viernes. 19.04.2024

La crisis del ébola y las políticas de salud pública y cooperación internacional

La epidemia está en África: ¿donde está la cooperación oficial española?...

La crisis provocada por el contagio por el virus del ébola de la auxiliar de enfermería Teresa Romero, en el Hospital Carlos III, ha puesto de manifiesto, además de los graves fallos y la incompetencia de las autoridades sanitarias del Estado y de la Comunidad de Madrid, la importancia de las políticas de salud pública y el sentido que tienen las de cooperación internacional al desarrollo, aún en momentos de crisis económica.

Es probable que la dimensión de la crisis sea mayor en sus aspectos políticos, en particular en lo que se refiere a la desconfianza de la ciudadanía en sus responsables políticos, que, por el momento, en los estrictamente sanitarios. Aunque una enfermedad infecciosa que tiene una tan elevada tasa de letalidad -entre el 50% y el 90%-,  de la que no existe todavía vacuna, y que es relativamente poco conocida, siempre es un problema grave de salud pública.

La desconfianza de la ciudadanía en los responsables políticos, que tiene una base permanente construida sobre la percepción de una corrupción generalizada y otras malas prácticas, se vio alimentada durante la semana posterior al conocimiento del contagio de Teresa, por una nefasta política de comunicación. Algunos medios sensacionalistas la utilizaron para vender alarmismo.

La desconfianza se fue trocando en indignación ante actitudes como la del consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, que, para intentar tapar su responsabilidad en los graves errores de gestión de la crisis, culpabilizó, en tono ofensivo y chulesco, a Teresa de su propio contagio y del peligro de contagio de las personas con las que ella se relacionó. Sus declaraciones, reiteradas durante dos días, han sido un ejemplo descollante de falta de ética. Su irresponsabilidad se ve agravada, y raya en la provocación, por el hecho de haber firmado, en plena crisis, el decreto que liquidaría definitivamente el Carlos III, cuando desde todos los medios sanitarios y desde los ámbitos políticos y sociales se está reclamando justo lo contrario: que vuelva a ser el centro de referencia nacional para el tratamiento de las enfermedades infecciosas graves.

La decisión del Consejo de Ministros del 10 de octubre de crear un comité de crisis, presidido por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, que será asesorado por un comité científico integrado por personalidades de alto nivel, y de nombrar como portavoces oficiales a profesionales sanitarios competentes parece haber mejorado la situación.

Deseo fervientemente, como la inmensa mayoría de los españoles, la recuperación de Teresa y la confirmación de que no hay más personas contagiadas. También que esto dé paso, si bien no sería imprescindible el retardo, a las  necesarias dimisiones -o ceses- de Ana Mato y Javier Rodríguez. Aunque tengo serias dudas de esto último, conocida la querencia del PP por no asumir -o retrasar su asunción al máximo- las responsabilidades políticas por los graves errores o por los casos de corrupción, demostrable por una larga lista de nombres: Prestige, Yak-42, 11-M, Gurtel, Bárcenas, Comunidad Valenciana, etc.

Recortes, descoordinación e infravaloración del papel de las políticas de salud pública como telón de fondo

Sobre la crisis del ébola habrá que hacer un análisis en profundidad de todos los errores y carencias para que no se vuelvan a repetir. Me refiero a las cuestiones políticas de fondo, puesto que la evaluación de lo que ha fallado en lo relativo a la aplicación de los protocolos de actuación sanitaria y sobre la idoneidad de los mismos, tiene que ser urgente y permanente y realizarse por parte de profesionales expertos.

La crisis del ébola ha puesto de manifiesto las graves consecuencias de la política de recortes presupuestarios a la sanidad pública, la falta de importancia que dan los responsables del PP a las políticas de salud pública, la mala coordinación en materia de política sanitaria entre el Gobierno de España y los gobiernos de las comunidades autónomas, y, los muy perjudiciales efectos de los drásticos recortes de los fondos destinados a la cooperación internacional para el desarrollo.

España sin centro de referencia de enfermedades infecciosas

Varias de estas malas prácticas políticas convergen en el hecho de que no haya en España un sólo centro de referencia para el tratamiento de enfermedades contagiosas graves. Cuando el Carlos III lo era, implícitamente, tenía un nivel de seguridad P3, siendo que para el tratamiento de virus con los niveles de peligrosidad del ébola es recomendable un nivel P4. Ahora, las plantas del hospital que se utilizan han sido montadas y desmontadas apresuradamente para atender a los dos religiosos repatriados y a Teresa Romero y a las demás personas en riesgo de contagio. No tiene laboratorio para realizar las analíticas y las muestras tienen que ser trasladadas al Hospital de la Paz. 

Hay que exigir que el Hospital Carlos III se convierta en el centro de referencia de enfermedades infecciosas graves en España, dotándolo de los medios personales y materiales necesarios para ello. Hay que hacer que además de sus funciones terapéuticas, sea un centro de investigación puntero y colabore en las tareas de formación de los profesionales sanitarios y de otros colectivos como policías, personal de aduanas, etc.

Desdén por las políticas de salud pública de los privatizadores madrileños

La importancia que el gobierno de la Comunidad de Madrid da a las políticas de salud pública se puede medir por el hecho de haber suprimido la dirección general de tal nombre, dentro de la estructura de la Consejería de Sanidad. Se adujeron motivos de reducción del gasto. Pero un gobierno que tiene competencias plenas en materia de salud no puede hacer esta barbaridad.

No tengo dudas de que estas decisiones, que han conllevado un riesgo para la salud de la población madrileña, están en relación con el afán privatizador de los consejeros que antecedieron en el cargo a Javier Rodríguez. Estuvieron bien apoyados por Esperanza Aguirre e Ignacio González, y sólo fueron parados por la impresionante movilización de los trabajadores de la sanidad madrileña (la "marea blanca") y por los tribunales que impidieron consumar el plan de la "tríada de la puerta giratoria": Güemes-Lamela-Lasquetty.

Frente a este desdén por lo público hay que exigir que las políticas de salud pública en general y, en particular, las destinadas a la prevención de las enfermedades infecciosas, tengan la importancia que merecen por parte de unas administraciones, central y autonómicas, que deben coordinar mucho mejor su trabajo y dotarse de las estructuras de gestión necesarias para su aplicación. Tendrían que empezar por la revisión de las estrategias de salud que se refieren a las enfermedades infecciosas y hacerlo en colaboración con el personal sanitario. 

La epidemia está en África: ¿donde está la cooperación oficial española?

El lugar donde hay que parar el ébola es en África, pero la cooperación oficial española para hacerlo apenas existe a pesar de los llamamientos de la OMS. Aportan más las personas individuales que, con extraordinaria generosidad, están trabajando allí como misioneros o miembros de ONG, como Médicos sin Fronteras, que el gobierno español. Esto es debido a que una de las partidas presupuestarias que más drásticos recortes ha sufrido, como consecuencia de la política de austeridad es la destinada a la cooperación internacional para el desarrollo. En los presupuestos del Estado ha caído un 60%. Las partidas destinadas a tal efecto en los presupuestos de la CAM y de los ayuntamientos se han reducido casi a cero. Justamente se está iniciando estos días en Madrid una campaña -Madrid Elige Solidaridad- para denunciar esta situación y exigir al gobierno de la CAM y a los ayuntamientos que restauren las ayudas a la cooperación para el desarrollo.

España tiene que cooperar en la lucha contra el ébola en África en la medida de nuestra riqueza que, ciertamente, está muy tocada por la crisis pero que todavía es enormemente superior a la que tienen países como Guinea, Sierra Leona o Liberia. Hay que hacerlo no sólo como acto de humanidad y solidaridad, razón que debería ser suficiente, sino también por interés. Aquellos a los que la solidaridad con otros pueblos, en momentos difíciles para nosotros, les cause recelo, deberían pensar que es para nosotros del mayor interés acabar con el ébola en sus países de origen. Porque terminar con la actual y mortífera epidemia y luchar por la erradicación completa del virus es también ´proteger la salud de la población de España, de Europa y del resto del mundo

La crisis del ébola y las políticas de salud pública y cooperación internacional