e ira; su autoestima se ve afectada, su coherencia se tambalea y muestran un comportamiento defensivo.

Considero sonrojante ver cómo algunos dirigentes de Podemos querían presentarse como distintos cuando están demostrando que no lo son; se han movilizado en las redes sociales, en las que están muy trabajados, criticando, incluso insultando, al periodista Rubén Amón por un artículo (discutible y opinable como cualquier otro) titulado “La extraña pareja”, en el que hacía referencia a la relación de Montero e Iglesias, no por la relación de pareja en sí, en la que nadie se debe meter, pues carece de interés su relación sentimental, pero sí tiene importancia la posición de liderazgo bicéfalo en Podemos que han asumido y por la coincidencia de que, para relegar a Errejón, no haya encontrado el líder Iglesias en su equipo otra persona o sustituto con cualidades parecidas o mejores que su compañera. Resultaría revelador ver cómo arremeterían (lo han hecho en ocasiones parecidas) si este cercano y cantado nombramiento, lo hubiese llevado a cabo otro partido, aupando como “lideresa” a la pareja del líder respectivo. Las miserias humanas no impiden la historia, pero sí la pueden destruir.

Es evidente que desde hace meses estamos viendo como están dilapidando el apoyo y la ilusión que generaron en 2014 y en 2015. Apenas han salido de los pasillos y de las Asambleas de la facultad de Políticas y ya apuntan maneras, monopolizando los cargos dirigentes, como si no hubiera otros u otras militantes, menos cercanas al líder, con igual preparación, entre los cinco millones de votantes que cuentan y de los que tanto se enorgullecen.

En el caso “Errejón” no se pueden utilizar las instituciones como moneda de cambio. Se aparta al perdedor y se le despoja de sus poderes, aunque aparentemente se le quiera premiar con un engañoso cargo, que no depende del líder. Es el llamado adagio latino “Promoveatur ut amoveatur” (“para remover a alguien es conveniente promoverle a un cargo”): forma de actuar que se usa en el lenguaje burocrático para expresar la necesidad de quitar a alguien de una posición clave en un organigrama, promoviéndole a cualquier otro puesto de rango aparentemente superior o meramente honorífico, siendo ésta la única manera de relegarlo sin que parezca un castigo (o “purga o venganza”).

En esto, Iglesias y su troika no han sido originales; se han portado como “los viejos partidos” o “los partidos tradicionales”. Con Errejón han procedido de forma poco honesta ofreciendo como moneda de cambio las instituciones: ser candidato a presidir la Comunidad de Madrid, ellos que decían que no habían venido a intercambiar cromos (“Irene Montero dixit”). Iglesias afirmaba apenas hace una semana en una entrevista en la SER: “En Podemos los escaños y cargos no son plazas de oposición. Si ganamos pienso integrar a los que no piensen como nosotros”; contradice, en cambio, con esta designación su principio de primarias para cualquier cargo, al prometer y ofrecer (“porque él lo vale y puede)” a Errejón ser candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Está aplicando, aunque de forma suave “la purga stalinista”, rodeándose de los más fieles y apartando a los críticos… Habla de transversalidad, pero ya tiene su candidato a dos años vista. Iglesias, radical y empalagoso, con ese leninismo “amable”, dirigiendo el partido de forma cordial (“somos la sonrisa”) pero férrea, es el ganador y ha reducido la presencia del vencido, Errejón, aupando a Montero. Ya decían los clásicos: el que gana, arrasa; o de otra forma: “Vae victis!” (¡Ay de los vencidos!, frase pronunciada por el jefe galo Breno, sitiada y vencida la ciudad de Roma).

Iglesias y “su clan” pretenden acortar las distancias para llegar al poder con excesivas prisas, con una ambición desmedida y acelerada. Ya alertaba Aristóteles que la naturaleza no funciona a saltos, y lo repiten los sabios agricultores: para que la fruta madure no se pueden acelerar los tiempos, su aparente vistosidad no la hacen apta para el consumo; tampoco para el gobierno. Los líderes de Podemos deberían tener en cuenta esa irónica pero aplicable frase de Groucho Marx: “Debo confesar que nací a una edad muy temprana”.

El clan de los Ceaucescu