viernes. 19.04.2024

El ocaso bipartidista y el voto viajero

El aspecto más descuidado de los análisis y conclusiones de las elecciones andaluzas es el de las migraciones de voto.

Tras las elecciones europeas de ahora hace un año, las andaluzas recién celebradas han otorgado carta de naturaleza, por primera vez a través de las urnas, al cambio en la escena política predicho en las sucesivas encuestas de opinión.

Los resultados abren algunos interrogantes pero al tiempo confirman alguna certeza. De éstas la primera y posiblemente más importante es el ocaso del bipartidismo.

Por el momento éste tiene su expresión sobre todo en el primer descalabro que sufre el PP al alejarse sideralmente del primer puesto conquistado hace apenas tres años en Andalucía, perdiendo ahora más de medio millón de votos, con la fuga de más de un tercio de sus antiguos electores.

La segunda parte de esa confirmación resulta de más difícil lectura, camuflada como está por la impostada versión del ‘éxito’ obtenido por el otro polo del bipartidismo.

Junto a ello, la previa fabricación de expectativas, intencionada o no, y su confrontación a posteriori con los resultados, ha contribuido decisivamente a enturbiar aún más la percepción de la realidad. Así, el anunciado desgaste del partido gobernante en Andalucía de modo ininterrumpido, ha convertido su aún moderada pérdida en un triunfo supuestamente indiscutible.

Apenas se ha destacado–que yo sepa- que el Partido Socialista de (o en) Andalucía se ha dejado por el camino no menos de 150.000 votantes (casi un 10% de su electorado) en unas elecciones supuestamente convocadas para ganar, es decir para conseguir la mayoría absoluta. Tal era, al menos en apariencia, la principal justificación para anticiparlas. Si en realidad hubiera sido así, tendría que  hablarse de fracaso al no haber alcanzado el objetivo buscado.

En mi opinión puede en cambio hablarse– y no sin razón- de éxito (relativo), aunque solo en la medida en que los verdaderos objetivos en realidad fueron otros desde el principio.

A tal respecto ha de tenerse en cuenta que la mentada pérdida resulta extraordinariamente moderada frente a la que cabría esperar en un Partido fustigado por acusaciones de continuada corrupción institucional, más que fundadas tras el afloramiento de la escandalosa gestión de los ERES. Si la legitimación a través de las urnas de comportamientos legalmente punibles estaba entre los objetivos de la convocatoria anticipada, no cabe discutir el éxito de la misma.

Por otra parte, la detención del ascenso de un serio adversario (Podemos) en el escenario de debacle del bipartidismo, clamorosamente anunciado ya por las elecciones europeas, exigía reducir al máximo y a la mayor brevedad el desarrollo de un partido apenas formado como tal, con manifiestas insuficiencias organizativas para improvisar una batalla exitosa en un campo de juego objetivamente desfavorable  (un partido con asiento en el voto joven y urbano jugando como primerizo en un territorio ruralizado y envejecido ). De nuevo aquí, si tales fueron las pretensiones de la anticipación ha de hablarse de éxito (al menos táctico).

De paso, y como pretensión no se sabe si tan deliberada, las elecciones han dado lugar a la fulminación del socio-contrincante (IU), lo que estratégicamente constituye para la convocante un trofeo no desdeñable

Menos evidentes, aunque seguramente no menos importantes, han podido ser otras motivaciones de índole ‘interna’ de afianzamiento y conquista de poder dentro del partido, que dejamos fuera de lo que con estas líneas se pretende describir y argumentar.

Con todo, frente a tales ‘éxitos’ del partido de la nueva presidenta de Andalucía y sobre todo frente a su  interesadamente optimista lectura, margen hay para otras interpretaciones de momento no desmentidas ni mucho menos por los hechos. Tal sería por ejemplo la que lejos de extrapolaciones algo delirantes hacia uno de los polos del bipartidismo a nivel nacional, contempla o analiza los resultados del referido partido, como la temprana confirmación de una no muy lejana puesta al día de las siglas del socialismo español : como atinadamente ha sugerido Enric Juliana, de Partido Socialista Obrero Español ( PSOE) a PRSE (Partido Regional del Sur de España). Al menos habrá que esperar a mayo para ir acotando incertidumbres al respecto, hasta que con el año las elecciones generales cierren el ciclo y abran uno probablemente muy renovado.

Pero seguramente el aspecto más descuidado de los análisis y conclusiones que han circulado hasta ahora, una vez conocidos los resultados, es el de las migraciones de voto, dejadas inexplicablemente en segundo plano ante el fulgurante ascenso de los partidos emergentes. Más importante que intrascendentes disquisiciones sobre si uno de ellos sorpresivamente sube mucho más de lo esperado y el otro mucho menos, conviene ahondar algo más tratando de averiguar en dónde esté el origen de los votos viajeros.

Algunas hipótesis con fundamento cabe hacer al respecto a la vista de los resultados. En primer lugar debe destacarse que a las urnas han acudido casi 150 mil votantes más de los que lo hicieron en 2012. Si una gran parte de esos nuevos votos no ha ido a engrosar los resultados de los dos principales partidos de entonces (PP y PSOE), quiere decir que la pérdida de apoyo real registrada por ambos y por cada uno es superior a la que resulta por mera diferencia entre los votos que obtuvieron entonces y los que han cosechado ahora.

En concreto resulta posible aproximarse al conocimiento de la procedencia de los votos que han conseguido reunir los partidos que comparecían por primera vez a estas elecciones en Andalucía. Se trata de averiguar con la mayor verosimilitud, sobre resultados reales en una votación y no de una muestra en una encuesta de opinión, el origen de los votos conseguidos por Podemos y por Ciudadanos.

El primero ha obtenido un total de 590.011. Al propio tiempo IU se ha dejado en el camino como mínimo 153.518 votos obtenidos en 2012. Suponiendo que la totalidad de esos votos ‘perdidos’ hayan ido a parar a Podemos quedaría por explicar el origen de los 436.493 votos de más obtenidos por este nuevo partido. El Partido Socialista a su vez se ha dejado probablemente no menos de 156.763 votos, de los cuales 114.423 corresponden a la diferencia entre los resultados de ahora (1.409.042) y de 2012 ( 1.523.465) más otros 49.396 que probablemente hubiera debido obtener por el solo hecho de la mayor afluencia de votantes (un 35% del incremento total de votantes en  2015 respecto a 2012). Suponiendo que un 80% de esa pérdida hubiese migrado hacia Podemos, tendríamos ya la explicación de otros 125.410 de los votos acumulados por dicho partido. Si a ello le sumamos la totalidad de los votos que en 2012 obtuvo EQUO (que no se ha presentado ahora), quedarían todavía por explicar 290.539 votos. Si por último, suponemos que de ellos 42.340 corresponden al 30% de la mayor afluencia de votantes, restaría finalmente por asignar el origen de 248.199 votos que en principio -y solo aparentemente- tendrían que provenir del PP. De ser así, la composición interna de la procedencia del voto de Podemos quedaría del modo que figura en el cuadro (imagen).

Naturalmente esa estimación difiere seguramente de la realidad debido a que opera a partir de saldos, lo cual es una evidente simplificación ya que es muy probable que los votos ‘perdidos’ en especial por el PP hayan pasado a engrosar no solo los de otros comparecientes (singularmente Ciudadanos y Podemos), sino que en buena medida hayan ido a parar a la abstención, en cuyo caso de ésta misma hubieran procedido el mismo número de votos con origen en antiguos abstencionistas de muy distinto signo ideológico, que a modo de ‘remplazo’ habrían optado esta vez por movilizarse , votando a los nuevos partidos (singularmente a Podemos). Haciendo idéntico ejercicio con los 366.188 votos obtenidos por Ciudadanos resultaría como figura en el cuadro (imagen).

Pese a esa importante salvedad sobre un ‘remplazo’ de voto cuya precisa cuantificación no resulta posible, la estimación reflejada en los anteriores cuadros no deja de ser bien significativa y sobre todo sugiere líneas de análisis alternativas a las que con notoria ligereza se improvisan en las tertulias.

De tales porcentajes relativos al voto viajero pueden extraerse aunque sea provisionalmente algunas conclusiones:

Ciudadanos aparece como una opción de recambio en la derecha española que pese a su empuje tiene lamentablemente baja probabilidad de traducirse de inmediato en un contundente cambio de signo, inverso al que se produjo tras los primeros años de la transición con la fagocitación del partido de Suarez por la montaraz Alianza Popular, mutada en PP tras esa venturosa ingestión.

Podemos confirma, al menos en términos electorales, lo acertado de su doble estrategia: superación del bipartidismo y redefinición del eje político principal de referencia. Al tiempo se ratifican algunas de sus fortalezas y debilidades: arraigo entre la población joven y urbana y dificultad de romper límites en su polo opuesto, es decir entre la gente de más edad y en el territorio rural (pese a los reiterados requiebros a los ‘abuelos’ que el líder de la formación les dedicó en el mitin de cierre de campaña) .

Por poner tan solo un ejemplo, tómese la provincia de Cádiz en la cual Podemos obtiene comparativamente sus mejores resultados.

Mientras que en conjunto su peso en esta provincia alcanza una media del 18,8%, asciende hasta un 20% en los municipios de más de 25.000 habitantes, donde se concentra el 80,6% de la población y el 87,3% de los votos obtenidos por Podemos En el extremo opuesto, es decir en los municipios cuya población no llega a 5.000 habitantes (que representan tan solo el 2,1% de la población provincial) los votos de Podemos se quedan en un modesto 7,7%

Son pues, dificultades de penetración y de abatimiento de límites que en alguna medida, al menos por insuficiencias organizativas, resultan todavía más lejos de superarse al haber adoptado, probablemente con acierto, una posición prudente pero poco beligerante en la próxima contienda electoral para la renovación de los ayuntamientos.

El ocaso bipartidista y el voto viajero