viernes. 29.03.2024

La izquierda y los intelectuales ante un escenario plutocrático. ¿Qué hacer?

Las sombras de la civilización occidental que permanecían en el siglo XIX se fueron desvaneciendo en la segunda mitad del XX, tras el fin de la II Guerra...

Las sombras de la civilización occidental que permanecían en el siglo XIX se fueron desvaneciendo en la segunda mitad del XX, tras el fin de la II Guerra. Pero en el comienzo de la segunda década del siglo XXI  estamos sufriendo una vuelta a la barbarie, cuya amenaza no viene de sistemas de gobierno absolutistas, despóticos, dictatoriales, fascistas, estalinistas o totalitarios, sino de un modelo económico especulativo, globalizado y depredador, cuya consecuencia, si no lo remediamos ya, podría ser, justamente, la involución hacia algunos de aquellos sistemas políticos.

Consecuencia cuyo primer estadio ya estamos padeciendo en cualquier caso, a saber, con una fortísima devaluación del sistema democrático parlamentario –colmado de graves imperfecciones desde sus orígenes- en beneficio de la plutocracia y un retroceso de derechos y libertades ciudadanas. Todo ello en el marco de una gravísima crisis económica y social comparable, si no peor, a la de los años 30 del siglo pasado, una crisis ecológica global sin precedentes, y, sin duda, una crisis civilizatoria que afecta al conjunto del pensamiento occidental.

Ante este panorama ciertamente desolador, la pregunta obligada, una vez más, parafraseando a Lenin, es ¿Qué hacer?

Superados algunos de los viejos dogmas teológicos de la izquierda, ¿cómo tendría que afrontar ésta el gran reto de constituirse en alternativa mundial a las metateologías y posreligiones que continúan desde hace décadas dominando hegemónicamente el planeta?: capital financiero, economía especulativa, plutocracia de los mercados, democracias tuteladas por éstos, deslegitimad del sistema representativo… necesitan no de otras teologías sino de corpus de conocimiento y experiencias abiertos, dialógicos, dialécticos y críticos capaces de construir alternativas posibles y plausibles a la religión plutocrática que reina y domina el mundo.

Incumplida la profecía de Marx en virtud de la cual el hombre libre de toda explotación,  de toda miseria y de toda injusticia vivirá feliz en el Paraíso Comunista en la Tierra sin Estado y sin clases, el Capitalismo no se va a transformar sino en sí mismo ante el paisaje desolado de la nada que lo sustituya porque nadie hasta ahora hemos sido capaces de construir su túmulo para levantar sobre él un sistema nuevo. Sólo la fuerza creadora de la humanidad será capaz de edificar ese otro mundo necesario, cualquiera sea su denominación, y seguramente, por fuerza de la necesidad, posible: un mundo de justicia y de libertad en su más profundo sentido.

De la superación de las intolerancias y los dogmas que aun padece la izquierda y que impide su convergencia en una fuerza capaz de derrotar a la derecha depende que este anhelo no se convierta en otra utopía posromántica e idealista del siglo XIX, cuya transformación en otra metarreligión, su ensimismamiento en otra nostalgia del absoluto, en términos de Steiner, sería, muy probablemente, un nuevo fracaso de la Historia, es decir, de la Humanidad.

En su obra La crisis de las ciencias europeas (Crítica, 1990), escrita en el cénit del nazismo, Husserl denunció el retroceso de la ética y de la política frente a los grandes avances que ya en aquel tiempo, con Einstein a la cabeza, estaba experimentando la ciencia y la tecnología. Avances que no impedirían el uso de la bomba atómica y sus devastadoras consecuencias. Por esa razón, Husserl no dudó en exigir a los intelectuales, pero muy especialmente a los filósofos, un compromiso ético con ese tiempo convulso y aciago para la humanidad. Es decir, que asumieran una suerte de misión como profesores del Estado-nación, al modo hegeliano. Les estaba exigiendo, en definitiva, convertirse en funcionarios de la Humanidad.

Muchos nos preguntamos dónde se han metido esos tábanos de la polis, como gustaba llamarles Sócrates. Son pocas, ciertamente, las voces que desde la academia se alzan contra la hegemonía del becerro de oro y el declive de la res-pública. Sea acaso porque aquélla se ha ensimismado en su endogamia, sea porque sus pensadores se han funcionarizado –no precisamente como les exigía Husserl- hasta provocar la sequedad de las ideas, nadie apenas destaca por argumentar razonadamente en este escenario desolado, y los pocos que se atreven apenas son escuchados.

En todo caso, la fuerza de la transformación está emergiendo de la gente, de las mareas y los movimientos, no de los filósofos ni de los poetas y estos pocos que les siguen han de ser un altavoz del clamor que se va extendiendo por todas partes.

La izquierda y los intelectuales ante un escenario plutocrático. ¿Qué hacer?