jueves. 28.03.2024

Dilema del prisionero (iterado)

"En el dilema del prisionero, para obtener la mejor solución para todos los implicados en un problema de competencia todos ellos deben cooperar de manera coordinada. En el dilema del prisionero iterado, …. se repite el juego y se ofrece a cada jugador la oportunidad de castigar al otro jugador por la no cooperación en juegos anteriores. Así, el incentivo para defraudar puede ser superado por la amenaza del castigo, lo que conduce a un resultado cooperativo". (Wikipedia)


portada​Para eludir virtuosa o al menos airosamente el vicioso circulo que Errejón desea conjurar, las izquierdas tendrán que salir bien paradas del ‘dilema del prisionero’ en el que una vez más se van a encontrar enredadas; en esta ocasión al tener que confrontarse ante la ‘cuestión territorial’ suscitada en Catalunya.

Pero en la anunciada celebración del 1-O no solo los moradores de celdas más cercanas de esa jaula territorial van a sufrir las tribulaciones de ese dilema. Por razones bien distintas tambien quienes se encuentran en posiciones más antagónicas, y que por ello son más reacios o incluso alérgicos a la cooperación, se van a ver expuestos a los rigores de ese dificil aprieto.

Convendría así que todos ellos, además de recordar las reglas para el mejor desenlace de la disyuntiva, repasaran otros principios no tan en boga pero no por ello menos vigentes, como es –por ejemplo- el de la identificación y aislamiento del ‘enemigo principal’.

Tertulianos y demás predicadores continúan todavía atribuyendo a PODEMOS la autoría en el certificado de defunción de izquierdas y derechas, algo así como una reedición del ”crepúsculo de las ideologías” que vaticinara Fernández de la Mora, ínclito ministro (de obras públicas, por más señas ) en las postrimerías del franquismo.

Yo la verdad es que siguiendo con bastante atención lo que han dicho y dejado por escrito las voces y plumas más autorizadas de esa joven formación, hasta ahora no he oído o visto teorizar semejante sandez (lo cual no quita para que no pocos de sus seguidores sigan quizás participando de ella).

Cierto es que de modo cada vez más notorio el espacio público (político) ha dejado de estar determinado exclusivamente–si es que alguna vez lo estuvo de modo permanente- por un solo vector o dimensión: el eje izquierda derecha (I-D). Más bien, sobre todo en la actualidad, se trata de un espacio multidimensional en el que operan con intensidad cambiante (en tiempo y lugar) otros vectores de naturaleza variada y todos ellos expresivos de conflictos sociales, los cuales forman en definitiva el sustrato de lo político (confrontación de deseos e intereses).

Entre esos vectores relativamente independientes han ido cobrando fuerza creciente dos que hasta hace no mucho parecían ser secundarios o al menos no solían tomarse en consideración (en lo político) debido a su notable autonomía con respecto al tradicional eje I-D y a los dilatados ritmos (variable temporal) por los que se rigen los correspondientes procesos: el feminismo por un lado y la preocupación comprometida por la supervivencia del planeta, por el otro.

Sin menoscabo de ciertos vínculos de carácter cultural entre ellos con el eje I-D (vínculos sin duda  privilegiados con el primero de esos dos polos), puede decirse que por su naturaleza y por su modus operandi esas dos líneas son esencialmente transversales, es decir definen campos sociales (e intereses) distintos de los que se encuentran separados o delimitados por el eje I-D. Con todo debido a esa mayor afinidad de la izquierda política a lo que defienden esas dos líneas cabe hablar de una izquierda cultural, más que política.

Pero no solo se trata de la irrupción de esas  dos potentes fuerzas con su importante acción en el campo de las actitudes, hábitos y comportamientos sociales, sino que acompañándolas comparecen además otras asociadas a divisorias generacionales o territoriales (o de pertenencia, identificación colectiva y consistencia o grado de maduración de la sociedad civil y de las instituciones).

Junto a ello, de los dos polos del eje tradicional ( I-D), el primero ha ido perdiendo los contornos precisos que le viculaban con su ser más esencial: la reivindicación de la igualdad (Bobbio) en una sociedad escindida por algo tan intríseco y funcional al sistema económico (capitalismo) como es la desigualdad (Keynes). El segundo, por el contrario, mantiene con mayor nitidez sus rasgos más firmes, hasta el punto de que no es raro que el primero en lugar de definirse por sí mismo tienda a hacerlo por negación de su opuesto: es de izquierdas quien no es de derechas…

Una progresiva degradación semántica ha llevado a convertir la polisemia del término izquierda (por no hablar ahora de otra locución asociada como es ‘socialista’) en algo que, al contrastarlo con la realidad, produce desconcierto y desde luego no poca confusión. En todo caso´por esa estricta asociación originaria con el anhelo de igualdad, dicha expresión sigue remitiendo a una sociedad dividida en clases, con todas las mutaciones que éstas han ido experimentando a la par que cambiaba su soporte material.

En la lucha política, con sus diferentes escenarios, lugares y tiempos, no debería ignorarse esa creciente complejidad del espacio público, especialmente en el diseño de estrategias y en el establecimiento de lazos para la consecución de los objetivos que las diferentes formaciones políticas dicen perseguir.

La ‘cuestión territorial’ que de modo tan perentorio se plantea a propósito de lo que desde hace ya tiempo viene sucediendo en Catalunya -con acrecentamiento del voltaje ya mismo y todavía más en los meses venideros- , constituye un buen motivo de reflexión para poner a prueba las consideraciones precedentes en lo que puedan tener de válidas.

Y desde luego representa una primera prueba en ese reto de las izquierdas para construir una nueva mayoría que conjure el juego de suma cero al que, según los más pesimistas, aquellas estarían irremediablemente abocadas.

Dicha ‘cuestión’ -que trasciende claramente el ámbito catalán y no se agota ni mucho menos en él- constituye un claro ejemplo de transversalidad y por ello las posibles alianzas entre fuerzas políticas distintas no pueden quedar atenazadas en otras divisorias que no sean las de la materia que suscita una contraposición que en este caso, por su propia naturaleza, no es reconducible al esquema I-D.

Distinto ha de ser el enfoque de esas mismas fuerzas repecto a la otra gran cuestión planteada por Borrell a propósito de la necesaria búsqueda de confluencia entre las izquierdas: su respectiva definición y posición frente al modelo económico (o al modelo productivo y de desarrollo y a su estructura social) que inevitablemente ha de inscribirse en una defensa, sin concesiones, de la superviviencia del planeta. En esta área, en la de las condiciones materiales de la existencia, el eje prevalente ha de seguir siendo -ahí sí- el tradicional I-D, en radical confrontación con el neoliberalismo imperante, nítida contraposición pese al realismo impuesto por la desigual correlación de fuerzas.

A ello tendría que añadirse como tercera gran cuestión -no aludida por el exministro socialista- la regeneración institucional (o la progresiva superación del deficit democrático), que junto a las otros dos forman la trinidad de los ambitos de la vida social asolados por la última crisis del sistema.

En todos y cada uno de esos ambitos tarea primordial es aquella identificación y aislamiento del ‘enemigo principal’ a los que se hacía mención al principio de este artículo.

La primera oportunidad para hacerlo, en calendario sumamente apretado e imposible de eludir -y en escenario (o tablero) no definido ni elegido por las izquierdas-, será con ocasión del conflicto institucional que día a día se irá agudizando en Catalunya hasta llegar, en el impredecible modo en que se llegue, al próximo 1 de Octubre.

Sobre ello tendremos que volver en breve. 

Dilema del prisionero (iterado)